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TRIBUNA LIBRE
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Escenas del corazón

El malestar que la familia Ernman-Thunberg relata en su libro brota del insostenible modo de vida del planeta

La activista sueca de 16 años Greta Thunberg participa en una manifestación de Estocolmo en marzo pasado.
La activista sueca de 16 años Greta Thunberg participa en una manifestación de Estocolmo en marzo pasado. TT NEWS AGENCY REUTERS
Olivia Muñoz-Rojas

El libro Scener ur hjärtat (Escenas del corazón) que firman Beata y Malena Ernman con Greta y Svante Thunberg remueve. Si, desde el punto de vista sociológico, la obra refleja el lugar y el tiempo desde los que está escrita —la Suecia del posbienestar—, la franqueza del relato interpela al lector con la misma mezcla de objetividad y pasión que transmite la joven Greta en sus declaraciones sobre el cambio climático. La llamada casi desesperada del libro a abrir los ojos y, sobre todo, a actuar frente a la crisis existencial, prácticamente irreversible, en la que nos hallamos difícilmente deja indiferente.

La historia de la familia Ernman-Thunberg es la del profundo malestar que experimenta una familia privilegiada de un país del primer mundo como síntoma del malestar de todo un planeta asolado por un modo de vida insostenible. Dicho así puede sonar pretencioso, incluso frívolo. Pero, además de los demoledores datos sobre el deterioro medioambiental que aporta a lo largo de sus algo más de 200 páginas, el libro consigue que la fusión de ambos planos —la crisis familiar y la planetaria— resulte no sólo creíble, sino lógica.

Narrado en primera persona por Malena, madre de Greta y mezzosoprano de fama internacional, comienza relatando con crudeza el descenso a los infiernos de una familia acomodada y cosmopolita a partir de los primeros síntomas de malestar de Greta en torno a sus 10 años. La niña deja de comer y de hablar, y su actividad escolar se resiente. Los médicos aconsejan a Malena y Svante anotar exactamente lo que ingiere cada día y el tiempo que le lleva: “Desayuno: 1/3 de plátano. Tiempo: 53 minutos”. Después de meses eternos de visitas médicas y hospitalarias, Greta recibe, por fin, un diagnóstico y, con él, un tratamiento y consignas para acomodar sus especificidades. Sufre de síndrome de Asperger, autismo de alto funcionamiento y trastorno obsesivo-compulsivo. A los pocos años es Beata, su hermana, quien comienza a mostrar síntomas parecidos.

“El número de diagnósticos de discapacidades neuropsiquiátricas está aumentando de manera explosiva”, escribe Ernman. Y lo liga, sobre todo, a una sociedad tóxica en la que todo debe ir a más y cada vez más rápido, como en “un tiovivo del que más y más personas se caen”. La pregunta que subyace es si acaso no son las personas que se caen, aquellas que aparentemente no pueden más, las que, finalmente, son las más cuerdas.

Apenas Greta regresa a una suerte de normalidad, experimenta un shock al ver un documental en el colegio sobre los vertidos de plástico en los océanos. En ese momento, la lucha contra la crisis de sostenibilidad y el cambio climático se convierten en la razón de su existencia. (Uno de los síntomas del síndrome de Asperger es la fijación en un tema concreto). Si inicialmente sus padres se involucran para apoyar a su hija, sus lecturas, encuentros y conversaciones con expertos internacionales terminan por convencerlos: la situación del planeta demanda un replanteamiento radical de aspiraciones y prioridades. La familia entera deja de volar y, con ello, Ernman abandona, definitivamente, su carrera operística internacional. Cambian su dieta a una vegana y adquieren un coche eléctrico con el que, entre otros, Svante y Beata viajarán a Londres a un concierto de Little Mix: un viaje de cinco días por un vuelo de cinco horas ida y vuelta.

Plenamente consciente de las ventajas de su visibilidad, de que no todo el mundo puede comprarse un coche eléctrico o darle un giro drástico a su carrera profesional, Ernman insiste, sin embargo, en la responsabilidad añadida que tienen los ciudadanos del primer mundo: frente a las 5,14 toneladas de dióxido de carbono que emite una sola persona en un vuelo de ida y vuelta Estocolmo-Tokio, como los que ella hacía, la media de emisión de un habitante de Bangladés es de 0,5 toneladas anuales.

La lucha climática y la lucha por mantener la cordura en un sistema económico, social y político que perciben como disfuncional e inhumano se vuelve el hilo conductor de la familia. Casualmente, Svante Arrhenius, el científico y premio Nobel de Química que descubrió el efecto invernadero, fue un antepasado de Svante Thunberg. Aunque, explica Ernman, los cálculos de Arrhenius le llevaron a predecir que los niveles actuales de dióxido de carbono se alcanzarían dentro de 2.000 años. Ante cifras semejantes, clama, no hay lugar para los matices.

Quizá el momento fundacional de los Ernman-Thunberg es cuando se quedan embarazados de Greta, y Svante decide renunciar a su carrera como actor en Suecia para seguir a su esposa y dedicarse a la paternidad. “Eres de las mejores del mundo en lo que haces… Y además ganas más dinero que yo”, le dice a Malena. Sin ese compromiso, y en un país con una de las tasas de divorcio más elevadas de Europa, es probable que la familia no hubiese resistido unida la crisis neuro­psiquiátrica en la que se vio sumida. Amor y solidaridad, esperanza y recuperación, son el mensaje de fondo de un libro que por momentos y como reconocen sus autores, puede transmitir (¿un necesario?) pesimismo existencial.

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