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Ian Manook: “Mi detective solo tiene sentido en Mongolia”

El escritor francés relata cómo se le ocurrió situar en ese país asiático, encajonado entre Rusia y China, al protagonista de su exitosa serie novelística

Enric González
El escritor francés Ian Manook en una librería del barrio de San Telmo (Buenos Aires).
El escritor francés Ian Manook en una librería del barrio de San Telmo (Buenos Aires).Gustavo Bosco

A veces es bueno apostar. Tatuaje, la novela que hizo de Pepe Carvalho el gran detective barcelonés, surgió de una apuesta. Algo parecido ocurrió con Khaltar Yeruldelgger, un detective convencional en un escenario tan poco convencional como Mongolia. Patrick Manoukian, antiguo periodista de viajes, empresario de éxito, llevaba años escribiendo sin terminar nunca nada. Una de sus hijas le desafió: ¿sería capaz escribir cuatro libros en dos años, cada uno de un género diferente, cada uno firmado con un pseudónimo distinto? Manoukian lo hizo. El cuarto libro fue un policial llamado Muertos en la estepa. Manoukian lo firmó como Ian Manook. Ahora, el detective mongol protagoniza ya una trilogía de gran éxito internacional.

Manoukian/Manook pasa unos días en Buenos Aires, donde vive su hija, la que lanzó la apuesta. Admite que nunca fue aficionado a la novela negra y que la creación de su personaje fue un proceso complicado. Partió de un detective arquetípico: un hombre grande, duro y frágil a la vez, baqueteado por la vida. Lo tenía ya descrito en un viejo texto inacabado. Era un policía de Brooklyn. El golpe de genio fue situarlo como jefe de la Brigada Criminal de Ulán Bator, en Mongolia. Eso transformó al personaje y dotó a la historia de una profundidad que el autor, cuando empezó a teclear, ni siquiera imaginaba: “Yeruldelgger solo tiene sentido en Mongolia”.

“Quería un escenario mineral para un personaje mineral como Yeruldelgger y consideré varias opciones, entre ellas Patagonia”

Manook trabajaba en el despacho de su empresa, rodeado de ruido y movimiento. Desconocía las reglas del género y decidió arrancar con una imagen que le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo: un objeto infantil semienterrado en una tierra árida. El objeto resultó un triciclo. “Conté eso en el primer capítulo y me bloqueé”, explica. No sabía cómo seguir. Como tenía otra imagen, la de unos chinos descuartizados en un paraje urbano, escribió esa escena. “A partir de ese momento, el trabajo consistió en relacionar el triciclo con los chinos”. Por esa vía, acabó logrando una historia compleja y fascinante.

“La elección de Mongolia fue casual, quería un escenario mineral para un personaje mineral como Yeruldelgger y consideré varias opciones, entre ellas Patagonia”, dice. Una vez hecha la elección, surgió el trasfondo. Por un lado, un paisaje y una cultura exóticos, que Manook había conocido como viajero. Por otro, la tragedia de un pequeño país de 3,5 millones de habitantes encajonado entre dos gigantes como China y Rusia, pobre, azotado por el viento y castigado por temperaturas extremas.

“Es un milagro que Mongolia subsista. No tiene otra historia que la de Gengis Khan y sus descendientes, apenas un siglo en el que los mongoles mataron a 40 millones de personas (el 10% de la población mundial), arrasaron China y llegaron a las puertas de Europa; luego, sin haber construido nada, volvieron a la insignificancia”. Mongolia, perdida en la estepa centroasiática, fue el segundo país, después de Rusia, en integrarse en la Unión Soviética. Cuando ésta se derrumbó, Mongolia se inscribió en el capitalismo chino, “el más destructivo que existe, para las personas y para el medio ambiente”. La corrupción es imaginable: “ocho de las diez mayores fortunas del país se han hecho en la política”, señala el escritor.

Cuando se derrumbó la URSS, Mongoliase inscribió en el capitalismo chino, “el más destructivo que existe”

Mongolia constituía un escenario perfecto para una novela negra. Pero algo no encajaba: el policía Yeruldelgger debía proceder, en ese caso, de una educación estalinista. Y no, no podía ser. El jefe de la Brigada Criminal no era ese tipo de persona. Manook solucionó el problema haciendo del policía un antiguo alumno-monje en uno de los pocos monasterios que los comunistas no habían destruido. Eso dotaba al personaje de una dimensión vagamente chamánica, idónea para redondear su atractivo y su funcionamiento no siempre lógico.

Los mongoles son gente de la estepa. “Cada tradición tiene su sentido y puede decirse que las normas sociales, no más de medio centenar, se establecen a través de las tradiciones. Por ejemplo”, explica Manook, “cuando un viajero se despide de una yurta, alguien sale con él y le acompaña un rato con un tazón de leche. No es simple hospitalidad, la cuestión es que puede desatarse una tormenta en unos minutos y conviene saber exactamente en qué dirección ha partido el viajero por si hay que acudir a ayudarle”.

La estepa es cada vez más inhóspita. El clima se hace aún más extremo. Y la lana que crece en el cuello de las cabras locales produce el mejor cachemir del mundo, por lo que los nómadas compran más y más cabras y se establecen en los suburbios de Ulán Bator. “El gobierno les regala parcelas por una razón muy simple: Ulán Bator vive de subsidios internacionales y el monto de los subsidios depende de la cantidad de habitantes. Cuantos más, más dinero. Ese dinero, por supuesto, se lo quedan unos pocos”. Una ciudad sin infraestructuras, con un frío atroz o un calor insoportable, con una población creciente, desarraigada y pobre, lejos de todo salvo de las mafias locales, los policías corruptos y la arbitrariedad del poder: solo un tipo como Yeruldelgger puede sobrevivir a eso.

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