Krapp en bicicleta
“Beckett me ha acompañado media vida o más”, dice el actor y director Joan Anguera, al que la palabra veterano se le queda corta
“Beckett me ha acompañado media vida o más”, me dice el actor y director Joan Anguera, al que la palabra veterano se le queda corta. ¿Existen indios “veteranos”? Su tribu, La gàbia de Vic, que estuvo en activo treinta años, arrancó y cerró con dos piezas del maestro: Poema en 1974 y Fin de partida en 1990, aunque resucitaron brevemente en 2011 con un nuevo montaje de Godot. En su juventud, me cuenta Anguera, le entró una pasión beckettiana que no le ha abandonado. Se sintió muy cercano a él, y pronto llegó también a la conclusión de que la vida no tenía sentido, pero ya que estás aquí, mejor ir tirando. “Esperando a Godot enseña eso. Siguen adelante en mitad de ninguna parte. O Winnie en Días felices. Está atrapada en tierra y tiene una pistola al lado, pero no la coge. Beckett no cree en el amor ni en la felicidad, pero cree en movimientos vitales. Cosas concretas: en eso sí cree”. Más tarde me señala: “Y no hay que olvidar que entró en la resistencia, no se limitó a contemplar árboles. Estuvo en la Vaucluse, muy cerca de Aviñón. Beckett enseña muchas cosas. Entre otras, a no darte importancia. Sus textos te dicen: haces teatro, pero no te creas un genio”.
Anguera quería hablarme de un hallazgo “que te divertirá”, añadió, y que casi había olvidado. Una de sus piezas favoritas de Beckett es La última cinta, un singular doble monólogo. Krapp, el narrador, es un hombre maduro y solitario, que durante años lleva una especie de diario oral, con entradas de juventud grabadas en un magnetofón. Anguera la dirigió y representó en Vic, en 1976, en versión catalana de Martí i Pol y con la ayuda de Dolors Solà. Se le ocurrió la idea de ocupar una sala muy grande, vacía, que el escenógrafo Pep Vernis llenó de objetos emblemáticos de Beckett. “Como la bici de Molloy, por ejemplo. No había sillas, sino colchones. Muy de la época. O sea, que ahora dirían que es modernísimo”.
Y ahora viene el hallazgo: ha encontrado las cintas que grabó y usó entonces. Cuando hizo la obra apenas tenía 29 años. “Según Beckett, Krapp ha de tener 69 años. En todo caso, ha de ser un hombre con mucha vida a la espalda. Un hombre que al escuchar la voz de su juventud, salvo por el recuerdo hermoso de una chica en una barca, piensa que era un memo de cuidado. Y esa es otra de las cosas con las que más coincido”. Rebobino. Está claro que tiene la edad del personaje (“Me temo que más, pero puedo pasar por 69”), aunque lo que me deslumbra es esa insólita conjunción astral: un actor con la edad de Krapp más o menos en presente pero sobre todo en el registro de su pasado: las cintas de los 30. Le digo que debería representarla de nuevo. El indio Anguera vuelve a reírse de su sombra. Con los ojos, como Beckett. O como Molloy, bosque adentro. En bicicleta, feliz.
Babelia
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