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SILLÓN DE OREJAS
Tribuna
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Muerte de un editor

Claudio López Lamadrid fue uno de los últimos ejemplares de un tipo de edición que aprendió su oficio (¡y cómo!) desde abajo

Manuel Rodríguez Rivero
Claudio López Lamadrid, en 2017.
Claudio López Lamadrid, en 2017.Daniel Mordzinski

1. Claudio

Casi todo lo que se me ocurre decir de Claudio López Lamadrid (1960-2019) me resulta redundante. Los obituarios y notas necrológicas (incluidos los de medios internacionales, como Publishers Weekly) han subrayado sus cualidades de editor (en algún sitio he leído, y con razón, que parecía “de los de antes”), su condición casi pedagógica de puente entre la narrativa contemporánea del español de ambos mundos, su curiosidad intelectual, su respeto por el trabajo de “sus” autores, su modo admirable de navegar entre lo que consideraba que debía ser publicado y las drásticas exigencias de la cuenta de resultados de uno de los mayores grupos editoriales del mundo. Claudio fue uno de los últimos ejemplares de un tipo de edición que aprendió su oficio (¡y cómo!) desde abajo, sin necesidad de másteres universitarios. Acarreó libros, corrigió pruebas, firmó críticas literarias, respiró cómo se gestionaba una editorial independiente (Tusquets lo era entonces), contribuyó a la creación de Galaxia Gutenberg con su amigo Ignacio Echevarría, siguió aprendiendo en el Grijalbo de Gonzalo Pontón y desde Mondadori vivió los sucesivos avatares que terminaron en lo que hoy —vía Riccardo Cavallero, uno de sus últimos mentores— se llama Penguin Random House. Publicó a algunos de los más grandes y dio a conocer a no pocos de los mejores escritores jóvenes de ambas orillas del castellano (pienso en Fresán, Pron, Schweblin). Se rodeó de estupendos editores (ahí tienen a Miguel Aguilar, por ejemplo), a los que dejó hacer con generosidad, y tuvo visión para comprender que, como sostenía su amigo Constantino Bértolo, había que crear una colección distinta de Literatura Random House para “crear cantera”, lo que resultó en el sello Caballo de Troya, en el que se han estrenado varios autores. En lo personal tuvo tiempo de casarse, tener hijos y muchísimos amigos que no lo olvidaremos nunca, viajar por la geografía global de la edición y, por último, enamorarse como un adolescente con todo el mundo por delante de mi querida Ángeles González Sinde, con quien tantas complicidades mostraba. Lo que no creo haber leído en las notas fúnebres es que además era un gran lector y editor de poesía: todavía conservo algún ejemplar de la obra de Neruda de la pionera serie Poesía Mitos —con tiradas de ¡100.000 ejemplares a 350 pesetas!— que me regaló en una de mis primeras visitas a su caótico despacho (ya lo era en 1998) y que, por cierto, Iberia, siempre en su limbo de aire, rechazó regalar a sus clientes de Puente Aéreo porque le resultaba “demasiado arriesgado”. Descansa en paz, amigo, en el tranquilo cielo de los buenos editores.

2. Títulos

A lo largo de mi vida he conocido a mucha gente que ha nacido de pie, o, como poetiza la expresiva paremia, con una flor (no se especifica cuál) en el culo. Ahí tienen, por ejemplo, y con todo respeto, a Daniel Fernández, el presidente saliente de la Federación de Gremios de Editores (FGE), que consiguió prolongar su escasamente memorable mandato durante un año más, mientras buscaba otro acomodo. Me sopla una topo/socia de Cedro, la entidad de gestión de derechos y propiedad intelectual, que allí suena su nombre como posible relevo en la presidencia de mi admirada Carme Riera. Ya ven, don Daniel no deja de encontrar cobijos más o menos oficiales que complementen su sueldo como mandamás de Edhasa y le permitan influir en el sector. Al señor Fernández le ha sucedido en la presidencia del FGE Miguel Barrero, un editor fiable, austero, con ideas, experiencia —ha sido tesorero de la entidad, además de presidente de la Asociación de Editores de Madrid— y un admirable don de gentes, cualidades imprescindibles para navegar por los procelosos mares de un sector particularmente complejo y autonomizado. Bienvenido sea; especialmente ahora, cuando la partida presupuestaria del Ministerio de Cultura para “promoción del libro y publicaciones culturales” cae un 2,2%, como si estuviéramos en Finlandia y no fuera necesario seguir asegurando que los libros no muerden. Por cierto que me llegan datos del ISBN que me dejan un poco perplejo. En 2018 se registró un descenso de títulos de algo más del 10% respecto a los publicados en 2017; para ser exactos, han sido 76.180, incluyendo primeras ediciones y reediciones (pero excluyendo los de autor-editor, que siguen creciendo). Más sintomático me parece el distanciamiento, en títulos registrados, entre las dos capitales del libro: 26.995 Madrid frente a 17.508 Barcelona, algo que quizá se explique, en parte, por cierto exilio empresarial. Por último, ya tenemos otra estrella ascendente en producción libresca: Andalucía ha pasado de publicar 8.400 títulos en 2014 a algo más de 14.000 en 2018, colocándose en el tercer puesto del ranking.

3. Feminismos

En un momento de exacerbados (y con razón) feminismos en los que flota la tentación del esencialismo (últimamente hemos sabido de feministas del PP “de toda la vida”), conviene recordar también a célebres pioneras a las que la historia —que también es la de la lucha por la liberación de toda clase de opresión— han dejado en un interesado olvido. Hace un siglo, el 15 de enero de 1919, un Gobierno de mayoría socialdemócrata envió a una fuerza paramilitar de extrema derecha —los Freikorps— a aplastar la insurrección de los espartaquistas. Sus principales líderes, Karl Liebknecht (1871-1919) y Rosa Luxemburgo (1871-1919), fueron asesinados. La activista Rosa Luxemburgo fue una de las más lúcidas teóricas del marxismo de principios del siglo XX. Judía y feminista, fue una de las primeras figuras que, desde la izquierda comunista, advirtieron de la deriva totalitaria y burocrática de los bolcheviques. Sus obras, especialmente Introducción a la economía política (Siglo XXI) o Reforma o revolución (Akal), aún guardan enseñanzas. Y sus Cartas desde la cárcel a Sophie Liebknecht (Abada) siguen siendo testimonio vivo de una luchadora infatigable.

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