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Columna
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El Banco

Tan buena y trepidante como las dos primeras, la tercera parte de 'La casa de papel' tiene un añadido: un lujo de medios y producción

Avance de la tercera parte de 'La casa de papel'.
Ángel S. Harguindey

La tercera temporada de La casa de papel (Netflix) es tan buena y trepidante como las dos primeras, con un añadido: un lujo de medios y producción. Ocho capítulos con un final abierto que permitirá, incluso exigirá, una cuarta temporada que se intuye tan anfetamínica como las precedentes.

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El eje central de la banda que atracó la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre es ahora el robo de la reservas de oro del Banco de España. Ya solo les queda Fort Knox. En el primero de los atracos se llevaron cerca de 1.000 millones de euros, un botín suficiente para gozar de la vida. Tailandia, Florencia, el Caribe..., los miembros del grupo criminal disfrutan de los placeres terrenales durante un par de años, pero les falta algo: la adrenalina.

La detención y tortura de uno de ellos justificará el dar por terminadas las vacaciones. Hay que rescatarlo y para ello nada mejor que realizar un nuevo y extraordinario golpe, lo que les permitirá negociar con las fuerzas del orden la liberación del detenido y dar rienda suelta a la catecolamina que se libera de la médula suprarrenal: el vértigo del riesgo. Añádanle una equilibrada dosis de acción y sentimientos, y el resultado es magnífico.

Alex Pina, su creador, lo dejaba claro: “Tienen un componente casi antisistema que recoge un poco la decepción con los Gobiernos, los bancos centrales..., un hastío en el que estos Robin Hood se convierten en estandarte de esta atmósfera de decepción”. Las caretas de Dalí son ya la secuela de la de Vendetta: el nuevo icono de la protesta global.

Una vibrante realización, unos equipos técnicos y artísticos excelentes, y unos muy poderosos medios convierten La casa de papel en una de las más brillantes series del año.

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