‘Lifting’ a la herencia nazarí del Real Alcázar de Sevilla
El conjunto prepara una intervención integral sobre los casi 1.600 metros cuadrados de cerámicas del siglo XIV al XX que embellecen sus palacios
Tiene casi mil años pero, aunque el inexorable paso del tiempo lo ha ido desgastando, aún goza de buena salud. De forma que este paciente no necesita pasar por quirófano, sino que se mantiene a base de continuas dosis de medicina preventiva. El Real Alcázar de Sevilla, levantado en un lugar que ha sido el centro de poder de la ciudad desde que lo ocupó la acrópolis romana, es la suma de la historia. Aunque su origen es anterior, la parte más antigua que se conserva, el patio del Yeso, es de la fortaleza almohade del siglo XII; pero el corazón del conjunto, el palacio Mudéjar, lo mandó construir Pedro I de Castilla entre 1356 y 1366. El que fue el primer palacio suntuario de un rey castellano –antes vivían en castillos defensivos– se adornó entonces con una nueva técnica recién llegada a la península de manos de los alarifes musulmanes: el alicatado. Sus más de 1.000 metros cuadrados de zócalos geométricos se van a someter por primera vez a una intervención general, al igual que los 539 metros cuadrados de azulejos pintados en el siglo XVI por Cristóbal de Augusta del palacio Gótico, el conjunto cerámico más extenso del Renacimiento europeo. El proyecto, aprobado en junio por la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico, está pendiente de adjudicación y se iniciará este año.
“Tanto los alicatados como los azulejos tienen muchas patologías, pero los principales problemas son la humedad por capilaridad y el efecto antrópico. Hay abombamientos, pérdida de algunos esmaltes y de piezas, así como reposiciones erróneas que se han hecho a lo largo de los años. Nuestro objetivo es consolidar y conservar, no hacer reposiciones de piezas que han desaparecido porque de esta forma el monumento perdería su autenticidad. Nuestra máxima, como en la medicina preventiva, es el mantenimiento. La restauración y la intervención es lo último a lo que debemos llegar”, explica la arqueóloga Isabel Rodríguez, directora del Real Alcázar de Sevilla.
El conjunto de palacios y jardines, que ocupa siete hectáreas y desde 1987 es Patrimonio Mundial, ha reabierto el 15 de junio después de los tres meses de parón que ha impuesto el coronavirus y que en el Alcázar se han empleado para instalar nuevos sistemas de iluminación en varios espacios y para trabajos de mantenimiento. Tareas más complicadas de realizar en un monumento, el palacio real en uso más antiguo de Europa, que está entre los cinco más visitados del país y que en 2019, recibió a dos millones de personas. En esta nueva etapa, por primera vez las visitas seguirán un recorrido preestablecido en los palacios, todas las entradas se venden online y son nominativas y el aforo es un tercio del habitual, de forma que solo pueden acceder 250 personas cada hora. Medidas que contribuirán a relajar la presión que el continuo flujo de visitantes ejerce sobre el monumento.
El alicatado llegó al reino de Granada con los musulmanes y consiste en formar complicadas figuras geométricas con cerámicas vidriadas monocromas de varios colores que los alarifes cortan en distintos tamaños
“Los trabajos se van a acometer en varios años, porque vamos a compatibilizar la intervención con la visita y mantendremos abiertas las salas siempre que sea posible. Será como un laboratorio abierto”, apunta Antonio Muñoz, delegado del Área de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Sevilla. El presupuesto de los proyectos de intervención en el alicatado y los azulejos de Cristóbal de Augusta, ambos seleccionados mediante un concurso público, es de 1.620.000 euros.
El alicatado llegó al reino de Granada con los musulmanes y consiste en formar complicadas figuras geométricas con cerámicas vidriadas monocromas de varios colores que los alarifes cortan en distintos tamaños y formas con una picola, siguiendo un patrón para crear composiciones geométricas que se ajustan como un puzle y se colocan, generalmente, recubriendo las paredes de una estancia. “Los alicatados más antiguos que se conservan en España están en Granada, son los zócalos de finales del siglo XIII en verde y azul del Cuarto Real de Santo Domingo, un antiguo palacio almohade. Después están los que se colocaron en los palacios nazaríes de la Alhambra y los del palacio mudéjar del Real Alcázar de Sevilla, ambos del siglo XIV. Cuando Pedro I mandó construir su palacio es muy probable que se trajera a los artesanos que dominaban esta técnica de Granada; pero no todos los alicatados del palacio mudéjar son de la misma época. Los más antiguos, los del siglo XIV, están en los iwanes y las galerías del patio de las Doncellas. Un siglo después se revistieron todas las habitaciones que rodean a este patio, incluido el patio de las Muñecas. Posteriormente se añadieron paños en el XVI, finales del XIX y principios del XX, 1905, cuando se colocó el revestimiento cerámico del vestíbulo de entrada del palacio”, explica Alfonso Pleguezuelo, catedrático de Historia del Arte especialista en cerámica y autor de una veintena de libros en esa área.
