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¡Qué desperdicio de novillada en Las Ventas!

Fracaso de la terna ante un buen encierro de Hnos. Sánchez Herrero

Miguel Maestro sufrió una aparatosa voltereta sin consecuencias.
Miguel Maestro sufrió una aparatosa voltereta sin consecuencias.Plaza1

Cabizbajos y empapados, casi dos horas y media después del comienzo del festejo, los pocos aficionados que acudieron este domingo a Las Ventas con la esperanza de disfrutar de buen toreo, abandonaron la plaza preguntándose por qué demonios no decidieron quedarse, calentitos, en el sofá de su casa.

Porque torear, lo que se dice torear, sólo toreó uno de los hombres que hicieron el paseíllo vestidos de luces. Su nombre, Sergio Aguilar. El matador madrileño, que cambió el oro por la plata hace un par de temporadas, dio los mejores capotazos de la tarde durante la lidia del cuarto.

El resto de los actuantes, especialmente los tres novilleros, dieron pases, pero no torearon. Y eso que tuvieron la fortuna -o desgracia- de encontrarse con una novillada que ofreció grandes opciones de lucimiento. En mayor o menor medida, los seis ejemplares de los Hermanos Sánchez Herrero se emplearon en los engaños y pusieron en bandeja el triunfo de sus matadores.

HNOS. S. HERRERO/MAESTRO, ROBLES, MENÉS

Novillos de Hnos. Sánchez Herrero, muy bien presentados, de gran seriedad y cuajo, de desigual comportamiento en el caballo, pero nobles y con movilidad en conjunto.

Miguel Maestro: pinchazo y estocada casi entera algo perpendicular y atravesada (saludos con protestas); pinchazo y espadazo muy perpendicular y delantero que escupe el novillo _aviso_ (silencio).

Abel Robles: dos pinchazos _aviso_, estocada corta muy atravesada _segundo aviso_ y seis descabellos _tercer aviso_ (silencio); dos pinchazos sin soltar la espada, estocada casi entera desprendida y algo contraria _aviso_ (silencio).

Daniel Menés: pinchazo, pinchazo perdiendo la muleta e infame bajonazo traserísimo (silencio); espadazo trasero y atravesado _aviso_ y un descabello (silencio tras leve petición de oreja).

Plaza de toros de Las Ventas. Tercera novillada de la temporada. Alrededor de un quinto de plaza (5.622 espectadores, según la empresa).

Pero ni por esas. Miguel Maestro, Abel Robles y Daniel Menés, no sólo no fueron capaces de estar a la altura y cortar las orejas, sino que anduvieron clamorosamente por debajo de sus oponentes y ofrecieron una triste imagen con capote, muleta y espada.

Uno de ellos, el catalán Abel Robles, llegó a escuchar los tres avisos al ser incapaz de acabar con su primero. Todo un oprobio en tiempos pasados, que en la actualidad parece no importar a nadie. Empezando por el propio torero. Escaso de técnica, Robles se limitó a aprovechar el viaje de su lote, dejándolo pasar, pero en ningún momento llevó sometidas, ni toreadas, sus embestidas. Aunque en ocasiones se quedó cortó y protestó, el segundo de la tarde destacó por su fijeza y prontitud. El quinto, que también se movió, lo hizo distraído y con poca clase.

El mejor lote correspondió a Daniel Menés, tan voluntarioso y variado con el capote, como poco lucido. A pesar de que ambos astados repitieron con calidad, nobleza y cierta alegría, el madrileño fue incapaz de cuajarlos. Colocado en los cites siempre fuera de cacho, ejecutó algunos naturales largos y ligados, pero hacia afuera, sin ceñimiento, y muchos de ellos enganchados. Los acelerados medios pases que logró con la figura más erguida en el ecuador de ambos trasteos tampoco convencieron.

El susto de la tarde se lo llevó Miguel Maestro, el más veterano de la terna. Mientras toreaba de muleta al cuarto, un señor toro por trapío (y casi por edad), el animal se revolvió, lo prendió y acabó zarandeándolo violentamente durante unos dramáticos segundos que se hicieron eternos. Afortunadamente, porque sólo le había empalado, Maestro se levantó ileso y pudo continuar la faena. Ese cuarto, al igual que el resto de sus hermanos, tuvo nobleza y humilló, aunque fue acortando el recorrido y acabó embistiendo con sosería. Mejor fue el codicioso primero, más justo de fuerzas, pero de gran calidad. Mecánico y sin ajuste, las dos labores del novillero fueron recibidas con frialdad.

Mis condolencias, ganaderos, ¡vaya desperdicio de novillada!

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