‘Operación Triunfo’, ¿nos tomamos un descanso?
La misma conversación social que aupó la vuelta de OT en 2017 ha devorado y, en cierta forma, anulado la edición de 2018, ganada por Famous
Desde que en 2002 el entonces portavoz del PP en la Comisión de RTVE, Alejandro Ballestero, presumió de que el esfuerzo y la superación de los concursantes del primer Operación Triunfo representaban los valores que defendía su partido, el talent show ha funcionado como una radiografía sociocultural de la juventud española. El año pasado, con las reivindicaciones feministas de Amaia, el beso de Marina con su novio transgénero o la naturalidad con la que Alfred hablaba sobre enfermedades mentales, la nueva generación pareció más consciente de la realidad que las anteriores. Así que, para la secuela, Gestmusic se limitó a reproducir la misma fórmula. OT 2018 prometía más, pero no mejor: faltaban los profesores de interpretación, Javier Ambrossi y Javier Calvo, que como buenos contadores de historias emocionales habían sido los artífices orgánicos de las narrativas, los personajes y los giros de guion de la edición anterior.
Pero la hipersensibilización social de algunos concursantes, que entraron ya al tanto del alcance mediático que iban a disfrutar, ha eclipsado al talent en favor del show. Los debates sobre si cantar “mariconez” en el Quédate en Madrid de Mecano era homófobo (que se zanjaron con el compositor, José María Cano, irrumpiendo como una valquiria desde el pasado y prohibiendo el reemplazo del término) o si el novio de María había sido machista al confesar cuánto había echado de menos su culo, saltaron a las calles y entraron por la ventana de la academia. El tramo central de la edición llegó a ir a polémica por semana: todo el mundo hablaba sobre el despido de la actriz Itziar Castro o el (para algunos) impostado uso del femenino inclusivo de Miki. Pero nadie hablaba de OT.
El año pasado, el programa creció 1,4 millones de espectadores y 11 puntos de share a lo largo de sus 13 galas. El miércoles, la final marcó 90.000 espectadores menos que su gala 0 y cerró como la edición menos vista de su historia, con una media de menos de dos millones de espectadores (1.957.000). El agotamiento generalizado de la audiencia (y de la directora de la academia Noemí Galera, más desanimada cada miércoles, y los concursantes, que se han quejado de los horarios y de la poca atención psicológica) empezó por el jurado: da la sensación de que Manuel Martos, Ana Torroja y Joe Pérez-Orive fueron los primeros en dejar de ver el programa. El único que ha mantenido el barco (trasatlántico, en este caso, porque OT sigue siendo la única superproducción televisiva española) a flote es Roberto Leal, el corazón, la energía y el improbable patriarca de esta familia ahora disfuncional, cuyo entusiasmo no ha decaído en ningún momento.
Pero, ¿qué hay de las canciones? Al igual que ocurrió con OT 2, la afluencia masiva de candidatos en los castings generó un grupo de artistas más solvente y sólido que su predecesor. Ha habido, por tanto, menos espacio para la evolución (como sí ocurrió con Bustamante o Ana Guerra) y el pánico de los concursantes a desvelar su intimidad por miedo a convertirse en personajes que el público hoy considera suyos por derecho, como Aitana o Cepeda, se ha traducido en que los espectadores apenas conocen a los concursantes que han intentado querer y seguir (a veces por inercia) durante tres meses.
Un desigual reparto de temas (Natalia ha cantado varias obras cumbre del pop, Sabela no) y una realización que parecía concebida para ocultar la puesta en escena, a veces digna de la MTV y a veces de función de fin de curso, pero siempre conceptual, han lastrado una edición exasperante. Cuando parecía que despegaba (con el Toxic), el programa dejaba de arriesgar y le exigía más a algunas (Marilia forzando una actitud sexi que no la define) que a otros (Miki, a quien para ser sexi le pedían dar botes en deportivas). Y cuando empezó a volar de verdad (Uptown Funk) ya era demasiado tarde. No para Famous, cuya eufórica recta final le dio el triunfo a falta de un favorito palpable y que simboliza unión (hijo de nigerianos, nacido en Sevilla) en un programa que ha alimentado involuntariamente la brecha ideológica de la sociedad española.
OT 2018 ha tenido las grandes voces de turno (Noelia), personalidad (María) y personajes (Dave), pero este no solo es un programa de cantantes. Es televisión. Por eso, Escondidos o City of Stars pasaron a la posteridad el año pasado: implicaban emociones viscerales, pero también eran actuaciones que no se encontraban en otro sitio. Este año el verdadero reality show ha ocurrido fuera de cámara, síntoma de que OT, sus responsables, sus concursantes y, sobre todo, su público necesitan un descanso.
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