“En el arte mudéjar la variedad y la disimetría como principio estético contrastan con la unidad y la simetría del arte clásico. La disimetría es el testimonio de su riqueza formal. Por ejemplo, en el Patio de las Muñecas, solo el remate unifica los distintos zócalos que presentan muy distintos motivos ornamentales en torno a las lacerías y estrellerías”, apunta Pleguezuelo, quien considera los alicatados del Palacio Mudéjar, el conjunto más notable de cuantos se conservan en España después de los de la Alhambra.
“Las complicadas construcciones geométricas, que encajan sin llagas, en contacto unas con otras, se fueron simplificando desde el XIV y hasta el XVI, cuando parece que los alarifes sevillanos han perdido cualificación, algo que sabemos por unas ordenanzas municipales de época de los Reyes Católicos”, asegura el historiador. “Este arte de los alarifes es muy menguada en esta tierra y llaman alarifes a los que no merecen haver el nombre (…) y no querían embargar sus corazones en trabajar por sus entendimientos que aprender arte de lumetria ni de saber las sotilezas de los ingenios livianos”, reza la ordenanza.
Para combatir la humedad por capilaridad y evitar que se desplace a otros elementos constructivos, proponen la instalación de dispositivos electrónicos que funcionan por electro-ósmosis
El proyecto, que abarca las 19 estancias de toda la planta baja del palacio de Pedro I, actuará sobre más de 350 paños de alicatado con una altura media de 1,60 metros y una longitud que va desde los 10 centímetros y los 14 metros. “El porcentaje medio en la falta de adherencia entre los mil metros cuadrados de alicatado y el muro es del 51%, aunque en el Patio de las Doncellas ese porcentaje sube hasta el 65%”, explican Carmen Enríquez y Juan Ramón Baeza, autores del proyecto del alicatado. Para combatir la humedad por capilaridad y evitar que se desplace a otros elementos constructivos, proponen la instalación de dispositivos electrónicos que funcionan por electro-ósmosis que emiten ondas electromagnéticas de muy baja frecuencia y anulan la absorción capilar, haciendo que la humedad descienda a través del muro hacia el subsuelo.
“El estado actual de los azulejos del Palacio Gótico es lamentable, sobre todo como consecuencia de algunas actuaciones que se han realizado en el siglo XX. La sustitución de los suelos transpirables de barro por una pantalla de hormigón sobre los que se coloca el pavimento, impide que la humedad por capilaridad se evapore a través del suelo. Entonces lo que está ocurriendo es que la humedad sube por los muros y las sales que arrastra el agua producen roturas en los esmaltes de los azulejos”, afirma el historiador del arte y restaurador Sebastián Fernández, autor del proyecto de intervención en el conjunto de azulejos que Cristóbal de Augusta pintó entre 1577 y 1579 de los que se conservan 37.465 piezas en la sala de las Bóvedas, Cantarera y en la Capilla.
“De Cristóbal de Augusta no se sabe casi nada. José Gestoso, en su libro Historia de los barros vidriados sevillanos (1903), fue el primero que encontró en los archivos del Alcázar el contrato y supo leer la firma de Augusta en uno de los paneles antropomórficos. El hecho de que firmara su obra significa que tenía formación de pintor y tenía conciencia de ser un artista, no un artesano. Sabemos que venía de Aragón y que su padre, también pintor de azulejos, puede que fuese alemán”, comenta Pleguezuelo, quien se ha ocupado de la parte histórica de este proyecto.
Originalmente el encargo de Felipe II para modernizar el Palacio Gótico, un edificio que mandó construir Alfonso X El Sabio en el siglo XIII, incluía cubrir con azulejos los zócalos de cuatro estancias, de las que hoy solo quedan tres. Mientras que el espacio principal, dedicado a recepciones y bailes, no presenta muchos problemas; la capilla y la sala Cantarera son las que se encuentran en peor estado, en opinión de Fernández, debido a las restauraciones que se hicieron tras el terremoto de Lisboa. El movimiento sísmico de 1755 causó tantos daños en la actual Sala de los Tapices que fue demolida y sus azulejos dispersados por todo el conjunto (en la contrahuella de escaleras o recubriendo bancos del jardín) en la gran reforma que se realizó entre 1758 y 1760.
5.000 años de historia
La historia del azulejo comenzó en los valles del Nilo, el Tigris y el Éufrates en los imperios sumerios y egipcios. Las piezas más antiguas que se conservan son del 2700 antes de Cristo: barro cocido y vidriado en verde que recubría los oscuros pasillos de la pirámide de Saqqara para aportar consistencia a sus muros y algo de luz.
“Este revestimiento surgió en la arquitectura realizada a partir de la tierra, no de la piedra que se podía tallar y policromar para embellecer su acabado. El adobe y el ladrillo se cubrían con azulejos que embellecían y protegían los paramentos”, comenta el especialista en cerámica Alfonso Pleguezuelo.
El esplendor de los mármoles que usaron griegos y romanos relegó durante siglos a la terracota hasta que la arquitectura musulmana la rescató del olvido. “Los musulmanes recuperan el azulejo en el siglo IX, aunque llegó de la mano de los nazaríes hasta el reino de Granada en el siglo XIII y desde ahí su uso se expandió al resto de Europa”, sintetiza.
Babelia
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