Dura mansada de Saltillo para cerrar la torista feria francesa de Céret
Saludos para Robleño, Cortés y Del Pilar, que solventaron las dificultades de forma desigual
Cualquier aficionado que no estuviera presente este domingo en la plaza de toros de Céret y que, para saber cómo resultó la corrida de Saltillo, atendiera al juicio en el arrastre de los seis toros que se lidiaron, pensaría que el de José Joaquín Moreno Silva fue un gran encierro. Salvo uno -al que también tocaron las palmas unos cuantos aficionados-, todos fueron aplaudidos.
¿Fue entonces una gran corrida? Nada más lejos de la realidad. La de Saltillo, exceptuando al buen y encastado primero, fue una mansada. Una mansada, eso sí, más que interesante, de enorme seriedad, y con la que nadie se aburrió porque se movió de lo lindo y puso en serios aprietos a todos los toreros. A los de oro y a los de plata.
La de Saltillo fue una corrida para tíos hechos y derechos. Una corrida para toreros machos. Para valientes. Por supuesto, delante de ella no se puso ninguna figura ni torero de la parte alta del escalafón; frente a ella, para lidiarla y matarla, estaban anunciados tres matadores modestos. Dos jóvenes y un veterano.
SALTILLO/ROBLEÑO, CORTÉS, DEL PILAR
Toros de Saltillo, serios y muy bien presentados, aunque desiguales de hechuras, y de manso y complicado juego en conjunto. Destacó el buen primero, encastado.
Fernando Robleño: dos pinchazos _aviso_ y estocada (saludos); media estocada (silencio).
Javier Cortés: pinchazo hondo y estocada trasera perdiendo la muleta (saludos); pinchazo y estocada delantera y caída (silencio).
Gómez del Pilar: pinchazo, estocada algo trasera, desprendida y tendida _aviso_, tres descabellos _segundo aviso_ y se echa el toro (saludos); estocada desprendida y dos descabellos (saludos).
Plaza de toros de Céret. 3ª y última de feria. Casi lleno. Saludaron en banderillas Iván Aguilera, Raúl Ruiz y Pedro José Cebadera.
El veterano, Fernando Robleño, uno de los grandes ídolos de la afición de Céret, perdió con la espada la oreja que se había ganado ante el bonito y cuajado ejemplar que abrió plaza, un animal que, tras cumplir en el caballo, embistió con encastada nobleza y gran exigencia.
¡Y qué duro fue para morir! Tras dos puyazos, una faena larga, dos pinchazos en todo lo alto y una estocada en la yema, el astado aguantó estoico con la boca cerrada, tragándose la sangre, aferrándose a la vida. Una muerte de toro bravo.
Aunque por momentos faltó ligazón y confianza, Robleño fue cogiéndole el sitio, hasta lograr algunos muletazos largos y templados, en los que se llegó a gustar. El cuarto, muy soso y deslucido, se movió sin gracia y salió siempre distraído y con la cara alta. El madrileño dio pases, pero no dijo nada.
Uno de los jóvenes, Gómez del Pilar, protagonizó los pasajes más meritorios de la tarde. Él y su cuadrilla. Tanto con el capote como con las banderillas, y al contrario que el resto de sus compañeros subalternos, el valor y profesionalidad de Iván Aguilera, Raúl Ruiz y Pedro José Cebadera dieron fuste a la lidia y pusieron en pie los tendidos.
Entregado y valiente, su jefe de filas echó mano de oficio y resolvió con sobrada dignidad las complicaciones que planteó su lote. Aunque parecía que a veces iba dormido, su primero fue otro toro listo y poderoso que no perdonó un fallo y que, a la mínima posibilidad, se lanzó a por el bulto. Nada comparado, eso sí, con el sexto, manso de solemnidad en varas y que no tuvo un pase en el último tercio. Una prenda.
Ante un lote igualmente manso y deslucido que no humilló nunca y que contó con un segundo toro también complicado y poderoso, Javier Cortés hizo lo que pudo, sin demasiada fortuna.
Y así, entre sardanas y señeras, terminó Céret, uno de los últimos reductos del toro-toro, el torero heroico, la suerte de varas y el aficionado exigente. Una de las últimas ferias toristas. La última feria de la Cataluña taurina.
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