Bertrand Bonello: “Vivimos en una época dominada por el miedo”
El cineasta francés estrena ‘Zombi Child’, donde retrata con realismo la cultura vudú y enfrenta a Francia a su turbio pasado colonial
Cineasta superdotado para la imagen y con una propensión confesa a lo teórico, Bertrand Bonello (Niza, 51 años) se ha convertido, en las últimas dos décadas, en uno de los directores más venerados dentro del cine francés. En el extranjero, sin embargo, su nombre ha pasado bastante desapercibido: solo una de sus ocho películas, un tratado sobre la prostitución titulado Casa de tolerancia, llegó a estrenarse en España, sin contar con el paso por San Sebastián de Nocturama, un explosivo estudio sobre un grupo de terroristas juveniles que había sido rechazado por varios festivales europeos. Su gusto por la opacidad narrativa suele suscitar un desconcierto que sospecha que le ha cerrado algunas puertas internacionalmente, en un momento en el que todo lo que se espera del cine francés son comedias biempensantes. Ni siquiera Saint Laurent, fastuoso biopic sobre la vida y milagros del gran modisto, llegó a las salas españolas. “Lo vivo como una paradoja: no sé hacer las cosas de otra manera y, a la vez, es cierto que me gustaría tener más reconocimiento”, admite Bonello. “Pero uno no puede tenerlo todo. No puedes gozar de la libertad que tengo yo y no pagarla de alguna manera”.
Su octava película, Zombi Child, que hoy desembarca en los cines, rompe esa maldición. El proyecto alterna dos historias que parecen diametralmente distintas, aunque insospechados nexos afloren a medida que avanza el metraje. En el Haití de 1962, un hombre es transformado en zombi y luego explotado en una plantación de caña de azúcar. Medio siglo más tarde, en una escuela de élite en las afueras de París, Fanny comparte aula con Melissa, una de las descendientes de ese muerto viviente. Tras descubrir que su familia practica el vudú, la joven recurre a la tía de su amiga para curarse de un horrible mal de amores. Los ecos del pasado resuenan en el presente descrito por una película que, sin enunciarlo explícitamente, se adentra en un asunto tan espinoso como el pasado colonial francés. “Es un tema en el que pienso cada vez más, porque ya es hora de que mi país lo empiece a afrontar”, afirma el director.
Para apuntalar el subtexto de este relato, Bonello recurrió al historiador Patrick Boucheron, profesor del Collège de France y autor de Historia mundial de Francia, volumen que en 2017 protagonizó un fenómeno editorial al proponer un estudio más abierto del pasado francés, alejándolo de todos esos mitos que se repiten sin cesar desde 1789. El director le pidió que dictara un curso sobre el liberalismo para una de las escenas iniciales, en el que lamenta que el ideal republicano de liberté se haya desvirtuado con el paso de los siglos. “Debemos volver a esos principios básicos. Hoy tendemos a olvidar su significado. Y, cuando las cosas nos van tan mal, no creo que nos lo podamos permitir”, afirma Bonello, partidario, como Boucheron, de contar “una historia discontinua y subterránea”, en la que abunden los choques violentos entre épocas distintas.
En Zombi Child, Francia y Haití no parecen países tan diferentes. En los dos, el respeto a la tradición es un rasgo fundamental. Para subrayarlo, Bonello rodó las secuencias francesas en la Escuela de la Legión de Honor, un internado de titularidad pública fundado por Napoleón en el que solo pueden estudiar las hijas y nietas de quienes hayan recibido esa condecoración de la República Francesa. Sus alumnas, vestidas con uniforme obligatorio y depositarias de un legado revolucionario que son instadas a perpetuar, también pueden parecer zombis. “No tengo nada contra esa escuela, pero es un lugar que no ha cambiado, mientras que el resto del mundo sí cambia”, sostiene Bonello.
Además, la película contiene un discurso crítico con la fascinación de los blancos por las subculturas negras, del vudú al hip hop, como si el director insinuara que existe algo intrínsecamente neocolonial en ese acercamiento. “Es una gran pregunta. Solo se puede salir de esa postura escuchando y observando, nunca llegando y gritando nuestra opinión. A veces, somos neocoloniales sin darnos cuenta, a causa de nuestra historia”, señala Bonello. Su propia película se encuentra en esa encrucijada: el director trabajó en ella siendo consciente de que le acusarían de apropiación cultural. “Me obsesioné con este tema. Es una cuestión política, ética y moral, pero también cinematográfica: al final, todo pasa por controlar la duración de un plano o el ángulo de la cámara. Asumo haber hecho una película de director francés, aunque mi acercamiento al vudú fue todo lo respetuoso que pude. En Haití están hartos de que los estadounidenses lo usen para convertirles en un país diabólico”, asegura el director, que consultó con jefes espirituales y con mambos, las sacerdotisas que lo ejercen, para potenciar al máximo el realismo de lo que iba a rodar.
Cuando la película se estrenó en el Festival de Cannes de 2019, coincidió con títulos que también adoptaban al zombi como metáfora del hombre contemporáneo, como los últimos filmes de Jim Jarmusch (Los muertos no mueren), Mati Diop (Atlantique) o Jessica Hausner (Little Joe). “En los setenta, directores como George A. Romero, John Carpenter o David Cronenberg hicieron películas que parecían de serie B, pero luego vimos que eran grandes cineastas y que hablaban de política. Ahora sucede al revés: directores surgidos del cine de autor recurrimos al género para transmitir nuestro discurso. En los setenta, esos directores rodaron bajo el terror de Vietnam. Hoy volvemos a vivir en una época dominada por el miedo. Es natural que volvamos a este género”. ¿Y bajo qué terror vive Bonello? “El terror de la pérdida de sentido y el derrumbamiento de nuestros pilares, el de oír que nunca hemos sido tan libres porque nunca hemos estado tan conectados. En realidad, eso nos está llevando a una alienación total”, sentencia el director, convencido de que la intromisión de la tecnología en nuestras vidas también puede convertirnos, sin que lo advirtamos, en muertos vivientes.
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