Y 40 años después, Steve Forbert tocó y ganó
El eslabón perdido de los nuevos ‘dylanitas’ debuta en España con un recital íntimo, confesional y emotivo
Steve Forbert lleva tantas canciones y kilómetros a las espaldas que se le ve poco propenso al ritual solemne. Asoma en persona a preparar su instrumental cinco minutos antes de comenzar el concierto, sin importarle la exposición a la actividad mundana bajo las luces aún encendidas del teatro. Escoge una guitarra acústica descolorida y medio destartalada, testigo silenciosa de centenares de noches trovadorescas por medio mundo. Y se coloca ladeado frente al micrófono, como si después de cuatro décadas de oficio todavía no tuviese claro con qué ángulo abordar el arte de la interpretación. Pero todo ello se circunscribe a los aspectos accesorios; en lo fundamental, Forbert inspira un respeto que muchos de los asistentes elevaron a la categoría de reverencia.
Poca prosopopeya, como pueden comprobar, para una cita destinada a que constara en los anales. El de Misisipi acaba de celebrar sus primeros 40 años de grabaciones y ha tenido tiempo de entregar 18 álbumes, pero hasta este 4 de junio jamás había pisado un escenario español. El maleficio acertó a romperse en el Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez, en el primer concierto del nuevo festival American Music Madrid, y los 101 minutos resultantes fueron tan crudos e imprecisos como emotivos. Porque es inusual, después de tanto tiempo, que lleguen a materializarse los anhelos largamente acariciados.
Samuel Stephen Forbert aspiró a la gloria en el tránsito de los setenta a los ochenta, hubo de conformarse con un muy sólido estatus como artista de culto y en este muy diferido debut español ha tenido que conformarse con la áspera soledad del formato acústico. Tiene tablas y repertorio para solventar un concierto por su cuenta, desde luego, pero también una escritura lo bastante variada como para que hubiésemos agradecido el respaldo de sus músicos habituales. De esta manera hubo que conformarse con el esqueleto de una obra tan enraizada en el folk, el blues y el olor de la siega que Forbert la desgrana con los ojos entrecerrados, como quien extrae las palabras y las notas de las mismísimas entrañas.
No importaba que cerdeasen las cuerdas de la vieja Gibson o que el bueno de Steve, poco acostumbrado a estos rigores preveraniegos peninsulares, se pelease a cada rato con la afinación y el rudimentario ventilador que le asignaron a pie de micro. Primaron las ganas de contar y cantar historias, la confesión generacional, las complicidades entre emisor y receptores. “Nos ha costado 40 años”, suspiró casi al principio. Luego escuchó peticiones de una docena larga de títulos, porque la audiencia llegó muy bien documentada. Y al final terminó concediéndose un regalo personal, una lectura de When I’m sixty-four en la que el clásico de McCartney perdía galanura y se volvía polvoriento con esa particular dicción entre dientes. “La descubrí con 14 años y hoy la canto en presente de indicativo”: Steve suma hoy, en efecto, 64 primaveras.
Entre medias hubo blues-folk quintaesencial (Lonesome cowboy Bill’s song), un homenaje a su paisano Jimmy Rogers, joyas a la altura del mejor Tom Petty (The American in me), un medio improvisado Madrid blues, tesoros ignotos de producción reciente (That’ll be alright, The magic tree) y hasta una Blackbird tune tan hermosa que muchos la aprendieron y canturrearon sobre la marcha.
¿Y Romeo’s tune? “No, esa ya no la hago nunca”, masculló cuando alguien le sugirió el único tema que hizo fortuna en sus años mozos, aquellos en que lucía rostro de niño y rizos alborotados. Era broma, claro, y su one hit wonder cayó justo antes de los bises. Fue el regreso a los tiempos en que engrosó la lista de quienes en algún momento fueron catalogados como “el nuevo Dylan”, aunque en su caso nunca primaran las intenciones miméticas. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero el rasgueo largamente demorado pudo por fin resonar por estas latitudes. Todo será que ahora asistamos a nuevas oportunidades: como el joven Forbert dejó dicho, y cantado, “Si no tocas, no puedes ganar”.
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