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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Música, maestros!

Guardo con infinito mimo en mis estanterías las bandas sonoras de muchas películas

Miles Davis (en primer plano), en un fotograma de ‘Miles Davis: Birth of the cool’. En vídeo, tráiler de la serie.
Carlos Boyero

Los compositores de bandas sonoras para el cine no acostumbran a ser noticia de primera plana, ni siquiera de segunda, en los medios de comunicación. No es justo. Entre las emociones que les provocan las películas está claro que los agradecidos espectadores pueden asociarlas a la música que sonaba en ellas, que recuerdan secuencias y momentos legendarios en los que los sonidos describían inmejorablemente lo que vivían los personajes de la pantalla. Y, por supuesto, no podías disociar lo que veías de lo que oías, la armonía era perfecta. Guardo con infinito mimo en mis estanterías las bandas sonoras de muchas películas, con idéntica admiración a la que siento por los monumentos del jazz, del rock, del pop, de la música clásica.

Se habla bastante últimamente de John Williams y de Ennio Morricone. Con razón. Les han concedido el muy merecido Premio Princesa de Asturias de las Artes. Tal vez algunos puristas consideren que la música cinematográfica es un arte menor o simple artesanía. Que no valoren lo suficiente ilustrar las imágenes con música, ese alimento del alma. Allá ellos. Y admito que la cansina música que no para de sonar en tantas producciones huecas, subrayando los sentimientos, la acción o la nada puede llegar a provocar hastío. Recurren abusivamente a ella cuando no hay nada interesante que contar, cuando lo que ocurre en la pantalla es de mentira, puro cálculo, cine por computadora o sensiblero, épica de cartón. Es un recurso tramposo y patético. Pero la música es un elemento fundamental en el cine (y ya sé que eso no existía en el gran cine mudo) cuando ilustra el espíritu de lo que se está narrando.

La fama de Ennio Morricone estalló con las partituras que se inventó para Sergio Leone en sus primeros espaguetis wéstern. Eran brillantes y pegadizas. Pero el Morricone que más me impresiona llega más tarde, con la bellísima música que creó para títulos como Novecento, La misión o Los intocables de Eliot Ness. La primera vez que me fijé en el nombre de John Williams fue hace 50 años en una bonita adaptación de la novela Jane Eyre, protagonizada por el inmenso actor George G. Scott. Su larga colaboración con el cine de Steven Spielberg es una permanente obra maestra. En múltiples registros. Puede ser épico, romántico, sentimental, inquietante, terrorífico.

Existen muchos compositores cinematográficos que están más allá del elogio, que merecerían todos los homenajes. Mi favorito, el que me ha regalado las sensaciones más intensas, tal vez sea Bernard Herrmann. Él fue colaborador genial, junto al diseñador de títulos de crédito Saul Bass, que tuvo Alfred Hitchcock. O sea, palabras mayores. Su música crea miedo, perturbación, vértigo, ensoñación. Estaba tan dotado para el misterio como para la lírica. Stravinski le hubiera reconocido como uno de los suyos. Y también adoro al maravilloso Henry Mancini, un todoterreno, poderoso, sensible y genuino en muchos géneros.

Es complicado elegir la mejor banda sonora de la historia del cine, pero si solo se pudiera llevarme una a la isla desierta sería la de Ascensor para el cadalso. La compuso y la interpretó un genio llamado Miles Davis. La película de Louis Malle no está ni de lejos a la altura de esa música hipnótica, triste, poética, sensual, imperecedera. Y tengo pasión ancestral hacia lo que expresó el saxo volcánico y romántico de Gato Barbieri en Último tango en París. El rey Duke Ellington también aportó su clase a la magistral Anatomía de un asesinato. Y cómo no identificar el cine de Fellini con las mágicas partituras de Nino Rota. O el mejor cine francés con Georges Delerue. O la firma de Maurice Jarre en varias de las epopeyas que dirigió el grandioso David Lean. O el emocionante sello que ha imprimido tantas veces John Barry a sus películas. O la fuerza y el sentimiento de Miklós Rózsa. O la gloriosa tradición que encarna la creativa familia Newman. ¿Y quién es el compositor actual que ha heredado las esencias de tantos viejos o difuntos maestros? Para mi gusto, el francés Alexandre Desplat. Representa la calidad, la inspiración continua, la heterodoxia, la capacidad para encontrar el sonido de las historias más diversas.

La lista de grandes compositores sería interminable. Supongo que tengo imperdonables olvidos. No dispongo de Google, esa cosa que al parecer lo sabe todo, y mi memoria ya tiene numerosos y lamentables huecos. Pero tengo claro que la música de todos los citados me ha hecho feliz.

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