Del prejuicio al orgullo
La Bienal del Whitney, dedicada al arte americano, aparca el victimismo en su 79ª edición y reclama la historia para las minorías y las mujeres, que exhiben sus logros
Uno de los comienzos más célebres de la literatura universal dice que “es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Han transcurrido dos siglos desde que Jane Austen escribió Orgullo y prejuicio y la transformación social, al menos en gran parte de Occidente, ha sido drástica: no hay una dependencia legal aunque sí una clara desventaja de las mujeres. Sin embargo, las convicciones de la escritora inglesa están aún vigentes. Los presidentes de las potencias mundiales son el prototipo del hombre opulento que necesita una mujer al lado para reforzar su imagen pública. Sabemos cómo se comportan con sus esposas, con sus amantes. Son déspotas, racistas, homófobos. Y lo peor es que no están solos. Les patrocinan empresarios de la comunicación, de la industria de la guerra, jueces. Su salsa, esa verdad reconocida hace 200 años, es el sistema mismo.
Los 75 artistas que participan en la primera Bienal del Whitney de la era de Trump no tienen el menor interés en hacer burla directa del presidente más ridículo e imprevisible de la historia de Estados Unidos. Sus obras tienen más ambición y definen la nueva forma de hacer de una generación menor de 40 años que ha sabido naturalizar la protesta en asuntos como el racismo, al acoso sexual, el cambio climático o el neoliberalismo urbanístico, especialmente demoledor en el distrito del Meatpacking, donde se ubica el nuevo Whitney, con la gentrificación arrasando como un Godzilla. En las plantas quinta, sexta y parte de la tercera despliegan sus trabajos en formatos y lenguajes familiares (pintura, fotografía, escultura o un collage de todos ellos), vídeo y performance. Hay paridad de género y una mayoría de autores afroamericanos, asiáticos y latinos que impugnan la historia y un presente que todavía los excluye. El gusano (panfleto) se ha hecho mariposa.
La edición de este año evita la confusión de las anteriores, un mérito atribuible a las comisarias Rujeko Hockley y Jane Panetta, escogidas por primera vez entre el equipo de curadores del museo. Pero sí tiene su bestia negra, como ocurrió en 2017 con la pintura de Dana Schutz (43) que representaba el rostro desfigurado del joven Emmett Till linchado por dos hombres blancos en Misuri en 1955. Se le acusó de espectacularizar la violencia contra la población de color y la comunidad artística neoyorquina pidió retirar la obra. La de este año es posible que se cobre alguna cabeza del patronato del Whitney, y si ocurre la sostendrán el colectivo Forensic Architecture y la cineasta Laura Poitras. Triple-Chaser, una impecable mezcla de tácticas de guerrilla digital y videoarte, es una denuncia del uso policial de granadas de gas lacrimógeno contra la población civil en la frontera de México y en zonas en guerra. El fundador de la compañía que fabrica estas armas (Safariland) es el poderoso trustee Warren B. Kanders. Más de la mitad de los artistas y parte del staff del Whitney han firmado un escrito en el que exigen su renuncia y la de 11 miembros del patronato, argumentando que sus empresas extraen jugosos réditos del complejo militar apoyado por la Administración republicana.
Del centenar de obras seleccionadas, sobresale el trabajo de dos mujeres poco representativas de un evento que pone el foco en el arte joven del continente americano. Desde un formalismo de tradición moderna, Diane Simpson (84) convierte el patronaje japonés de los samuráis en un hermoso tableau minimalista. Sus esculturas han merecido una sala específica en el lobby del museo, como la francesa Nicole Eisenman (54), afincada en Estados Unidos, que presenta varias piezas en salas y un conjunto escultórico, Museum Piece of Gas, en una de las terrazas del Whitney. Se trata de una parade mecánica modelada en yeso y fibra de vidrio donde el personaje central, agachado a cuatro patas, libera periódicamente unos gases que recuerdan los vapores de las tuberías subterráneas de Nueva York. De manera diferente a las granadas lacrimógenas de Kanders, las flatulencias de Eisenman son un arma de desparpajo y orgullo, pues advierten a los poderosos de que las calles seguirán siendo de las personas.
79ª Bienal del Whitney. Nueva York. Hasta el 22 de septiembre.
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