Atlas de geografía artística
El libro 'Mapas' reproduce los planisferios que surgieron de la imaginación utópica de escritores, artistas, cartógrafos y aventureros, de Robert Louis Stevenson a Alighiero Boetti
La equis marca un lugar aunque nunca se ha descubierto un tesoro. Pero persiste la promesa de que uno se puede hacer rico cavando, y más aún, que el mapa oculta las fascinaciones del cartógrafo y los peligros de sus enemigos ávidos. Durante el lluvioso verano escocés, el niño de 12 años Lloyd Osbourne mata el aburrimiento dibujando el mapa de una odisea imaginaria en una isla con armas y doblones de oro enterrados. Robert Louis Stevenson se emociona con el plano de su hijastro hasta el punto de que al terminar las vacaciones ya ha escrito bastantes capítulos de La isla del tesoro (1883). El dibujo de la Isla del Esqueleto (la Isla de Norman, en las Vírgenes Británicas) se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Yale junto al manuscrito, del que Henry James dijo que era perfecto “como un juego de muchachos bien jugado”.
Un mapa, por pequeño y detallado que sea, nunca es real, pero sí un lazo con el mundo, un espejo en nuestra habitación donde observamos una cordillera en el pliegue de nuestra camisa, el océano con sus manchas en el iris del ojo, el Everest en una rodilla, el desierto del Gobi en la frente y el Etna en la boca, con los labios en erupción carnosa. El mapa es también la vida que uno quiere para sí, pues la existencia consiste en llegar.
Los mapas nacen del deseo de conocer. También de la casualidad. En 1971, el artista alemán Hans Haacke (Colonia, 1939) preparaba su exposición en el Guggenheim de Nueva York cuando, en una de sus muchas idas y venidas entre su casa del West Village y el museo, se percató del contraste que existía entre los dos barrios –un área de almacenes y muelles semiabandonados, el primero; y una zona residencial de lujo, el segundo– hasta el punto de inspirarle una de sus obra más conocidas, Shapolsky et al. Manhattan Real Estate Holdings, a Real Time Social System, as of May 1 y que le costó su flamante debut en el museo, pues su director, Thomas Messer, canceló la exposición por la negativa del artista a no incluirla. Haacke había hecho un impecable trabajo de campo –exponente del mal llamado arte político (¡todo es político!)– donde yuxtaponía fotografías de las fachadas de los edificios con información de sus propietarios y valor catastral recabada de los archivos públicos de la ciudad. La obra acabó siendo un contramapa de los entresijos de la codiciosa familia propietaria del mayor grupo inmobiliario de la ciudad, cuyos intereses se cruzaban con los de los trustees (patronos) del Guggenheim.
El mapa, como el libro, exige la incursión del lector en un territorio donde no hay límites ni fronteras porque el tesoro nunca está en el mismo sitio ni en un tiempo mítico, por así decir, y, porque norte y sur tampoco coinciden para el que vive en Barcelona y en Melbourne. Los usos metafóricos del mapa están en las altiplanicies de la creación visual de todo el siglo XX y se han usado para contar historias, fundamentalmente de piratas. Para Haacke y para artistas como Gordon Matta-Clark, Ed Ruscha, Alighiero Boetti o Richard Hamilton, el mapa se definía por fuerzas económicas y políticas. La célebre portada que Saul Steinberg creó en 1976 para The New Yorker, Vista del mundo desde la Novena Avenida, es también una crítica a la estrechez de miras de muchos ciudadanos que creen que lo único importante es lo que está en la esquina de su casa, salvo para el que ve el ombligo del mundo en la puerta de un estanco (Smoke).
Las cartografías también sirven para denunciar los problemas reales de las personas, como las que William Bunge hizo sobre el Detroit de los setenta, con los puntos negros que indicaban los cruces donde los ricos atropellan a los niños negros, en sarcástico paralelismo con los de los lugares donde las ratas muerden a los bebés. La artista húngara Agnes Denes, neoyorquina de adopción, ideó la imagen de un globo terráqueo en forma de donut con los continentes flotando y los polos besándose por el agujero de la rosquilla (Sistema isométrico en espacios isótropos, 1974). Para la octogenaria artista, representar el ónfalo de la Tierra nos hace más conscientes de la responsabilidad que tenemos con el planeta. La libanesa Mona Hatoum ideó un mundo escurridizo y provisional, un puzzle de pastillas de jabón hecho con el aceite de Nablús, en Cisjordania (Tiempo presente, 1996).
Estos ejemplos se incluyen en el volumen Mapas (Phaidon) mezclados con los planisferios y cartas surgidos de la imaginación utópica de artistas, cartógrafos y aventureros. Y aunque las herramientas digitales de Google nos convenzan de que podemos entrar ahora mismo en el porche de la casa de un antiguo amor en un pueblo de Massachussets, tal eventualidad no sería más real que el mapa visible de un mundo esquivo como el del olfato, por cierto, el primer sentido que pierde un enfermo de coronavirus. El Mapa de olores de Glasgow (2012), ideado por Kate McLean, marca con puntos grandes el origen de los aromas y con pequeños donde los lleva el viento y cómo se desvanecen. La maravillosas nebulosas de esta artista y diseñadora escocesa persiguen las rutas aromáticas del metro, representadas con elegantes anillos. Desde entonces, se cree que en los tubes existen auténticos tesoros que nos hacen olvidar el mal olor de las aglomeraciones durante el lluvioso verano escocés.
Mapas. Explorando el mundo. Phaidon. 352 páginas. 29,95 euros.
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