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SILLON DE OREJAS
Tribuna
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Postrimerías y novedades

Las viudas derechohabientes en la literatura se erigen en cancerberos del templo sagrado ante cuyas puertas se estrellarán todos los que no sean de su agrado

Manuel Rodríguez Rivero
Fotograma de 'La novia vestía de negro' (1968) de Truffaut.
Fotograma de 'La novia vestía de negro' (1968) de Truffaut.

1. Viudedades

Hace algún tiempo, The Times Literary Supplement lanzaba la muy pertinente idea de crear un galardón que sirviera para premiar al autor/a más póstumamente prolífico y reconocer de modo oblicuo el esfuerzo realizado por quienes, tras la muerte del creador/a, prolongaron su vida y su influencia literaria incluso más allá del deseo de los propios finados. Kafka, cuya obra ocuparía poco más de un tomito en rústica si no hubiera sido por su felón albacea Max Brod, es el mejor ejemplo: por eso sugiero a los muñidores de la idea que el premio lleve el nombre del autor de La metamorfosis o, como suele titularse ahora de forma más filológicamente correcta, pero más sentimentalmente distante, La transformación.

Más allá de su muerte, la obra “rescatada” de los escritores prolonga un negocio que a menudo estuvo lejos de sustanciarse en su vida. Hemingway, Carver o Bukowski son algunos de los más póstumamente engordados. Por cierto que los numerosos fans hispánicos de los dos últimos estarán dando saltos de alegría: Anagrama acaba de publicar del primero Todos nosotros, un volumen que reúne la poesía completa del cuentista de Oregón en bilingüe y en una traducción que quizás hubiera merecido un repaso; y del segundo, Las campanas no doblan por nadie, una recopilación de relatos y textos dispersos que, salvo por alguna excepción, podría subtitularse “Más de lo mismo”.

¡Y qué decir, entre nosotros, de Roberto Bolaño! Tras su muerte (2003) y ascensión olímpica en la anglosfera (la Wikipedia inglesa se porta mejor con él que con Cortázar), el grandísimo narrador chileno ha experimentado también el beneficio de las postrimerías. Al parecer, siempre hay un Bolaño dispuesto para las mesas de novedades. Alfaguara, que se hizo cargo de la antorcha que había sostenido Anagrama en tiempos menos monetariamente brillantes, ha dado impulso y difusión americana a la marca, ocupándose de “republicar” la obra anterior y “rescatar” las pretendidas joyas escondidas en el polvoriento baúl del desván: poemas y cuentos diz que completos (aunque contengan un solo inédito) están entre las últimas. El papel que en esa (re)construcción de la posteridad literaria —y en la omisión de algunos extremos significativos de la vida y la obra del último Bolaño— haya correspondido a la viuda derechohabiente y al feroz agente Andrew Wylie sería un buen asunto para una moderada novela de intriga, (leve) codicia y, tal vez, venganza.

Lo que, inevitablemente, me lleva a una breve consideración sobre el papel de las viudas derechohabientes en la literatura. Personajes a menudo dolientes y paupérrimos —el lumpen del lumpen— en la ley mosaica y el Nuevo Testamento, las viudas son fundamentales para entender ciertas vicisitudes de la historia literaria. Y no solo por lo que algunas guardan, muestran, saben o callan de, por ejemplo, Alberti, Cela o toda la cohorte de próceres fallecidos, sino porque se erigen por derecho adquirido en cancerberos del templo sagrado ante cuyas puertas se estrellarán todos (investigadores, críticos, editores) los que no sean de su agrado o cuestionen su papel de albaceas (como en el relato Ante la ley, uno de los pocos publicados en vida de Kafka, el guardián de la Ley cierra el paso al intruso).

Y es que las viudas —una vez superado el desgarro de la pérdida y sublimado el recuerdo del ausente— ya no tienen por qué ser las figuras dolorosas de la Biblia. Adquirí hace algún tiempo en un baratillo —un expurgo— de la biblioteca municipal de Vergennes, Vermont, un viejo ejemplar de The Widow (la viuda), un ensayo de la humorista Helen Rowland (1875-1952), del que me permito extraer una pequeña reflexión —irónica y paradójicamente machista— que la autora dedica a la viuda “liberada”: “Una viuda es un ser fascinante con el perfume de la madurez, la especia de la experiencia, el hormigueo de lo nuevo, el aroma de la coquetería practicada y el halo de la aprobación de un hombre”. En fin, que menos mal que el copyright no dura eternamente; de otro modo, y aunque Cristo (al parecer) no estuvo casado ni dejó derechohabientes claros, a estas alturas todavía estaríamos recibiendo entregas inéditas o fragmentos dispersos de la palabra de Dios.

2. Se siente

Parafraseando, con permiso de Diego Moreno, el antiguo motto de Nórdica, “pronto llegará Sant Jordi, se siente en el aire”. La octava del Día del Libro y la temporada de las ferias al aire libre (con la larguísima del Retiro de Madrid, este año a partir del 31 de mayo) sirven para redondear el ejercicio, por lo que para muchos editores y aún más libreros es la última oportunidad de cerrar caja en positivo. Los editores sacan lo mejor y/o más rentable de cada casa: en este momento se están vendiendo bien (dentro de lo que cabe) novedades de Matilde Asensi, Domingo Villar, Pérez-Reverte, Vila-Matas, Landero, Muñoz Molina, Elisabet Benavent, Juan José Millás o José Castillo, por solo citar los que recuerdo a bote pronto.

Pero no solo de ficción en formato tradicional viven las librerías. Desde hace tiempo se han puesto de moda libros ilustrados, habitualmente en tapa dura, y a precios económicos, a menudo gracias a que las obras están en derecho público y resultan menos costosas. Y además, a los grandes dibujantes —uno de los colectivos menos favorecidos del sector— les permite lucirse. Entre los que más me han gustado en las últimas semanas, les recomiendo La hija de Rappaccini (Zorro Rojo), que contiene el estupendo relato de Hawthorne y la interpretación dramática que hizo Octavio Paz, todo ello magistralmente ilustrado por Santiago Caruso. Y no se pierdan, si aún no lo han leído, el Benito Cereno de Herman Melville (Nórdica; ilustrado por Elena Ferrándiz), una enigmática y brillantísima novela corta sobre el mal y cuya ambigüedad sobre el racismo todavía es asunto de debate en discusiones académicas y grupos de lectura.

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