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¿Así que quieres ser escritor de novela negra?

Pocos autores en español trascienden la conciencia política de sus libros porque a la mayoría le trae al pairo el prójimo mientras no sea un personaje de sus historias

El escritor Chester Himes.
El escritor Chester Himes.Alex Gotfryd (Corbis / Getty Images)

Si usted quiere ser escritor de novela negra evite sonreír en las fotos. Ponga cara de malote, de hombre curtido en unas calles que dirá conocer como la palma de su mano. Si además es usted mujer sepa que el precio de ser escritora de ese género es que la llamen dama del crimen cien veces por mes y la reúnan con otras escritoras en mesas redondas, antologías y avances de novedades de prensa. La imagen es importante, impostada e importada. Uno ha de poner jeta cincelada en el cemento porque se le presupone que conoce la dureza de la ciudad y, por ende, de la vida. Sonreír es quitar la credibilidad a lo escrito y mostrarse insensible con los que sufren las desigualdades de este sistema con el que, por otro lado, el escritor —cualquier escritor— participa encantadísimo: publico, vendo y, de poder, me arrimo hasta conseguir un premio.

El canon fotogénico es importado, anglosajón. Delincuentes (Bunker, Himes), pirados (Ellroy) o misántropos (Highsmith, Thompson) mientras que la mayoría de nosotros somos vecinos afables, yernos entrañables y extrovertidos cobardicas. Gentes siempre muy de orden: funcionarios, periodistas, abogados y policías, mucha, mucha policía, como decía aquella canción. Para muestra, los festivales de novela negra, lo más parecido a unos ejercicios espirituales que pueda usted conocer. El aspirante a escritor negro debe señalarse como siempre concienciado de las lacras que pergeña el capitalismo, con caída de ojos de comunista decepcionado mientras recoge el pase bajo el aro de la novela social, ese ente del que todo el mundo habla pero nadie leyó. Pocos autores en español trascienden la conciencia política de sus libros (Cristina Fallarás, Paco Taibo, Kike Ferrari, Montero Glez, Guillermo Orsi o Juan Madrid) porque a la mayoría le trae al pairo el prójimo mientras no sea un personaje de sus historias. Cosa en absoluto nefasta ya que aquí el crimen es aburrir y no el no poder optar a candidato a Las Uvas de la Ira del Año.

La seriedad en el semblante vendrá, a poder ser, acompañada por foto en callejón o ciudad de paredes grises. Esos son dos elementos a tener en cuenta. La idea de que el escribidor de turno ha sido sorprendido de vuelta de una noche complicada, ya al alba, en el lumpen del centro de la ciudad y la idea de que la metrópoli es siempre una protagonista más de sus novelas. Por lo general, a la sesión de fotos el autor negro llega en metro o autobús desde el barrio de las afueras —donde también viven sus padres y la autoescuela donde aprendió a conducir—, y lo de la ciudad como una protagonista de la novela es una frase ingeniosa que como una chaqueta negra queda bien en cualquier armario, aunque pocas veces refiere a algo que de veras sea trascendental en un texto. Haga usted mismo la prueba en casa como si jugara a los Sims.

El escritor de novela negra patrio se jacta de retratar la sociedad de hoy mismo cuando hace veinte años que no baja a la calle

El escritor en formación encontró en la literatura un refugio a su imposibilidad de ser un tipo de acción. Su literatura se macera entre hervores adolescentes de venganza, fantasías y complejos de todo tipo. El aprendiz de escritor es un friqui que sueña con el final de Carrie en formato éxito, fama y esplendor. Era aquel en el que nadie reparaba o la diana del abusón o abusona de gimnasio, aula o pasillo. De eso cabría entenderse la fascinación de algunos por capos de drogas, matones mafiosos, psicópatas, machos alfa o hadas novatas mandonas en algunos escritores. O por la pura declaración sexista o farlopera rancia. Como si de la frustración y el trauma sólo quedara el deseo inconfesable de estar en el equipo sádico y ultraviolento y no otro sábado en casa, a la luz del flexo. Algunas escenas tras el estandarte hardboiled, porno suave o novela romántica sólo refieren a acné, sexualidad onanista pospizza a domicilio y juego online. Es obvio que muchos libros necesitan editor y muchos autores sesiones de terapia o más fiesta, pero luego llega Amazon y salva por todos.

La distancia con el objeto del que se habla es otra de las características del escritor de novela negra patrio: se jacta, en muchas ocasiones, de retratar la sociedad de hoy mismo cuando hace veinte años que no baja a la calle para ser una máquina de fotografiar. En cuanto tuvo trabajo, se aparejó y encendió televisor y portátil, los vicios del existir fueron privados. Fue el momento de escribir de lo que es la realidad a partir de representaciones de la realidad que, a su vez, eran representaciones de la realidad. Es decir, el género se vanagloria de palpar el aquí y el ahora cuando los personajes en sus obras hablan como hablaban los quinquis de los ochenta, los conflictos sociales son del almanaque de 1955 y los argumentos están sacados de otros libros, películas, series o de un documental de La Sexta. No hay problema. De hecho, es verdad que no lo hay. La novela negra es una construcción sobre la realidad que tiene como objeto entretener e intimidar o tranquilizar, dependiendo del autor. Éste ha de ser alguien muy parecido al lector, de ahí la semejanza de muchos escritores y escritoras con un miembro estándar de Club de Lectura que hablara de su propio libro. Es dudoso que aquí se aceptara a alguien como Fred Vargas o a Jo Nesbo. Aunque no lo parezca, el talón de Aquiles de los escritores negros españoles es el realismo desde la sacristía. Si no sales de casa para mirar, escuchar y oler, al menos apaga Netflix e invéntate la vida.

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