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LIBROS | ADELANTO EDITORIAL DE 'PUERTO OSCURO'

Mark Strand y el puerto oscuro

Babelia adelanta un extracto del poemario inédito en español del autor, muerto en 2014, 'Puerto oscuro'

Mark Strand, en Nueva York en el año 2000.
Mark Strand, en Nueva York en el año 2000.Corbis

Tan alto, apuesto, irónico, extraño y sereno

Por Andrea Aguilar

Cabe pensar que Mark Strand (Summersideside, Canadá, 1934-Nueva York, 2014) escribió Puerto oscuro, un poema escrito en 55 secciones —editado originalmente en 1993 y que ahora aparece traducido al español—, en Utah, cuando impartía clases en la universidad de ese Estado y residía en Salt Lake City. “U de Utah, el entorno occidental de mi tedio indispensable y, en muchos aspectos, su inspiración”, escribió en su maravilloso texto Abecedario de un poeta. Podría ser esta frase un buen apunte para acercarse a la inteligencia y franca ironía de Mark Strand. Precisa y divertida, la voz de este poeta marcó un ritmo elegante, personal y profundo desde que se estrenó en los sesenta con Sleeping with One Eye Open. Ocupó un lugar de honor en las letras estadounidenses, impartió clases en media docena de universidades, viajó y mantuvo su mirada ajena, filtrada y abierta al mundo, como la de un pintor, porque al fin y al cabo eso es a lo que aspiraba a dedicarse antes de que los versos se cruzaran en su camino. Compañero de generación y gran amigo de Charles Simmic y Charles Wright, traductor de Alberti cuando él era un joven poeta y de Octavio Paz, con quien forjó una buena amistad, como la que tuvo con Brodsky, Strand es un autor fundamental en la poesía del siglo XX estadounidense. Fue premiado y ampliamente reconocido, obtuvo el Pulitzer, una beca MacArthur, o la medalla oro de la Academia de las Letras Americanas. Traducido a más de una docena de idiomas, su último libro aparecido en español fue Casi Invisible (Visor).

No sólo poemas, Strand, tan alto, apuesto, extraño y sereno como su obra, también escribió sobre el arte de la poesía. Quizá ahí estén muchas de las claves para acercarse a los versos de Puerto oscuro cargados de imágenes, reflexiones y momentos congelados, como los que captó Edward Hopper, el artista a quién dedicó un fantástico libro de ensayo. No hay mejor camino para empezar la lectura que las propias palabras de Strand sobre qué es la poesía: “No se trata de conocimiento sino más bien de una ocasión para creer, una razón para sentir, una afirmación de la existencia. Resulta opaco y misterioso y, al tiempo que invita al lector, lo repele”. 

Puerto oscuro. Mark Strand. Kriller 71 Ediciones. Traductor: Adalber Salas Hernández. 108 páginas. 15 euros. Edición bilingüe.

Selección de poemas de Puerto oscuro:

II

Escribo desde un lugar en el que nunca has estado,

donde los trenes no llegan y los aviones

no aterrizan, un lugar al oeste,

donde setos pesados de nieve rodean cada casa,

donde el viento grita en la cara en blanco de la luna,

donde la gente es chata y las modas,

si llegan, lo hacen tarde y son consideradas

formas de opresión, fuente de pesar.

Este es un lugar que se enciende un poco a las 7 p.m.,

luego se apaga y se desliza a la funeraria

de las estrellas, y todos sueñan que flotan

como ángeles vestidos con hábitos fragantes,

que son librados de sus muchos deberes

para caer en la ronda de placeres disponibles

–días como páginas arrancadas a un álbum familiar,

reuniones interminables, el coro celestial junto al asado,

ajustando el tono a la ocasión

y todos mirando, aturdidos por la magnitud.

VIII

Si el amanecer rompiera el corazón y la luna fuera un horror

y el sol apenas una fuente de torpor, entonces

por supuesto que hubiera guardado silencio estos años

y no hubiera escogido salir esta noche,

vistiendo mi traje cruzado azul oscuro,

y sentarme en un restaurant con un plato

de sopa frente a mí para celebrar cuán buena ha sido

la vida y cómo ha culminado en este instante.

Las armonías de la salud han alcanzado su apogeo,

y me estremezco de satisfacción, y tú te ves bien

también. Me encantan tus dientes de oro y tu pelo teñido

–un poco verde, un poco amarillo– y tu peso,

que finalmente ha subido donde nunca pensamos que subiría.

Oh, mi compañera, mi muerte hermosa,

mi paraíso negro, mi estupefaciente rancio,

mi musa simbolista, dame tu pecho

o tu mano o tu lengua que duerme todo el día

tras su pared de encías rojizas.

Échate en el piso del restaurante

y recita todo lo que ha sido apartado de mi felicidad.

Dime que no he vivido en vano, que las estrellas

no morirán, que las cosas permanecerán como son,

que durará lo que he visto, que no nací en pleno

cambio, que lo que he dicho no ha sido dicho para mí.

XVI

Es cierto que, como alguien ya ha dicho, en

un mundo sin cielo todo es despedida.

Sin importar que agites la mano o no,

es despedida, y si no hay lágrimas en tus ojos,

aún es despedida, y si pretendes no darte cuenta,

odiando lo que pasa, aún es despedida.

Despedida, sin importar qué suceda. Y las palmeras, mientras

se inclinan sobre la verde, brillante laguna, y los pelícanos

zambulléndose, y los cuerpos aceitados de los bañistas que descansan,

son estadios en una quietud máxima, y el movimiento

de la arena y del viento y los gestos ocultos del cuerpo

son parte de ella, una simplicidad que transforma el ser

en ocasión para el duelo, o en ocasión

para celebrar, pues ¿qué más hace uno,

sintiendo el peso de las alas del pelícano,

la densidad de las sombras de las palmeras, las células que se oscurecen

en las espaldas de los bañistas? Están más allá de las distorsiones

del azar, más allá de las evasiones de la música. El final

es actuado una y otra vez. Y lo sentimos

en las tentaciones del sueño, en el madurar de la luna,

en el vino mientras espera en la copa.

XLI

A veces, después de la cena, cuando salgo a caminar

y mirar el cielo nocturno y percatarme de que no tengo idea

de lo que veo, que la distancia de las estrellas

es insignificante y su número se encuentra mucho más allá

de lo que puedo comprender, me pregunto si el físico

ve el mismo cielo que yo, una lujosa disposición de luces,

ordenadas de acuerdo a nuestra escala, y nuestro poder para

imaginar en términos simples un espacio como el espacio

que padecemos aquí en la tierra, en este cuarto, contigo sentada

en esa silla, leyendo un libro del cual no entiendo

nada, pensando pensamientos que no puedo intuir,

mientras se acercan momentos cuya carga es un misterio.

Ah, ¿quién sabe? Ya estamos viajando más rápido de lo que

puede aguantar nuestra quietud aparente, y si la cosa sigue así,

para cuando hable ya estarás a años luz de distancia.

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