_
_
_
_
_

La hipótesis cibernética se reactiva en el arte

La explotación de datos y el capitalismo digital no son sólo técnicas de control y gobierno, sino también un campo de acción para numerosos artistas

Recreación de 'The End' (2020), de Heather Phillipson, pendiente de inaugurarse en el cuarto plinto de Trafalgar Square, en Londres.
Recreación de 'The End' (2020), de Heather Phillipson, pendiente de inaugurarse en el cuarto plinto de Trafalgar Square, en Londres.

La idea de cambio se relaciona a menudo con la idea de deriva. Eso es: con el abatimiento del rumbo, con la acción de separar una parte del todo, con la pérdida de fluido que produce el chispazo en una línea eléctrica o en cualquier contexto vital. A esa ansiedad cada vez más pertinaz viven atados muchos artistas. En su imaginario está encontrar esas formas verbales del futuro con las que prever lo que la vida nos depara. Un tiempo de anticipación que tiene mucho que ver con la cibernética, disciplina que puso en circulación el matemático Norbert Wiener en plena II Guerra Mundial para controlar el tráfico aéreo y conocer de antemano los movimientos del enemigo. Eso le llevó al estudio de la regulación de los organismos vivos, a extraer los datos que se tenían sobre biología y aplicarlos al diseño de la máquina. Una comparación entre mente y máquina que luego hizo suya la inteligencia artificial, anticipando lo que después se llamó cyborg: una ingeniosa contracción entre cibernético y organismo que en los noventa se alzó como paradigma en el arte.

También el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid contribuyó lo suyo a ese combo entre arte y compu­tadora. Una lingüística matemática que está en la base de las obras de José Luis Alexanco, cabeza visible de ese grupo, reivindicado ahora por el mercado y el museo, como veremos el próximo septiembre en una completa exposición del artista en la Sala Alcalá 31 de Madrid.

La pandemia enfatiza sin remedio esa vieja idea de que la plenitud del presente está siempre en una situación de pérdidas, algo que le ha dado a lo ciber un nuevo alcance, aun cuando el big data parecía vivir con resaca. El dominio del cómputo ha pasado a ser una de las principales fuentes de negocio de nuestro tiempo, con grandes beneficios a través de la explotación de datos, y es algo que no pasa inadvertido en el campo cultural. Pocos proyectos como Agency, con sede en Bruselas y creado por Kobe Matthys en 1992, han metido tanto el dedo en esa llaga. Desde hace años compila “listas de cosas” (procesos jurídicos, demandas, derechos de autor…) trastocando la clásica división entre lo colectivo y lo individual y preguntándose qué sentido tiene eso en un mundo cada vez más especulativo. Lo recoge ahora la exposición Cybernetics Of The Poor: tutoriales, ejercicios y partituras en Tabakalera de San Sebastián y que el próximo otoño tendrá una segunda fase en la Kunsthalle de Viena. Surgida de un seminario internacional celebrado en 2019, es una de las apuestas con las que este centro de arte contemporáneo donostiarra celebra su quinto aniversario y una de las grandes exposiciones que teorizan sobre cómo el arte tiende a evidenciar o evitar toda forma de control.

'Madonna y el Niño' (2010), de Trisha Baga.
'Madonna y el Niño' (2010), de Trisha Baga.

Aunque no la única. Uncanny Valley: Being Human In The Age Of AI, en The de Young Museum de San Francisco, también se dispone a desentrañar qué significa ser humano en un mundo mediado por la tecnología proponiendo nuevas formas de pensar sobre inteligencia, naturaleza y artificio. Una exposición en la que coinciden dos de los artistas más efectivos (y efectistas) en la hipótesis cibernética: Trevor Paglen (Camp Springs, Estados Unidos, 1974) e Ian Cheng (Los Ángeles, 1984). Geólogo de formación, Paglen trabaja sobre estructuras invisibles de poder que permanecen ocultas y que categorizan el mundo: bases de entrenamiento militar y prisiones que no figuran en los mapas, sistemas de recopilación de datos y de vigilancia que incluyen satélites, cables de banda ancha o máquinas de inteligencia artificial. Su próximo proyecto, Bloom, sobre la actual política de imágenes bajo la tecnología del reconocimiento facial, llegará el 10 de septiembre al 6 Burlington Gardens y a la plataforma digital de la galería Pace de Londres.

Ian Cheng también discurre por un mundo virtual impredecible. Emissaries, que presentó en 2017 en el MoMA PS1, fue su debut en Madrid el pasado febrero de la mano de ­Patrizia San­dretto. Un universo autoejecutable donde el espectador contempla las posibilidades de una historia cuyos núcleos son la conciencia y la capacidad de adaptación propias de lo humano.

En manos de las artistas, la cibernética subvierte el tono patriarcal de su raíz etimológica ligada a la idea de “timonel” y “gobernador” y roza cualquier idea asociada a lo ultramoderno. Lo es la actual exposición de ­Trisha Baga (Florida, 1985) en HangarBicocca de Milán, su primera gran muestra institucional: una especie de mundo inmaterial hecho de ventanas, enlaces y monitores. Inteligencia artificial desarrollada por Amazon con el asistente virtual de Alexa y tecnología 3D para un sentimiento alto de hipnosis colectiva. Por una línea similar discurre el trabajo de Heather Phillipson (Londres, 1978), la última artista en ocupar el cuarto plinto de Trafalgar Square, uno de los proyectos de arte público más codiciados. A falta de inau­gurarse, ya que se paró su presentación en marzo por el confinamiento, es un enorme remolino de crema batida rematado por una cereza, una mosca y un dron que no puede ser más elocuente en un momento en el que no sabemos ni cómo comernos ese pastel. Temores y fobias abundan también en las obras de Marianna Simnett (Londres, 1986) asociadas a las intervenciones médicas, tecnológicas y farmacológicas en el cuerpo. Un ejemplo es Blood In My Milk (2018), con la que debutó en el New Museum de Nueva York, y que acaba de presentar en la Kunsthalle de Viena. Mucho más robótica es Raphaela Vogel (Núremberg, 1988), y sobre los efectos secundarios de la tecnología ahonda cada trabajo de Melanie Bonajo (Heerlen, 1978). Desde la performance trabaja Tabita Rezaire (París, 1989), cuyas clases de yoga llegarán por Zoom el 1 de agosto a La Casa Encendida de Madrid. Con la física cuántica en mente, su trabajo habla de un tiempo y un espacio de encuentro entre la tecnología y la espiritualidad para dar lugar a floridas visiones de conexión y emancipación. La contrariedad máxima de este siglo XXI: las máquinas no nos harán libres.

Cybernetics Of The Poor: tutoriales, ejercicios y partituras. Tabakalera. San Sebastián. Hasta el 23 de agosto.

Uncanny Valley: Being Human In The Age Of AI. The de Young Museum. San Francisco. Hasta el 25 de octubre.

The Eye, The Eye And The Ear. Trisha Baga. Pirelli HangarBicocca. Milán. Hasta el 10 de enero de 2021.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_