Muere Barbara Probst Solomon, la “brigadista” de la transición
La autora de 'Los felices cuarenta' y colaboradora de EL PAÍS ha fallecido a los 90 años
Lo suyo no era el cliché ni el folclore, aunque lo conocía y apreciaba. La pasión de Barbara Probst Solomon (Nueva York, 1929) por España iba mucho más allá de la estampa turística que ha seducido a tantos anglosajones. Su vínculo, en un principio, fue con un país olvidado por la comunidad internacional, que trataba de zafarse de una dictadura y, más adelante, con la recién nacida democracia. Este domingo ha fallecido en Manhattan por complicaciones renales a los 90 años la escritora, articulista, documentalista y profesora neoyorquina, figura clave en los círculos de la lucha antifranquista de París, valedora de una historia que aún estaba por escribirse, y defensora de la idea de que otra España era posible y había que apoyarla, discutirla y difundirla. Si en la generación anterior un buen número de jóvenes estadounidenses se alistaron para combatir y defender en el frente la República en la Guerra Civil, cabe pensar en Probst Solomon como una improbable e infatigable “brigadista” de la España democrática.
Hija de una acaudalada familia judía del Upper East Side emparentada con el escritor Joseph Roth, su padre era abogado y su madre pintora. Se educó en el selecto y progresista Dalton School y a los 19 años se embarcó con su madre rumbo a París. En aquella travesía conoció a Barbara Mailer, la hermana del escritor Norman Mailer, quien poco después de la llegada de Probst Solomon a Francia se convertiría en la gran sensación literaria con su primera novela Los desnudos y los muertos. A través de él, la inquieta joven neoyorquina entró en contacto con un grupo de estudiantes españoles antifranquistas exiliados en París, entre otros, el antropólogo Paco Benet que fue pareja de Probst Solomon. “Querían traspasar el aislamiento cultural de una España desesperada y, en la medida de sus posibilidades, desde sus pequeñas revistas, enviaban a España noticias de un mundo de miras más amplias. Paco quería que las generaciones posteriores supiesen que su generación no se había quedado simplemente cruzada de brazos. A instancias suyas escribí, en una fría habitación sin calefacción, mi primer artículo periodístico”, recordó en 2008 al recibir el premio Francisco Cerecedo de Periodismo.
Con Barbara Mailer y Paco Benet, organizó en 1948 un arriesgado y legendario viaje en coche a España para ayudar a escapar de Cuelgamuros a dos estudiantes antifranquistas encarcelados: Nicolás Sánchez Albornoz y Miguel Lamana. La fuga resultó exitosa, y Probst Solomon confesaba que siempre confió en que, si algo fallaba, su padre la ayudaría a salir del embrollo. “El plan era ingenuo pero eficaz”, señaló en la Residencia de Estudiantes, en un panel celebrado con los dos fugados a mediados de los años noventa. Aquella fuga fue llevada al cine en la película Los años bárbaros, de Fernando Colomo, y la propia Probst Solomon la recogió en su libro Los felices cuarenta y en el documental Cuando acabó la guerra. En su novela Vuelos cortos también reunió muchos de sus recuerdos de la lucha antifranquista y el arranque de la Transición.
Puente entre dos países
De vuelta en Nueva York, en la década de 1950 estudió en Columbia University y se casó con el profesor de derecho Harold W. Solomon, padre de sus dos hijas, Carla y Maria. También despegó entonces su carrera como escritora, crítica y periodista. Probst Solomon actuó de puente entre España y Estados Unidos, formó parte de la revista de la resistencia Península, del consejo editorial de Cambio 16 y colaboró con EL PAÍS durante décadas. De otra parte, publicaba sus críticas literarias y artículos sobre España en The New York Times, The New Yorker o The New Republic, e impartía clases en el college Sarah Lawrence. Gran amiga de Juan Goytisolo y del pintor Larry Rivers, Probst Solomon comentaba hace unos años con su característica voz aniñada que “saber cocinar bien y hablar de política” había sido en su caso una combinación imbatible.
Inquieta, positiva y práctica como buena estadounidense, generosa, divertida, original, rabiosamente inteligente, nunca temía expresar su opinión ya fuera sobre la escasa presencia y poco reconocimiento que las mujeres obtenían en el circuito literario, sobre el antisemitismo europeo, o sobre las ventajas ocultas que ofrecía Nueva York –“en esta ciudad si tienes el número de teléfono correcto puedes pedir hasta un marido y te mandarán algo que no está mal”, bromeaba–. Siempre mantuvo intacto su interés y curiosidad por España, con una amplia y heterogénea red de amigos como Marisol Benet, Elena Benarroch, Ángel S. Harguindey o Alfonso Guerra. En la última revista que lanzó, Reading Room, apoyada entre otros por el novelista Saul Bellow, dedicó un número a autores españoles que consideraba imprescindible que el público estadounidense conociera mejor, con el mismo entusiasmo que una veinteañera. En el apartamento de la calle 69 con Madison recibía, siempre lista para intercambiar opiniones o dar consejos. Como este: “Recuerda; un artículo es como una fiesta, no puedes llevar a todo al mundo”.
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