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Ariella Aïsha Azoulay: los archivos son del presente

La artista israelí pone en cuestión el objeto documental y fotográfico como prueba histórica irrefutable y subraya sus contradicciones

Detalle de la exposición de Ariella Aïsha Azoulay, en Barcelona.
Detalle de la exposición de Ariella Aïsha Azoulay, en Barcelona. ROBERTO RUIZ

En el contexto actual, visitar Errata en la segunda planta de la Fundación Tàpies no es una opción sino una necesidad. Ahí figuran ocho proyectos de Ariella Aïsha Azoulay (Tel Aviv, 1962), cuyo pensamiento está muy ligado a la filosofía política y a su práctica curatorial. Dicho esto, no sorprende la claridad con la que articu­la sus ideas sobre los orígenes imperiales de la democracia y el peaje que ha supuesto la expansión de los derechos humanos, claridad que algo le debe a Carles Guerra, quien cofirma esta exposición basada en una tesis fascinante.

Sus trabajos revierten la lógica de los “hechos consumados” que las imágenes y letra, siempre fijas, tienden a imponer

Si anteriormente Azoulay definió la fotografía como un espacio que no es gobernado por ningún soberano, sino que está constituido por cualquiera que se dirige a otro mediante imágenes o que se considera el destinatario de una foto, aquí vemos su aspecto negativo. La fotografía no solo crea lazos, también divide. Tal y como explica, en una fracción de segundo, el obturador de una cámara traza tres líneas: en el tiempo (entre el antes y el después), en el espacio (entre quien está frente a la cámara y tras ella) y en el cuerpo político (entre aquellos que poseen y operan tales dispositivos y aquellos de quienes se extraen los recursos y trabajo). Lo del obturador, dice, no es una operación aislada ni atañe únicamente a la fotografía, sino que se inserta en un orden que ha sido previamente diseñado. Y aquí reside su gran originalidad: la de considerar que la fotografía no se inventó en el siglo XIX, sino en 1492. El descubrimiento del Nuevo Mundo, tan vinculado a la Inquisición, el desarrollo de la esclavitud y la imprenta, sería el germen de esas líneas divisorias que el obturador no ha hecho más que reproducir mecánicamente en aras del “progreso”, como se ve en¡Basta!, donde una serie de paneles celebran la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De hecho, todas las obras pertenecen a dicho periodo, cuando tras la Segunda Guerra Mundial se consumaron nuevas particiones —la de las dos Alemanias, el apartheid en Sudáfrica o la creación del Estado de Israel— que a su vez supusieron migraciones forzosas y continuos saqueos.

Vista de la exposición de Ariella Aïsha Azoulay, en Barcelona.
Vista de la exposición de Ariella Aïsha Azoulay, en Barcelona.ROBERTO RUIZ

La tentativa de Azoulay de anular taxonomías la lleva a exponer el material con subrayados, notas al margen y tachaduras. Aquí la mano está muy presente y compite con el ojo como parte de un discurso que siempre lleva implícita una demanda, pues para ella los derechos no son abstracciones. Figuran inscritos en cada imagen, documento y objeto. Reclamarlos y ejercerlos es revertir la lógica de los “hechos consumados” que las imágenes y letra, siempre fijas, tienden a imponernos. Es más, el que algo esté expuesto, impreso o revelado no implica que esté cerrado. Se ve en el vídeo In-documentados. Deshaciendo el saqueo imperial, donde contrapone el tratamiento y cuidadosa catalogación de obras expoliadas durante la colonización con el actual abandono político de los sin papeles. Azoulay insiste en que los archivos son siempre del presente. Otros episodios afectan a la clamorosa ausencia de imágenes de las violaciones masivas que practicó el Ejército aliado en la Alemania de 1945 o al vocabulario empleado por la Cruz Roja en las deportaciones efectuadas en Palestina, conflicto con el que Azoulay, que nació en Israel, ha trabajado reiteradamente, solo que aquí no quiso mostrarlo como un hecho excepcional, tampoco inevitable, sino integrado en un relato a gran escala, que es una crítica a los patrimonios culturales. Hay que tener presente que Azoulay arremete contra los Estados, no las multinacionales, cuya influencia queda aquí algo desdibujada, pero es porque con ellos todavía mantenemos un contrato que conviene defender a diario. Ella lo hizo con su nombre: al recuperar “Aïsha”, apellido argelino que el padre perdió al emigrar a Francia, Azoulay nos remite a un tiempo en el que ser judío y árabe aún era posible, desafiando a lo que nos impone la historia. Ya lo dice el dicho: “Divide y vencerás”.

Errata. Ariella Aïsha Azoulay. Fundación Tàpies. Barcelona. Hasta el 12 de enero de 2020.

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