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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Algunas historias de la Historia

Desde que el primer homínido hablante partiera el fémur de búfalo sobre la cabeza del rival, se han dicho (y, luego, escrito) millares de frases memorables sobre la guerra

Manuel Rodríguez Rivero
Los actores Vivien Leigh y Clark Gable en 'Lo que el viento se llevó' (1939).
Los actores Vivien Leigh y Clark Gable en 'Lo que el viento se llevó' (1939). Cortesía de Everett Collection

1. Cruzadas

Desde que el primer homínido hablante partiera el fémur de búfalo que utilizaba como maza sobre la cabeza del rival que le disputaba una pieza, se han dicho (y, luego, escrito) millares de frases memorables sobre la guerra. Quizás una de las más repetidas sea la famosa de Von Clausewitz acerca de que la guerra es (la continuación de) la política por otros medios, aunque hay que reconocer que también tiene largo recorrido la inversión a la que la sometió Foucault convirtiendo al predicado en sujeto y viceversa. De todas las frases sobre la guerra, la que prefiero es, sin embargo, la que les espeta a sus pretendientes Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó (1939), una peli que se estrenó cuando la opinión pública de EE UU empezaba a plantearse intervenir en Europa: “Bla, bla, bla. Guerra, guerra, guerra. Esta cháchara sobre la guerra está echando a perder toda la diversión de las fiestas esta primavera”. La bibliografía sobre las guerras —una de las ocupaciones de la humanidad que, como la búsqueda de alimento, ha permanecido constante— crece cada segundo (y créanme que no exagero). En esta extrañísima rentrée, a la vez pos y preconfinada, han aparecido importantes libros sobre las guerras y sus batallas. Alianza, por ejemplo, acaba de publicar 1064, Barbastro, de Philippe Sénac y Carlos Laliena, un notable trabajo sobre la célebre toma de la ciudad oscense a cargo de un ejército internacional convocado por los obispos y el papa Alejandro II, y que puede considerarse, 30 años antes de la Primera Cruzada, el primer intento colectivo europeo de poner coto a la expansión islámica en el continente. La conquista de la ciudad culminó en una salvaje represión de los vencidos, acompañada de torturas y violaciones a las mujeres musulmanas. Sobre las cruzadas —las guerras internacionales contra el islam que movilizaron más efectivos entre 1095 y 1296— recomiendo vivamente Los cruzados: La épica historia de las guerras por Tierra Santa (Ático de los Libros), de Dan Jones, un relato historiográficamente puesto al día que, sin ser tan riguroso como la referencial Historia de las Cruzadas (Alianza), de Runciman, tiene la ventaja de que puede leerse como si se tratara de una novela.

2. Vencible / Invencible

No hay nada tan útil para un político como disponer de un buen equipo de comunicación: un grupo de expertos, identificados plenamente con los deseos de sus líderes y capaces de transformar los fracasos en victorias, y éstas en éxitos pregonados urbi et orbi. Los ejemplos de la eficacia de dichos equipos son evidentes: ahí tienen, por fijarme en un ejemplo cercano, la eficacia con la que, en pleno tardorajoyato decadente, el bien engrasado aparato de propaganda del independentismo catalán consiguió vender internacionalmente su versión de los sucesos del 1 de octubre de 2017. Un ejemplo bastante anterior de la eficacia de la propaganda tuvo lugar a partir del aciago verano de 1588, tras el desastre de la llamada armada “invencible” ante la escuadra inglesa. El aparato de propaganda de Isabel I consiguió que el eco de la derrota de los españoles llegara hasta el último rincón del planeta: la orgullosa nación había sido puesta de rodillas; sus poderosos barcos, destruidos. Panfletos, canciones populares, poemas satíricos, monedas, grabados, cuadros que celebraban la derrota española y la victoria inglesa circularon por todas las cortes europeas. El contraste con aquella eficacísima exhibición de propaganda lo ofrece el escaso eco, tanto en su momento como después —incluso en los libros de texto de los escolares: a mí nunca me hablaron de ello—, que obtuvo el de la también catastrófica derrota (superior en términos de barcos destruidos) de la expedición inglesa que en 1589, tan solo un año después, había lanzado contra España Isabel I con el propósito de aprovechar la debilidad momentánea de su histórico rival; los ingleses se las arreglaron para ocultar o edulcorar su fracaso, y los circunspectos burócratas filipinos no supieron aprovechar el éxito. De todo ello —y, sobre todo, del contexto histórico y militar de la batalla— se ocupa el profesor Luis Gorrochategui en Contra Armada: La mayor victoria de España sobre Inglaterra, publicado por Crítica. En cuanto a Felipe II, rey de España (y de Portugal) durante esos acontecimientos, recomiendo también la nueva biografía de Enrique Martínez Ruiz Felipe II: Hombre, rey, mito (La Esfera de los Libros), que, más allá de la de Geoffrey Parker (Felipe II, llamada pretenciosamente “la biografía definitiva”; Planeta, 2010), presta particular atención, integrándolas en su reinado, a las tres facetas que enuncia su subtítulo. Me han resultado particularmente esclarecedores los capítulos dedicados a las fiestas, a la devoción del rey, a su faceta de mecenas y coleccionista de arte y libros, así como a la formación de su muy escogida y asesorada biblioteca.

3. Müntzer

En el estupendo relato La guerra de los pobres (Tusquets), que Éric Vuillard ha dedicado a Thomas Müntzer y a las revueltas en el sur de Alemania en 1524, la lucha de los campesinos adquiere —a partir de la libertad novelesca— una perspectiva universal, en la que quizás también pensaba Ernst Bloch cuando compuso su Tomas Müntzer, teólogo de la revolución, un ensayo (Antonio Machado, 2002) que fue publicado en español por primera vez en la ya mítica Ciencia Nueva (1965-1970). Merece un recuerdo aquella editorial pionera que se coló por las grietas de la censura del tardofranquismo, y que había fundado un grupo de universitarios progresistas, entre los que estaban Pepe Esteban, Javier Gallifa, Lourdes Ortiz, María Teresa Bort, Carlos Piera, Jesús Munárriz, Rafael Sarró, Alberto Méndez y otros, como Jaime Ballesteros, uno de los líderes interiores del PCE. Era en la prehistoria de la edición democrática de la España de posguerra, antes de Anagrama, antes de Tusquets.

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