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TEATRO | CRÍTICA DE 'OTOÑO EN ABRIL'

La belleza de La Belloch

Los personajes de 'Otoño en abril', de Carolina África, respiran emociones ciertas

Javier Vallejo
Una escena de 'Otoño en abril', de Carolina África.
Una escena de 'Otoño en abril', de Carolina África.BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO

¡Qué ejemplo tan vigorizante ofrece el Centro Dramático Nacional al abrir su temporada con La Belloch, compañía de repertorio con elenco estable! Esta decisión de su director sugiere que las compañías en tiempos epidémicos deben volver a ser lo que fueron: una segunda unidad de convivencia, un lugar donde el estrecho contacto físico, intelectivo y emocional promueva el tratamiento en profundidad del asunto que la obra aborda, la construcción minuciosa de sus personajes, la creación de un juego escénico elaborado…

Otoño en abril (cuyo estreno estaba previsto en dicho mes, borrado del calendario teatral de este año) viene a dar continuidad a los personajes de Verano en diciembre, tomografía de los afectos familiares que el CDN ha reprogramado, en función matinal. En su nueva comedia de costumbres, Carolina África pone a tres hermanas jóvenes en una encrucijada vital de la que saldrán transfiguradas. El regreso de dos de ellas al hogar materno es el trampolín que la autora madrileña utiliza para ejecutar un sinfín de cabriolas humorísticas, rematadas con un salto mortal sobre un piélago de sentimientos encontrados. Las criaturas de África respiran emociones ciertas, tienen una psicología perfilada, actúan según patrones de conducta muy bien observados. Encarnadas por cinco actrices comprometidas con su labor, se ganan pronto el crédito del público.

En este teorema familiar, el cuadrado de las alegrías de las tres hermanas es igual a la suma de las decepciones que sufren. Son mujeres en tránsito, a la búsqueda de una identidad que se les escurre entre los dedos: Carmen, la primogénita, querría ser algo más que la esposa de un marido tan ausente como lo estuvo siempre su padre, por motivos laborales. Alicia va a ser mamá soltera de una bebé, catalizador de la función. Paloma, la benjamina, tiene la cabeza a pájaros, incapaces de levantar el vuelo. Con una identidad indeleble forjada a imagen de la de la abuela del trío, Teresa, su madre, simboliza a todas las madres: sus hijas nunca pronuncian su nombre. Prendida su mecha por una Pilar Manso incendiaria, Teresa es un cóctel molotov donde la falta de inteligencia emocional, un despiste colosal pero selectivo y cierto grado de cinismo se mezclan, estallan y provocan toda suerte de daños colaterales.

La Alicia de Beatriz Grimaldos irradia dulzura y un encanto rotundo, que al público le llega de golpe, de una sola vez. Algo en ella me recordó a Almudena Mestre, cofundadora de La Belloch. Laura Cortón, pilar de esta compañía y joker de Otoño en abril, va sin cadena, especialmente en su interpretación imprevisible de una doctora de pesadilla. Paola Ceballos le imprime corporeidad perentoria y fragilidad psicológica a la desnortada Carmen, aprendiz de youtuber, y Majo Moreno encarna expresivamente el abajamiento y la fragilidad emocional de Paloma.

Como directora, África domina la teatralidad pura, no figurativa: véanse la escena de la lluvia sin agua, la pelea de Alicia y Carmen sin tocarse, la recreación del acto de comer tarta sin tarta, los efectos sonoros creados a la vista… No deja tiempo muerto alguno: encadena y funde escenas con pericia equivalente a la que demuestra Wajdi Mouawad cuando dirige sus propias obras.

Otoño en abril. Texto y dirección: Carolina África. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 4 de octubre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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