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Del posmodernismo a la posverdad

Varios libros alertan del peligro tanto de las mentiras en la Red como de las estadísticas

Juan Luis Cebrián
Escultura de hielo de Marshall Reese y Nora Ligorano en Washington, en septiembre de 2018.
Escultura de hielo de Marshall Reese y Nora Ligorano en Washington, en septiembre de 2018.Olivia Hampton (Getty images)

En el mundo hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas”. Esta cita, habitualmente atribuida a Winston ­Churchill, hay quien la adjudica a Mark Twain, a quien frecuentemente cuelgan también dichos famosos que en su día pronunciara Josh Billings, un coetáneo suyo mucho menos popular que él. Tentado estuve de encabezar mi artículo de hoy con la frase churchilliana, pero me abstuve de hacerlo cuando leí en el libro La mentira como arma, de Daniel J. Levitin, que “las citas son el equivalente literario de las estadísticas en cuanto mentiras, mentiras descaradas, etcétera…”.

La obra, como otras que comentaré enseguida, se dedica de nuevo a desenmascarar las falacias y falsedades que circulan por Internet, convirtiendo la red de redes en una especie de basurero universal. Lo peor es que todo el conocimiento del mundo está en ella, pero mezclado en un totum revolutum con un sinfín de insultos, injurias, mitos, procacidades, calumnias y leyendas que amenazan con degradar hasta extremos todavía inimaginables la cultura de las nuevas generaciones.

Son, como digo, cientos los libros dedicados a glosar el fenómeno de la posverdad, las fake news y espero que muy pronto también los deepfake videos, que permiten endosar a cualquiera declaraciones que no ha hecho pero que se muestran con su imagen y su voz. Periodistas, analistas políticos, sociólogos y filósofos del comportamiento inundan los escaparates de las cada vez más escasas librerías con ensayos eruditos al respecto. En ellos, fieles a las normas de las universidades sajonas y al mejor estilo de la investigación periodística, abunda la información sobre hechos concretos que sirven de ejemplos sobre el tema.

Todo el conocimiento está en Internet, pero mezclado con un sinfín de insultos, injurias, procacidades, calumnias y leyendas

Digamos así que todos coinciden más o menos en el diagnóstico y todos también en la necesidad de aportar soluciones cuanto antes si no queremos que desaparezca el orden cultural y político del mundo en que vivimos. Pero dichos remedios no pasan la mayoría de las veces de la expresión de buenas intenciones y de llamadas a la responsabilidad, tan moralmente admirables como absolutamente inútiles. Al menos por el momento.

“Responsabilidad” es por cierto en inglés una palabra que tiene doble sentido cuando se pronuncia en el marco del comportamiento de las empresas, los gobiernos o los líderes políticos. Suele emplearse el término accountability, que la mayoría de los diccionarios reconocen no es fácil de traducir al español. Accountability, como es obvio, viene del verbo to ­account, literalmente contar, y tiene su origen en el muy respetable gremio de los contables.

Jerry Z. Muller se encarga de recordarnos en The Tiranny of Metrics que esta manía de medirlo todo para comprobar la excelencia de lo que hacemos y exigir la responsabilidad sobre nuestro desempeño o rendimiento se origina ya en el siglo XIX con la cita atribuida, de nuevo equivocadamente, al físico Lord Kelvin: “Si no puedes medirlo, no puedes mejorarlo”.

Dijera esto quien lo dijera, a partir de ahí nos hemos dedicado a establecer estándares, asumidos muchas veces sin ningún espíritu de contradicción, que permiten a los demás juzgar nuestras conductas a base de medir todo lo que se mueve, sean objetos o ideas. Casi no existe organización humana, política, económica o de cualquier otra especie que no utilice la métrica como demostración de sus convicciones. La magia de los números puede ser una fabulosa barrera para el pensamiento crítico, entre otras cosas porque las más de las veces no sabemos cómo se han recolectado ni cómo se han manipulado. Pero el hecho de expresarse en guarismos y atractivos gráficos semovientes les confiere la credibilidad de la que participan los fieles devotos frente a las imágenes de santos y vírgenes que pueblan los templos.

Por su parte, Levitin dedica gran parte de su libro a destruir la magia de las estadísticas y diagramas, tantas veces manejadas por los candidatos en las campañas electorales, y recuerda que las estadísticas, calificadas por Mark Twain o por quien fuera como malditas mentiras, no son en realidad hechos, sino solo interpretaciones. Reconoce que en el último lustro la humanidad ha producido más información que en toda su historia y no duda de que todo el conocimiento se encuentra hoy día en la Red o en su nube, pero también lo que él llama contraconocimiento, por lo que lo más urgente es impulsar ese pensamiento crítico hoy tan ausente, frente a la patología populista de las redes sociales.

Un tercer libro, en este caso un manualito, que merece atención al respecto es el del periodista colaborador de The Guardian y The New York Times Matthew d’Ancona. Reconozco mi desilusión inicial cuando comprobé que en los primeros capítulos se limitaba casi a reproducir manidos comentarios e historias intrascendentes sobre la posverdad y las fake news, argumentando que en realidad ambas no son sino mentiras mondas y lirondas. Yo, por el contrario, he pasado largas jornadas tratando de demostrar que la posverdad no es simplemente una mentira, sino más bien una verdad emocional porque quien la pronuncia y quien la escucha están convencidos de que es auténtica aunque los hechos objetivos demuestren lo contrario. Pero a medio camino de la lectura me encontré con la agradable sorpresa de un análisis sobre la influencia del posmodernismo, anterior como es a la invención de la web, en el cúmulo de noticias falsas que inundan nuestras computadoras de bolsillo llamadas ahora teléfonos listos.

Considera el autor que la filosofía posmoderna es como la geología intelectual de los fenómenos que ahora nos ocurren, aunque ignora que el posmodernismo fue antes un movimiento estético que propiamente ético. Pero sugiere que “al entender el lenguaje y la cultura como construcciones sociales, fenómenos políticos que reflejaban el reparto del poder entre las clases, las razas, el género y la sexualidad”, el posmodernismo se convirtió “en una capa de herrumbre sobre el metal de la verdad”.

Como dijo ya en su día Fernando Vallespín, Internet es el reino de la mentira, pero también el de la libertad. La preocupación fundamental por la extensión de la primera responde a que destruye la formación de la opinión pública tal y como la veníamos considerando durante los últimos 200 años, y sobre la que se ha basado siempre la democracia representativa. Si queremos que esta sobreviva, es preciso que los políticos y los reguladores sociales entiendan que en el mundo cibernético la norma no es la ley, sino el software. En la tecnología, en su investigación y desarrollo, debemos bucear para encontrar respuesta a las amenazas a la democracia que la posverdad encierra. Un fenómeno que se alimenta, como bien dice D’Ancona, de la alienación, la desubicación y el silencio anquilosado.

La mentira como arma. Daniel J. Levitin. Traducción de Jesús Martín Cordero. Alianza, 2019. 296 páginas. 21 euros.

The Tyranny of Metrics. Jerry Z. Muller. Princeton University Press (inglés), 2018. 240 páginas. 15 euros.

Posverdad. Matthew d’Ancona. Traducción: Alejandro Pradera Sánchez. Alianza, 2019. 200 páginas. 10,50 euros.

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