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Muere Ginger Baker, un gigante de la batería

El baterista fue cofundador de Cream y uno los músicos a las baquetas más influyentes de la historia del rock

El baterista Ginger Baker durante un concierto en Hatfield, Reino Unido, en 1980.
El baterista Ginger Baker durante un concierto en Hatfield, Reino Unido, en 1980.Heritage Images (Getty Images)
Fernando Navarro

El rock pierde a un gigante: Peter Ginger Baker, uno de esos baterías sobre los que se asienta todo un estilo. Cofundador de Cream a mediados de los sesenta, el baterista fue dueño de un modo sofisticado y exuberante de tocar la batería, que se impregnó en plena euforia contracultural, definiendo un molde en el que el instrumento ganaba protagonismo y al que acudirían decenas de acólitos en posteriores años, siendo ejemplo incluso para el heavy-metal.

Apodado Ginger por su llamativa cabellera pelirroja, Baker ha fallecido a los 80 años en Inglaterra, según ha informado su hija Nettie. La familia ya informó el pasado 25 septiembre de que Baker había sido hospitalizado en estado grave y que “estaba luchando”, pero su hija confirmó hoy en un comunicado que “ha fallecido en paz”.

Comenzó a darse a conocer en la agitada escena musical de Londres de los sesenta en la que proliferaban bandas en distintos clubs. En plena efervescencia londinense, tocó en grupos de jazz como Terry Lightfoot y Acker Bilk y para otras formaciones de gen más apegado al R&B como Alexis Korner’s Blues Incorporated y la Graham Bond Organisation. Él se definía como un baterista de jazz, pero se distinguía por un carácter más agresivo de lo habitual en esos círculos. Era como un Max Roach (una de sus máximas influencias) con arrojo de bar. Su cabello rojizo parecía en llamas cuando se lanzaba entusiasmado a las baquetas, concentrado con ese espíritu de blues-rock que asaltó a los adolescentes británicos de primeros de los sesenta.

Una pieza perfecta para encajar en el siguiente proyecto junto a Jack Bruce, con el que había estado en Graham Bond Organisation. Fue el supergrupo Cream, que fundó también con Eric Clapton, recién huido de los John Mayall and Bluesbleakers. Desde sus comienzos, Cream exhibió un musculoso poderío instrumental. Parte del secreto, más allá de la guitarra ardiente de Clapton, residía en el modo de tocar la batería de Ginger Baker. Su base jazzística iba como anillo al dedo para los desarrollos de rock psicodélico del grupo, que solían acabar en celebradas improvisaciones sobre el escenario. También para estirar los límites del blues-rock, una cualidad que definió a esta superbanda que acabó demasiado pronto su andadura por la lucha de egos. Cuatro discos en tres años, pero la impronta intachable de que en Cream todo parecía celestial, como ese sueño hippie que llegaba tan alto como rápido se esfumaba.

Al igual que Clapton y toda su generación, Baker siempre tuvo problemas con las drogas y el alcohol. Cuenta en su autobiografía, Hellraiser, publicada en 2009, que llevó la cuenta de las veces que intentó dejar la heroína: 29. No se sabe si más que el resto de colegas de fiesta o, simplemente, se limitó a contarlas. También cuenta cómo se sorprendió el día que en 1969 escuchó la noticia de su muerte por la radio cuando iba conduciendo.

Superviviente de sus excesos y sus propias malas pulgas, el baterista tocó brevemente con Blind Faith, otro proyecto faraónico de Clapton. En 1970, elevaría la apuesta de estrellas en un grupo y fundó Air Force, una superbanda de diez miembros entre los cuales estaban Steve Winwood, Denny Leaine o Rick Greck. Allí dio rienda suelta a su interés por el jazz y los ritmos africanos.

Su visión hacia los sonidos africanos marcó su estilo desde entonces, llegándose a instalar en los setenta en la capital de Nigeria, Lagos, para trabajar junto al inmenso Fela Kuti en dos discos. Durante las últimas décadas, Baker se ganó una destacada reputación el circuito de la world music, sin perder nunca de vista el jazz. De esta forma, en los noventa formó el Ginger Baker Trio para seguir con sus exploraciones en el terreno donde empezó.

A pesar de los altibajos, las incursiones fallidas en distintos estilos y sus problemas con las drogas, su nombre acabó siendo tan importante como el de otros clásicos guitarristas y cantantes del siglo XX. Pocos bateristas pueden decir lo mismo.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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