Sara Baras: “Cuando bailas algo te posee que te vas, te sales de ti misma”
La bailaora celebra su madurez con un recital dedicado a la farruca, y admite haber ganado en hondura: "bailo mejor desde que soy madre"
La víspera de Nochebuena, en el concierto de Miguel Poveda en Madrid, se produjo un prodigio. Lo que iba a ser un cameo de Sara Baras bailándole al cantaor catalán derivó en una catarsis que sumió en trance a las 15.000 almas que abarrotaban el Wizin Center mientras al mismísimo Poveda le rodaban lagrimones sin freno por los carrillos. Qué dramón. Y qué euforia. Había que ser de hielo seco para no fundirse viendo y oyendo a Baras pasar de la agonía al éxtasis taconeando sobre el estrado. Se lo comento a la interesada, que acude a la cita con botas de felpa y una coleta alta por todo atrezzo, y parece complacida: “Yo también me emocioné. De eso se trata”.
Con ese batir de piernas, podría partir cocos con los muslos.
Jajaja. Cocos, y lo que haga falta. Sí, la verdad es que, de tanto bailar, estoy muy fuerte físicamente. Pierdo dos kilos por función. Luego los gano con agua, pero cuando estás muchos días bailando no los llegas a recuperar del todo. Digamos que, en muslos, no tengo que envidiarle a Beyoncé.
¿Bailando se siente poderosa?
Sí. Me siento una mujer fuerte. En escena no dudo, no tengo excusas, ni miedo, no medito. En el escenario me crezco y si hace falta comérselo, me lo como entero. Luego abajo, dudo, soy más lenta, mucho más pequeñita para todo.
¿Qué es un ole cuando se oye?
Un aplauso de dentro. Es diferente si lo digo que si me lo dicen, pero siempre viene bien. Cuando algo te gusta, cuando algo te llega, el ole se te escapa. Si no, no es. Un ole ni se compra ni se vende.
¿Hay que sudárselo?
Baras se pone farruca
Sara Pereira Baras (Cádiz, 48 años), hija de bailaora y de coronel de Infantería, baila desde que recuerda. Ahora presenta en Madrid Sombras, un recital de homenaje a la farruca, un palo tradicionalmente masculino donde se siente "más mujer que nunca".
Hay que buscárselo. Es una búsqueda siempre única y misteriosa porque nunca sabes del todo cuándo va a salir, o si va a salir siquiera. No es algo mecánico. No son matemáticas. Es el duende.
¿Cuánto duele el 'pellizco'?
A veces mucho. El flamenco es un arte con tanto sentimiento y verdad que se te clava. Da igual de donde seas, el idioma que hables, si entiendes de palos o de cante. Si se te eriza la piel, si te araña el corazón, lo has entendido todo.
¿Baila igual que a los 20 años?
No. En la juventud buscas la velocidad, el paso más difícil, el correr, el impresionar. Estás como ansiosa por demostrar cosas. En la madurez buscas la belleza desde otro punto de vista. No es dar 20 piruetas perfectas, sino dar una inolvidable. Luego, puedes dar las otras 20, porque la técnica la tienes. Pero cuentas, además, con el peso que te dan los años de oficio, y de vida.
¿Se gusta más ahora?
Sí. A veces, te entra la cosa de verte arruguillas, pero me siento plena. Creo que mi baile es mucho mejor desde que soy madre. Bailo desde niña, paré durante el embarazo, la primera vez en mi vida, a los casi 40, y fue como salirme de mí misma y ver la vida desde fuera. Al volver tuve miedo de no dar la talla, tú cambias, tu cuerpo cambia. Pero no, soy más rápida, tengo más fuerza. A lo mejor porque bailo con más sentido.
Dice su colega de oficio La Chana que cuando bailaba casi perdía la consciencia. ¿Exagera?
Es verdad, no lo había pensado, pero algo te pasa que te vas. ¿Dónde? No sé. Entras como en un trance. No sé explicarlo, lo que sé es que, si estás dispuesta a dejarte el alma, te pasa a diario. Llegas, bailas y en un momento algo te posee, te sale una energía que no sabes de dónde, y te sales de ti misma.
¿Tiene 'mono' de esos 'viajes'?
Sí. Nunca dejo de bailar, porque si no bailo en público, bailo sola, pero esos chutes te los da el público. De joven bailaba más para mí, ahora siento una conexión tan grande que necesito esa energía. Es veneno bueno.
¿Con quién está tan enfadada cuando pone esa cara en escena?
Con las injusticias. Con lo que le pasa a la gente enferma, o sin recursos, que no tiene dónde agarrarse. Mi abuelo, que era pianista, decía que no aporreaba el piano, sino que lo acariciaba. Eso intento: acariciar el suelo. También hay momentos de garra y zapatazos de romperte. Al final, son sensaciones. Se nota cuando el baile es con rabia, cuando está dulce, cuando está alegre, cuando te estás divirtiendo y cuando estás sufriendo. En el baile se te nota todo, y si no se te nota, malo.
La he visto bailar con bata de cola, con pantalón. ¿También baila desnuda?
Desnuda, vestida, en pijama: no tengo ninguna excusa para no bailar. Es mi modo de expresión, mi lenguaje, mi idioma.
No me diga que también perrea
Y hasta la música de Spiderman, con mi niño. Bailo lo que haga falta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.