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La pérfida Albión y la hamburguesa de Cordelia

El nacionalismo británico, como el catalán y el vasco o los llantos de cocodrilo del español, combina una sensación de agravio profundo y un arrogante sentido de superioridad

Juan Luis Cebrián
Celebración del Brexit, el pasado 31 de enero junto a la estatua de Winston Churchill en Londres.
Celebración del Brexit, el pasado 31 de enero junto a la estatua de Winston Churchill en Londres.HENRY NICHOLLS (REURTERS)

En 1980, el ministro de Agricultura del Reino Unido obligó a su hijita Cordelia, de cuatro años de edad, a comerse una hamburguesa de ternera ante las cámaras de televisión. Nadie protestó por esa utilización abusiva de la menor. Era la respuesta de su Gobierno a la humillación infligida por Alemania, reunificados sus dos Estados por esas mismas fechas, cuando decidió vetar la importación de carne de ternera británica como consecuencia de la crisis de las vacas locas. Estas eran portadoras de una proteína que provocaba una enfermedad neurológica degenerativa y letal, de fácil contagio a los humanos. Cuarenta años después, la opinión pública parece haber olvidado aquel incidente que desató una campaña global de las autoridades sanitarias, aunque no tan contundente como la de hoy frente a la amenaza del coronavirus. Los ingleses señalaron al culpable de lo que consideraban una agresión injusta a su libertad de comercio y al prestigio de sus instituciones: Alemania, el enfermo de Europa. En algunos países, como Estados Unidos, la prohibición de comer chuletones de procedencia británica duró 15 años.

Fintan O’Toole, un periodista irlandés de largo recorrido, explica en su libro sobre el Brexit lo que parece ser el verdadero resumen de la historia: Inglaterra se ha marchado de Europa, y con ella las otras patrias del Reino Unido, porque en realidad nunca acabó de estar dentro del todo. Cumplió siempre con sus obligaciones, pero en el reino de las emociones padecía, y lo sigue haciendo, un complejo existencial: el perdedor de la segunda Gran Guerra emergía como el verdadero paladín europeo mientras que el Imperio Británico se desmembraba. Desde este punto de vista, la unidad europea sería en realidad el triunfo de la voluntad germánica, que habría colonizado el continente. Nadie osaba hablar de nuevas formas de nazismo, pero algunos las daban por sobreentendidas, y los recelos fueron siempre evidentes. Para los sedicentes intelectuales que apoyaban la ruptura, las razones estaban claras: Europa había cambiado profundamente y ya no era la misma que en el día de la adhesión británica, cuando, en palabras de Andrew Gillighan, “el pueblo se unió con entusiasmo a un Mercado Común, no a una agenda social, una moneda única o algo que evoluciona hacia un super-Estado”.

Por exagerada que pueda parecer la tesis de O’Toole respecto al comportamiento psicopático de la opinión pública inglesa, lo que más me ha interesado de su relato, cuyo humor irlandés es vecino del sarcasmo, son las reflexiones sobre el carácter del nacionalismo británico, que está en la base de su ruptura con el continente. En realidad no me parecen distintas de las de ningún otro nacionalismo. Todos se construyen desde una autocompasión profunda, “en la que uno se puede sentir al mismo tiempo horriblemente maltratado y excepcionalmente imponente”. Esta es una definición que encaja bastante bien con el victimismo tradicional de los independentistas catalanes o vascos, pero también con los llantos de cocodrilo del nacionalismo español. Combina esa actitud la sensación de un agravio profundo y un arrogante sentido de superioridad frente a los demás. Ello hace que muchos ingleses sientan que su país, vencedor en la Guerra, es tratado como si en realidad la hubiera perdido, mientras que los derrotados se convierten en los nuevos líderes de la situación. Frustración que evidencian con singular énfasis los neofranquistas españoles cuando se discute sobre la Memoria Histórica.

En opinión del autor, “la idea de Europa como un super-Estado pseudonazi estaba muy presente en 1975” en los ambientes londinenses. Según él, no se podía responsabilizar a Europa por ello, pues era “más bien la consecuencia de la relación profundamente conflictiva e inestable de Inglaterra con la Segunda Guerra Mundial y con lo que esta significó”. Esta investigación psicoanalítica del comportamiento nacional inglés me recuerda demasiado a las lucubraciones de parecido género cuando se discute sobre el ser de España o se analiza el comportamiento de las nuevas generaciones respecto a nuestra guerra civil. Inglaterra y nuestro país extendieron su soberanía sobre los imperios más grandes de la tierra y su vinculación histórica al continente europeo fue en ambos casos tan conflictiva como débil. Inglaterra siempre receló de la católica Europa, mientras que España se miraba a sí misma como la defensora de la fe. Para Londres, el enemigo teutón era y es la amenaza permanente; para Madrid, su aliado histórico. Al menos hasta la actual incompetencia de nuestra política exterior.

La erosión del Estado de bienestar sirvió también de acicate para el reflejo antieuropeísta británico, lo mismo que la crisis financiera y el llamado austericidio agitó el populismo nacionalista en Cataluña. Por último, la sustitución de la Historia por la mitología, la invención del pasado y la burda mentira han sido armas habituales y preferentes entre los líderes del separatismo, tanto en Westminster como en Barcelona.

No me atrevería a decir que Un fracaso heroico sea un libro fundamental para la comprensión del Brexit, pero tampoco resulta irrelevante. Mi conclusión final, si sirve para algo, es que el actual desorden español mucho tiene que ver con el desorden europeo y con la fragilidad e ignorancia de quienes tratan de liderarlo. Gente que, en palabras de O’Toole, “tienta a la suerte al asumir que el sistema puede desacreditarse a sí mismo tanto como quiera, sin consecuencias a largo plazo para la misma idea del orden político”.

BUSCA 'UN FRACASO HEROICO'

Autor: Fintan O’Toole.


Traducción: Francisco Herreros.


Editorial: Capitán Swing, 2020.


Formato: tapa blanda (224 páginas).


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