El pop (feminista) como arma
El nuevo álbum de la cantante australiana recibe una calificación de 9 sobre 10
El año 2017, Stella Donnelly, una chica australiana harta de casi todo —harta de Donald Trump, harta del nacionalismo (blanco) de su país y triste y enfadada, enfadadísima, después de que violaran a una amiga y al tipo no le pasase nada porque, bueno, los tipos, ya se sabe—, grabó un puñado de temas en su cuarto, con su guitarra, y los convirtió en Trash Metal, un EP que dio la vuelta al mundo después de que alguien en Healthy Tapes subiera a la Red precisamente el tema que hablaba de la impunidad masculina, un incómodamente preciosista y hondo himno antiacoso, un talismán sonoro capaz de brillar, instantáneamente, como lo hacen los clásicos, titulado Boys Will Be Boys.
Artista: Stella Donnelly
Disco: Beware of the Dogs
Sello: Secretly Canadian
Calificación: 9 sobre 10
Suena Boys Will Be Boys a una Fiona Apple que hubiera escuchado más de la cuenta a Jeff Buckley (el virtuosismo aterciopeladamente lírico y la guitarra eléctrica desnuda de Allergies están cerquísima de todo lo que dejó a deber el californiano) y, por qué no, a una Tracyanne Campbell no tan decididamente triste (a eso suena Season’s Greetings), pero que también, y sobre todo, tuviese muy claro que el pop puede llegar a ser un arma. Y así dispara contra todo: Hemingway y el Dios que solo quiere a los hombres (en Watching Telly); el patriarcado y sus más abominables representantes (en Old Man le recuerda al tipo que maltrata a su mujer y a sus hijos que no estamos “en 1993” y le pregunta si tiene “miedo” del mundo que viene), y los tíos que no la merecen (en Mosquito prefiere usar el vibrador ante la duda).
Sí, este Beware of the Dogs es, podría decirse, un tratado de feminismo sonoro, y uno de lo más inteligente. Donnelly es una Bethany Cosentino que se ha tomado definitivamente en serio, o, por qué no, una Courtney Barnett menos espinosa. Hay momentos, momentos como Face It, en que suena algo propio y nuevo que podría, sin embargo, haber sonado dentro de Las vírgenes suicidas, la novela de Jeffrey Eugenides, algo que podrían haber escuchado las Lisbon para sentirse, de una vez por todas, comprendidas, y luego hay otros en los que Donnelly se atreve a vestir a la mismísima muerte de frivolidad (Die es el corte más luminoso y divertido del disco). Lo suyo es la introspección aparentemente amable capaz de destruirte (“Escucharme no va a matarte”, canta, en la noventera Lunch).
Convencida de que su voz solo está uniéndose a las muchas voces que andan alzándose en estos momentos —de hecho, menciona a Hannah Gadsby, y se diría que su álbum es una versión sonora de algo que no deja de crecer— Donnelly es, no ya la muestra de que un nuevo tipo de cantautora es posible —abierta y casi exclusivamente feminista—, sino de que hay un nuevo pop en marcha, y es uno que es casi dolorosa autoficción, cicatriz, uno que habla de cosas horribles pero que lo hace de la más encantadora de las maneras. Los tiempos, por fin, están cambiando.
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