Pablo Remón y las ficciones salvadoras
La cuarentena ha pillado al autor y director preparando su nueva obra con las actrices Carmen Machi, Irene Escolar y Bárbara Lennie
El tentacular Pablo Remón iba esta temporada como un pluricohete. Para centrarnos solo en el teatro, porque también escribe para el cine y la televisión: el estreno de su versión de Betrayal (Traición), de Harold Pinter, dirigida por Israel Elejalde, había sido aplaudidísima en Avilés; Los mariachis seguía girando; Sueños y visiones de Rodrigo Rato, escrita con Roberto Martín, tenía que volver al ambigú del Pavón en mayo, y en junio se iba a presentar en la sala grande Las ficciones, su nueva comedia, protagonizada por Carmen Machi, Irene Escolar y Bárbara Lennie, sin olvidar el plan de montar de nuevo Doña Rosita, anotada, que se vio en el Canal el pasado año. Un plan descomunal hasta que llegó el maldito coronavirus. “Desde luego que hay razones para el pesimismo, pero también para el optimismo, al menos en nuestro gremio”, dice, “porque el teatro siempre ha sobrevivido a todo”.
Por lo pronto, le pillo escribiendo: “Iba más o menos por la mitad de Las ficciones. Muchas cosas las vamos decidiendo con los actores (actrices, en este caso) durante los ensayos. Mis obras arrancan sumando materiales distintos. Me alimento de improvisaciones y juegos de los intérpretes: a ellos siempre se les suelen ocurrir cosas estupendas. Hay obras que he reescrito una y otra vez. O que viraron de orden de modo radical, como Los mariachis. A la hora de dirigir, cada vez desconfío más de mi escritura: me parece más útil permanecer atento a lo que les pasa a los actores”.
Las ficciones es una comedia desaforada, me dice, sobre las historias que intercambian los cómicos y se cuentan a sí mismos. Machi, Lennie y Escolar interpretan muchos personajes, pero el hilo conductor es una actriz de capa caída, Isa Velasco (Lennie), en busca de un papel que le cambie la vida. Interpreta series, clásicos como Las tres hermanas, teatro infantil (o aparentemente) como El mago de Oz, y se intercalan sueños y recuerdos, porque “el recuerdo es la mayor ficción”, dice Remón. “Cambian de tiempo y de espacio, y en cada escena aparecen personajes nuevos, desde Teresa, una actriz que lleva 18 años haciendo la misma serie, hasta un niño que se convierte en una mezcla temible de crítico y director de escena. O son narradores, que se dirigen al público o hablan entre sí, todavía no está decidido a quién”.
Hay una frase en Las ficciones que casi parece un lema para Remón: “Salir de la cárcel de uno mismo”. “Tiene mucho de lema, sí”, me dice. Y lo amplía: “A menudo, la salvación llega por la ficción. En El tratamiento, Martín, el guionista, dice ‘cuando escribes, la realidad habla en voz baja’. T.S. Eliot decía una gran verdad: que el ser humano no puede aguantar demasiada realidad. La ficción te ayuda a vivir la realidad. Sobre todo en tiempos difíciles, como ahora. Es una forma de conocimiento, una de las pocas que hemos encontrado para vernos a nosotros mismos”. Se resistía a adaptar Doña Rosita, la soltera, “porque no sabía qué tenía que ver con esa obra y cómo podía acercarme a ella”, y aquella reversión (“contándole al espectador mis dudas, mi proceso, cómo hacerla, desde dónde”) se convirtió en su obra más personal: “Y gracias a Lorca acabé hablando de mi familia”.
Remón es una montaña de vivas contradicciones. Cita a Daulte, otra de sus mil influencias (“los mayores enemigos del teatro son la solemnidad y la frivolidad”), pero no tarda en añadir: “Aunque hay una aparente frivolidad mucho más seria y nutritiva de lo que parece”. Luego: “Siempre me ha costado acostumbrarme a obras con un solo espacio y dos personajes”, aunque así hizo Barbados, etcétera en 2017. Y le fascina Pinter, que en cierto modo le lanzó al teatro: muchas de sus obras, por cierto, son de dos o tres personajes en un solo lugar. “Pinter y Beckett son para mi los grandes maestros. Dan el mayor efecto con lo mínimo.
Leer a Pinter le llevó a pensar ‘Pero si yo creía que eso no se podía hacer’. “Mi primera obra, La abducción de Luis Guzmán, era hija de Pinter, una especie de Pinter a la manchega. Luego descubrí a Sanzol, a Del Arco… No he escrito novela porque las que se me han ocurrido las fui volcando en el teatro. Me interesan obras como árboles, con muchas ramas. Historias, tanto en teatro como en cine, en las que a la mitad te encuentras en un lugar muy diferente al que estabas al comienzo: no donde me han llevado sino cómo; y que al acabar, el espectador tenga la sensación de haber visto tres obras distintas. Y en las que un aparente secundario se transforma en protagonista. Porque a veces, las cosas capitales de tu vida no te las dice la gente más importante sino un desconocido”.
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