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Ballet Preljocaj
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vanitas y otras reflexiones del cuerpo

Vuelve a Madrid el prestigioso coreógrafo francés con un delicado programa de trabajos actuales

Ballet Preljocaj, en su actuación en los Teatros del Canal.
Ballet Preljocaj, en su actuación en los Teatros del Canal.Javier Mantrana / Madrid en Danza 2019

Es el exbailarín y coreógrafo francés (de ancestros albaneses) Angelin Preljocaj (Suzy-en-Brie, 1957) el artista de la danza de la generación de oro de la corriente llamada “Nouvelle Danse Française” (a caballo entre la primera y segunda promoción) que más ha estabilizado con éxito indiscutido una carrera, un estilo y un repertorio; al principio, no fue tan considerado como otros, pero su constancia ha dado frutos certeros.

No es baladí que se trata también del que más se ha mantenido con canales formales de explotación del aparato técnico del ballet académico y circulando en el movedizo terreno del ballet contemporáneo. Con una formación irregular, ecléctica y salpicada de breves experimentos, su inquietud lo llevó un año a Nueva York, donde quedó marcado por el trabajo en la escuela de Merce Cunningham y la insistencia analítica de Zena Rommett-Buttignol (Venecia, 1920 – Nueva York, 2010). Cuando Marcelle Michel menciona a Preljocaj en 1986, lo hace para decir que, junto a Michel Kelemenis, son los dos jóvenes talentos más influidos por Bagouet y sus obsesivos intentos de notación, sistemática coreológica y de signos. No se equivocaba la gran crítico y analista de “Le Monde”.

Pero ya antes Rommett había sembrado en el reservado y hasta huraño estudiante una semilla importante: exprimir la secuencia del movimiento de ballet y analizarla sobre el mismo cuerpo, jerarquizar el reglado y buscar el equilibrio. Eso se ve claramente desde siempre en sus materiales de creación. Atrás ha quedado una época de incomprensiones cuando todo el ambiente de la danza en Francia hacía chistes con su raro e impronunciable apellido. En 1987 a raíz del estreno de “Hallali Romée” en el Festival de Avignon (una obra para siete mujeres inspirada en Juana de Arco), Angelin manifestó a este periódico que guardaba celosamente una lista de las muchas maneras en que su nombre aparecía en la prensa. Estaba trabajando entonces sobre la representación de la sexualidad a través de la danza, una inquietud visible aún hoy día.

Poseedor de una lírica contenida y de una notable intuición para la síntesis expositiva que ha convertido en parte del rigor estilístico, Preljocaj da una pátina de seriedad y diríase de consunción moral a todo lo que hace: no hay excesos, ni improvisaciones y mucho menos huecos en la dramaturgia. En 2010 Preljocaj estuvo en Gran Canaria con su “Blancanieves” y en 2013 en Madrid con su “Consagración de la primavera”. Ahora ha traído al Canal madrileño un programa exquisito de cámara, tan límpido como depurado en sus intenciones y presentación.

Un momento de la actuación del Ballet Preljocaj.
Un momento de la actuación del Ballet Preljocaj.Javier Mantrana / Madrid en Danza 2019

La primera obra es un encargo construido sobre el imaginario de la inspiración del coreógrafo (los 200 años de Marius Petipa y ha sido estrenada en San Petersburgo). No es memorialista ni literal, sino que busca una visión propia y así hace bailar la variación de “Cisne negro” a un hombre, y el cuerpo de baile femenino resulta una suerte de engranaje único y estimulado por la rítmica que emerge de la inspiración del personaje masculino, un bailarín-creador que siente sobre mismo el influjo del románico tema del cisne maléfico.

GHOST / STILL LIFE

Ballet Preljocaj. Coreografía de Angelin Preljocaj; músicas: P. I. Chaicovski, Alva Noto, Ryuichi Sakamoto y otros; luces: Eric Soyer; coreólogo: Dany Lévêque; diseños: Lorris Dumeille. Festival Madrid en Danza. Teatros del Canal. Hasta el 21 de diciembre.

La segunda pieza, “Still Life”, es más compleja. Habla de las Vanitas (piénsese en Valdés Leal, en Ribera) como un punto de reflexión y espejo. Es un ballet de madurez conseguido y estimulante, capaz de capsular al espectador con su plástica tenebrista y ritual. Sobriamente envuelto en una atmósfera casi gótica, los bailarines forman la decoración interior (o mental, cerebral) de algunos símbolos que no pasan y de alguna manera son remanentes en sus múltiples interpretaciones.

Los objetos son también en este caso parte del vocabulario. Las figuras se disuelven con gentileza en las propias sombras del escenario, que en este caso es un Teatro del Mundo donde se dan cita y chocan unos mensajes sin tiempo, tan eternos como la angustia humana de desentrañarlos. El público aplaudió calurosamente a los artistas y al propio coreógrafo.

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