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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Éxtasis, pistolas y martillos neumáticos

La historia de The Haçienda es única: nunca jamás se invirtió tanta energía en mantener abierta una discoteca condenada desde el inicio a la bancarrota

Diego A. Manrique
Peter Hook, ante el edificio de The Haçienda, ahora dedicado a pisos de lujo.
Peter Hook, ante el edificio de The Haçienda, ahora dedicado a pisos de lujo.

A punto estuve de renunciar a leer The Haçienda. Cómo no dirigir un club (Contraediciones), de Peter Hook. Verán, en la primera página se invoca el chiste más sobado sobre los años sesenta: “Si te acuerdas es que en realidad no estuviste allí.” Una falacia y una pobre excusa cuando sabes que el autor ya ha firmado otros dos libros, sobre sus principales grupos (Joy Division, New Order), seguramente redactados mediante lo que aquí denomina “esfuerzo colectivo”. Es decir: “Anda, Hooky, cuéntanos anécdotas y nosotros nos ocuparemos de darlo forma”.

Milagroso: todos los principales implicados en la saga de Factory Records han escrito libros, desde la viuda de Ian Curtis al bailarín de Happy Mondays, Bez, como si se hubieran contagiado del virus literario de Anthony Burgess, paisano enormemente prolífico. Ningún problema, eh. Como sus vecinos liverpoolianos, Mánchester vive hoy de añejas glorias, amplificadas en documentales, tomos sesudos y aquel maravilloso largometraje titulado 24 hour party people. Para el turista, visitas guiadas y toneladas de merchandising.

Ya había al menos otro libro sobre The Haçienda, el megaclub al que Factory atribuyó la referencia 51 de sus lanzamientos. Dado que Peter Hook se implicó en la gestión (por llamarlo de alguna manera) durante sus 15 años de existencia, uno esperaba explicaciones de tanta incompetencia, arrogancia, estupidez. Recuerden: un proyecto megalómano financiado por los ingresos millonarios de New Order, mientras los miembros del grupo recibían un raquítico sueldo semanal. Intentaron trasplantar las discotecas arty de Nueva York al duro ambiente de Mánchester, con personal elegido entre amigos rebosantes de ideas, generalmente de escasa rentabilidad: “¿Una barra de ensaladas macrobióticas? Adelante, adelante.”

The Haçienda… usa un tono coloquial, felizmente traducido por Federico Corriente. Aviso que resulta mucho menos revelador de lo que parece. Se intercala la programación de cada año, a veces engordada con listados de los discos pinchados por tal dj. Se añade un batiburrillo de cuentas anuales, trimestrales o simples proyecciones de ingresos. Y Hook tira balones fuera. Tony Wilson, el visionario de Factory, parece desinteresado en el Haçienda. Todo lo contrario de Rob Gretton, mánager de New Order, cuyo lema parece ser “adelante con los faroles”, aunque dedica más tiempo a un deslucido sello propio. Respecto al protagonista, le pierde el subidón de ser la cara visible de un local famoso en el mundo.

Cuando The Haçienda se convierte en objetivo de las bandas criminales, deciden aliarse con los Noonan, la familia más peligrosa de la zona. Palizas, disparos, ataques en masa… Hook sale indemne de todo. Reconoce un placer malsano en moverse acompañado por malotes, que lo mismo frustran a paparazzi que espantan a fans inocentes. Más que alardes de filantropía, aquí reconocemos las historias veraniegas de ingleses desatados por el alcohol y las drogas. Aunque uno duda cuando se narra una noche ibicenca de 1988, con un taxista que insiste en llamarle “gringo” (¿tal vez aquello ocurrió en otro continente?).

Mi historia favorita ocurre en una performance de rock industrial de los berlineses de Einstürzende Neubaten. Un miembro particularmente imbécil ataca con su martillo neumático el pilar central del edificio. El público aplaude la ocurrencia, hasta que los empleados consiguen quitarle la herramienta. Entre el estruendo, otros integrantes del grupo desaparecen tras el escenario para “atender” a una groupie particularmente insistente. Todo sea por el arte.

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