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El blues del museo

El Museo de Bellas Artes de Bilbao revisa en una exposición la producción del arte vasco de los últimos cincuenta años

'Delay Glass', videoinstalación de Txuspo Poyo.
'Delay Glass', videoinstalación de Txuspo Poyo.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Las dos obras más llamativas de la exposición Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, tienen que ver con la pérdida y con el deseo. La primera, el site specific de Josu Bilbao (1978) titulado Esàk, Esà (expresión que en dialecto vicaíno significa "el no el no"), ilustra un naufragio, una balsa de la medusa encallada en el Nervión con los depósitos del desastre —cables, piedras, plásticos, gomas y accesorios de hierro oxidado— esparcidos por el hall de la pinacoteca. El quirófano de una cultura agónica. Un feroz huracán ha arrancado parte del falso techo de la entrada, pero aun así la intemperie es operística, inofensiva. No hay nada amenazador en ella, la naturaleza del arte sigue en marcha como una campaña electoral. La representación de una representación.

La historia del arte agita siempre las mismas aguas aunque cada artista se bañe en su propio río. Cuando Théodore Géricault llevó su famosa pintura al Salón de París, hace exactamente 200 años, lo hizo consciente de la provocación y de que su crítica contra la recién instaurada monarquía francesa le ayudaría a impulsar su carrera. En el Museo de Bellas Artes de la capital vizcaína, una parte del público congregado para la inauguración observaba el suelo con curiosidad, otros esquivaban los tropezones temiendo recibir un latigazo eléctrico, aun cuando cada uno de aquellos detritos industriales intentaba decirles algo. Eran un desparpajo didáctico antes que una provocación efímera, un puente tendido hacia el posminimalismo. Esa debía de ser la primera pista de lo que les aguardaba más adelante, en la enésima revisión del canon artístico vasco. Y lo mejor es que no había que saltar hasta el Guggenheim para verla. Olvídense. Es el hocico de Puppy, y no la cola, el que señala el camino.

La segunda obra es el vídeo de ocho minutos Delay Glass (2007), de Txuspo Poyo (1963), la recreación del Gran vidrio (1915-1923) como un toy story donde los motivos y personajes de la máquina deseante más engrasada y customizada giran en un carrusel inmaculado: la vía láctea, el molinillo de café y la novia desnudada, con sus solteros: el sacerdote, el soldado, el policía, el repartidor… condenados a la frustración sexual.

La provinciana ciudad industrial, convertida en ornamento cultural global, demanda un cambio a partir de la rehabilitación de su pasado, como el viejo blues de Amy Winehouse… el no el no. Miguel Zugaza se ha mantenido siempre despierto a la oportunidad de establecer nuevos criterios de autentificación y extrapolación de la historia, convertirse en un experto en arte contemporáneo más allá de su pedigrí en la casta de cisnes del arte clásico. Su camino de retorno al Bellas Artes de Bilbao es ahora el de los patos, o dicho de una manera culinaria, el de los filtros y experimentos moleculares por los que deberán pasar la mayoría de los artistas de hoy y los que vendrán. Su exposición es también su tarjeta de visita y la de su nuevo museo, porque esta es la etiqueta con la que el Bellas Artes se cobra el derecho a ser valorizado al ser la primera pinacoteca plenamente pensada y diseñada como espacio de arte contemporáneo en España, un mérito al que suma el haber sido museo de arte moderno ya en 1922, siete años antes de la apertura del MOMA de Nueva York.

'Gora' (2002), de Jon Mikel Euba.
'Gora' (2002), de Jon Mikel Euba.

La exposición toca todos los formatos convencionales, incluye cine, música y material documental de eventos internacionales desarrollados en territorio vasco (Encuentros de Pamplona, 1972, Manifesta 5, San Sebastián) que se distribuyen por capítulos en tres plantas del nuevo edificio. Recorre cinco décadas desde la fundación del grupo Gaur (1968), una generación de autores nacidos después de la guerra que se incorporan a la escena artística local y comparten experiencias con los más veteranos referentes de la escultura, Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, de quienes se muestran una media docena de piezas raras. Otro detalle intencionado es el arranque del recorrido en el momentum, esa magnitud físico-museística convertida en lugar común que es “una tirada de dados”, el Mallarmé revisado o Malarmado (1968), de Esther Ferrer, que señala el comienzo de una fase políticamente convulsa durante la cual el arte vasco conocerá la crisis de los lenguajes informalistas y de la abstracción constructiva, suplantados por el pop, el posminimalismo y el conceptual.

El recorrido es discreto, educado, tiene momentos arriesgados y un número considerable de obras de autoras rescatadas o reanimadas, casi medio centenar (María Dapena, Isabel Baquedano, Mari Puri Herrero, Elena Mendizábal, María Luisa Fernández, Idoia Montón, June Crespo, Gema Intxausti, Nadia Barkate), junto a las del grupo Emen, el cine de Fernando Larruquert y Néstor Basterretxea, las partituras gráficas de Luis de Pablo, el mestizaje impulsado por publicaciones como Euskadi Sioux y Zehar, la Nueva Escultura Vasca, el centro Arteleku y la nueva red institucional (Koldo Mitxelena, Artium, Rekalde, Guggenheim, Alhóndiga, Huarte, Tabakalera), los colectivos feministas, galerías comerciales y espacios alternativos.

Este resumen de cinco décadas de creación vasca servirá para dar al público visitante un argumento más del merecido encaje de sus artistas en el mercado y su institucionalización nacional e internacional. El hecho de que Sergio Prego e Itziar Okariz (de quienes se incluyen sendos vídeos de temática escatológica, como vomitar en el estudio y mear en espacios públicos y privados) representarán a España en la próxima Bienal de Venecia es también un acto de crítica fenomenal.

Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco. 1968-2018. Museo de Bellas Artes. Bilbao. Hasta el 28 de abril de 2019.

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