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ARTE

Muerte y reanimación del monumento

A la ostentosa representación de las estatuas de signo colonial y racista se opone ahora una iconoclastia más elocuente que acabará transformando el rostro del arte público en las ciudades

Cabeza de un monumento a Lenin desmontado en 1991, expuesta en la Zitadelle de Spandau, en Berlín.
Cabeza de un monumento a Lenin desmontado en 1991, expuesta en la Zitadelle de Spandau, en Berlín. GREGOR FISCHER (DPA/Getty)

Parecían el matrimonio más sólido del planeta. No se tenían noticias de escándalos ni infidelidades, tampoco de sus opiniones políticas o de su poderoso círculo de amigos. Eran dos pesos pesados con decenas de retoños por todo el mundo cumpliendo impecablemente su papel de observadores sociales, siempre muy bien situados —verticalmente, eso sí— en los parques del edén social, uniendo el Viejo y el Nuevo Mundo, aunque él siempre andaba despistado señalando con su dedo a Mallorca (puede que aposta) y no al lugar de la conquista, allá donde la esposa eleva su ardor al cielo indiferente del siglo XX.

Habían nacido el mismo año, 1886. Ms. Liberty en la bahía de Nueva York (la cigüeña la trajo de París) y Cristóbal Colón en el puerto de Barcelona, el mismo paralelo, cada uno en una cara del Atlántico. Un artista celestina los presentó, hubo flechazo y tras seis años de galanteos anunciaron las nupcias para 1992, coincidiendo con la celebración de los 500 años de la conquista de América y de paso unos Juegos Olímpicos. La boda se celebró en el desierto de Nevada tras un espectacular desfile en la Quinta Avenida que dejaba a las de Versalles en una broma. Así, en resumen, transcurrió la obra in progress de Antoni Miralda, Honeymoon (1986-1992), “símbolo del intercambio de ideas y tradiciones que unieron dos continentes”. En 2017, un periodista preguntó a Miralda si tenía noticias del matrimonio. “No estoy al corriente de su día a día. Los monumentos tienen su propia lógica y su manera de calcular el tiempo”, declaró simpática y perspicazmente. Pero, como dice la canción, no hay mal, ni amor, que cien años dure.

El arte es un mal relator de los hechos de la historia, aunque puede ayudar a repararla aceleradamente

El arte es un mal relator de los hechos de la historia, aunque puede ayudar a repararla aceleradamente. Sólo hace falta una chispa que incendie una liaison apacible. El pasado noviembre se instaló en Brooklyn, justo frente a los juzgados donde se tramita el juramento de ciudadanía estadounidense, el contramonumento titulado Unity, de Hank Willis Thomas (Nueva Jersey, 1976), un enorme brazo de bronce negro que emerge del suelo apuntando al cielo y que inmediatamente recuerda el gesto de la Estatua de la Libertad. Su diseño partió de un modelo natural de 2 metros y 13 centímetros, el pívot camerunés de la NBA Joel Embiid, y se ha convertido en el símbolo que reivindica las calles de Nueva York como espacio de diversidad racial, sexual y de género. También es el punto de encuentro donde se concentran diariamente los manifestantes al grito de Black Lives Matter (BLM), el movimiento internacional que surgió en 2013 del hashtag creado por tres mujeres líderes de la comunidad afroamericana tras el asesinato del adolescente Trayvon Martin en Florida a manos de un vigilante de barrio.

Ms. Liberty ama a Mr. Unity. La escultura del brazo ha resultado más eficaz en su ternura que la que se instaló casi contemporáneamente en Times Square —con carácter provisional—, una estatua ecuestre de Kehinde Wiley que representa a un joven afroamericano a caballo vestido con ropa urbana en una composición que subvierte directamente el modelo de los monumentos a los generales confederados de la guerra de Secesión. La pieza, titulada Rumours of War, ha hallado su lugar definitivo precisamente en Richmond, junto al Museo de Bellas Artes de Virginia. Allí permanece intocada, muy cerca de la fila de estatuas dedicadas a los héroes de guerra que en los últimos días han sido dañadas por los manifestantes antirracistas, como ha ocurrido con otros emblemas en la mayoría de ciudades estadounidenses y en las principales capitales europeas.

'Unity' (2019), de Hank Willis Thomas, estatua erigida en Brooklyn (Nueva York) a iniciativa del programa Percent for Art.
'Unity' (2019), de Hank Willis Thomas, estatua erigida en Brooklyn (Nueva York) a iniciativa del programa Percent for Art.Sergio Pardo

Persisten los “rumores de guerra” mientras otras voces más conciliadoras advierten de que no se puede borrar la historia y piden en cambio promover acciones “sanitarias” sobre la estatuaria “supremacista”, que debería o bien estar confinada en almacenes o exhibidas en museos dedicados a la colonización, de la misma manera que hay espacios que nos recuerdan la infamia del Holocausto. Existe un precedente en Spandau (Berlín), un museo inaugurado en 2016 dedicado a las estatuas que fueron desmanteladas durante el siglo XX y que ahora se exhiben sin esplendores y convenientemente contextualizadas. En España, el retraso produce sonrojo. Pocas exposiciones denuncian la presencia en las calles, aún hoy, de monumentos dedicados a esclavistas y simbología franquista. La más reciente, Fantasma ‘77, es una muestra de pequeño formato que arrancó el pasado mes de febrero en el Tecla Sala de L’Hospitalet y viajará por cuatro ciudades españolas; la próxima, Valencia.

En España, el retraso produce sonrojo. Pocas muestras denuncian la presencia de esta estatuaria

En el futuro, las guerras socioculturales persistirán para beneficio, incluso, de la simbología más estimada. Hace unos pocos días, el artista Krzysztof Wodiczko presentó Monument, una de sus habituales proyecciones, sobre la estatua de bronce del héroe unionista David G. Farragut en Madison Square Park, en Manhattan. Sobre el cuerpo del héroe de guerra, modelado por el virtuoso escultor de origen irlandés Augustus Saint-Gaudens, el artista iba volcando las imágenes y los testimonios grabados de 12 refugiados (se calcula que hay 70 millones de desplazados en todo el mundo). Como “reanimador” de monumentos, Wodiczko transforma su experiencia personal (nació en 1943 en el gueto de Varsovia) en síntoma social. Y es verdad que la urbanidad de este tipo de intervenciones artísticas solo se puede saborear con plenitud si se contrastan con actitudes más radicales, como la acción —casi poética— de tirar al Sena la inexpresiva estatua de un esclavista. Pero la era pop nos ha convertido en unos realistas sociales, no en románticos.

Fantasma ‘77. Iconoclastia española. Centro del Carmen. Valencia. Del 1 de julio al 30 de agosto.

Unveiled. Berlin and its Monuments. Zitadelle de Spandau. Berlin. Exposición permanente.

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