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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es el orden el camino a la felicidad?

Varios estudios sugieren que los ambientes nos empujan a ser de formas diferentes. Un hogar ordenado nos convierte en personas convencionales

El despacho de Albert Einstein en Princeton
El despacho de Albert Einstein en PrincetonRalph Morse/The LIFE Picture Collection/ (Getty Images)

En la vida, nada es gratis y el orden, tampoco. Pero cuando Marie Kondo llama a tu puerta puedes pensar que los únicos damnificados por su ira purificadora serán las camisas que ya no te hacen feliz o los libros que no merecen entrar en el canon. Hace ya muchos años, en los novena, cuando Rudy Giuliani era alcalde de Nueva York, popularizó la teoría de las ventanas rotas. Según su planteamiento, los pequeños crímenes o las señales de deterioro urbano, como las ventanas rotas de un barrio, crean un entorno que anima al comportamiento incívico y hasta a cometer delitos graves. Su respuesta consistió en la tolerancia cero con el desorden, persiguiendo con celo incluso transgresiones mínimas como saltarse los tornos del metro. 

Mi madre, con su sabiduría ancestral, repite que una habitación ordenada y una cama hecha conducen a una vida armónica. Y es posible que tenga razón. Algunos estudios han observado que quienes viven en entornos ordenados comen más sano e incluso son más generosos con sus compañeros. Esos estudios sugieren que los distintos ambientes nos empujan a enfrentarnos al mundo de formas diferentes. Un hogar ordenado nos convierte en personas convencionales, bien adaptadas a nuestro entorno y, quizá, más equilibradas. Pero nada es gratis. 

Según esos mismos estudios, un cuarto desordenado puede ser el fermento para una mente mucho más creativa, que rompa con las convenciones. Es famosa la fotografía del despacho de Einstein en Princeton tomada poco después de su muerte en la que se observa una mesa repleta de papeles y libros y unas estanterías donde se amontonan documentos sin criterio aparente. El físico alemán siempre dijo que fue capaz de revolucionar el modo en que vemos el mundo porque nunca tuvo facilidad para asimilar las maneras convencionales de percibirlo. 

Las visiones infrecuentes hacen que la vida merezca la pena, pero también dan disgustos y los políticos, en particular los conservadores como Giuliani, saben que es mejor no azuzar demasiado las diferencias. El orden, en la política y en nuestra casa, ofrece seguridad y nadie puede discutir, sobre todo nadie que no ha sido víctima de una carencia así, que es mejor una ciudad donde salir a la calle no es jugarse la vida y beber agua del grifo no da cólera. En casa también parece mejor no tener una nevera con más biodiversidad que en los trópicos. 

Marie Kondo representa un ideal difícil de refutar, pero al menos algunos sentimos que su búsqueda de armonía entumece. Tolstoi dijo al comienzo de Ana Karenina que “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Nadie quiere ser infeliz, pero a los humanos tampoco nos hace demasiada ilusión pensar que somos como todo el mundo. Quizá por eso, entre todas las religiones, otra creación para dar orden al cosmos, una de las más exitosas es la que enfatiza que para Dios todos somos únicos. Marie Kondo nos ayuda en esa búsqueda de orden y nos hace despedirnos de nuestros trapos como si fuesen especiales, pero puede que en esa búsqueda de la felicidad hogareña haga que nosotros dejemos de serlo.

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