Hanif Kureishi: “La imaginación es el lugar más peligroso de la tierra”
El escritor explora “el agotamiento del sistema” en una sátira negra sobre la decadencia existencial
Waldo fue una vez un reputado director de cine. Quién sabe, tal vez, fue una especie de Stanley Kubrick. Hanif Kureishi no habla de sus personajes en esos términos. No habla de quién los inspiró, sólo dice que le caen bien. O que tienen algo de él. Pero que no querría ser como ellos. Los compadece. A veces se limita a seguirlos. Otras, los disecciona. Lo que hace en Nada de nada (Anagrama), su última novela es esto último: diseccionarlos. Y lo hace a través de la atalaya que le proporciona su protagonista, el narrador, ese reputado director de cine que hoy ya empieza a ser nada porque la vejez se lo está llevando a alguna otra parte en la que lo ha perdido todo. Waldo vive en su pequeño mundo, un apartamento que comparte con su mujer, Zee, aún joven y atlética, y un crítico de cine, Eddie, que se ha convertido en amigo de su microfamilia. Desde su silla de ruedas, y desde su cama, en la que se le acomoda con una infinidad de cojines, Waldo espía. Sube el volumen de su audífono al máximo y espía. Sospecha, sabe, que están teniendo una aventura, a veces cree oírlos en la cama.
Con un minimalismo más propio de la dramaturgia que de la narrativa, Kureishi medita, a través de Waldo, sobre la decadencia, y una absolutamente vital, a la que no da alas el amor, sino, al contrario, el odio: un deseo feroz de venjanza, una yihad sentimental. No en vano sentencia el propio director impedido en un momento de la historia: “Es cierto que me gano la vida imaginando cosas y la imaginación es el lugar más peligroso de la tierra”.
“La voz de Waldo se me apareció en la cabeza un día. Empezó a hablarme de su decrepitud. Tuve claro desde el primer momento que era criatura de los 60, un momento que hoy está por completo agotado, lo que enlaza con el agotamiento de nuestra época”, dice Kureishi. Se arrellana en la silla. Se cruza de brazos. Da largas respuestas. Prosigue recordando las luchas de los 60 –el movimiento gay, el feminismo, la lucha contra el racismo– y mencionando las de hoy, entre las que destaca el Me Too, “un movimiento clave en Occidente y en el mundo musulmán”, y luego añade que hay cosas que el sistema prometió y nunca cumplió, que, en general, estamos descubriendo que aquello en lo que creíamos “no funciona”. “Tengo tres hijos”, dice, “y sé que no van a tener trabajo, que no van a poder comprarse una casa, que no tienen futuro, pero pese a ello son felices, aún sin esperanza”. Eso es lo que considera comparable a la parábola que establece con su personaje: alguien que lo ha perdido todo pero que sin embargo quiere vivir, está más vivo que nunca, le trae sin cuidado todo. Así, Waldo es un viejo director de cine pero a la vez es nuestra vieja sociedad, agotada, pero aún deseosa de vivir, incapaz de creerse que todo se ha acabado.
"Sería muy difícil hablar de la sociedad inglesa de hoy, porque está sufriendo un terremoto, es puro caos, un torbellino que dará lugar a un nuevo caos"
Aunque se ha comparado Nada de nada con la prosa tardía de Philip Roth, y su retrato de la desesperación masculina crepuscular, lo cierto es que también podría comparársela con el cine de Alfred Hitchcock. “Sí, mientras escribía estuve viendo mucho cine negro. Cine negro de los 40 y los 50. El noir me parece también una buena manera de contar el mundo en el que vivimos, tan corrupto, y lleno de timadores. Nos sentimos engañados constantemente, y no sólo por las promesas que nos hicieron en los 80”, considera. Así, de alguna manera, aunque no de forma explícita, Nada de nada es política, aunque no como lo fueron Mi hermosa lavandería o El Buda de los suburbios. “Sería muy difícil hablar de la sociedad inglesa de hoy, porque está sufriendo un terremoto, es puro caos, un torbellino que dará lugar a un nuevo caos. Aunque será muy interesante ver cómo se escribe sobre el Brexit, porque se escribirá. La política en mis novelas ahora la abordo de forma lateral, no frontal, como antes. La trato desde la perspectiva del personaje, como hice en Intimidad”, confiesa. ¿Y le da miedo el Brexit? “Mucho. Me da mucho miedo. Temo incluso que Theresa May se vea obligada a irse incluso más a la derecha para rascar votos de la extrema derecha. Es terrible. Se están diciendo cosas impensable hace diez años, y se está tratando a los inmigrantes como una especie de zombies, el mundo se está volviendo cada vez más fascista y parece imparable”, contesta.
Dos cosas más importan en el ejercicio de esgrima (casi teatral: tres personajes, el narrador dirigiendo la acción) que constituye Nada de nada: la vejez y la libido. “La libido es el motor del mundo”, sentencia el escritor. “Estamos hablando de un señor que es casi un personaje de Beckett, una cabeza parlante en un jarrón, puesto que no hay nada que pueda hacer ya más que despotricar y fantasear. Su libido hace que sienta toda esa furia y lo mantiene en el mundo. Está bien que exista la libido, sin ella, sería, para todos nosotros, como vivir dentro del cuerpo de Donald Trump”, observa, y por primera vez, amaga una sonrisa. Es cierto que a Waldo la libido se le transforma en furia, pero por la figura de Eddie, el crítico de cine que se acuesta con su mujer. “Milton habla en El paraíso perdido de un motor infernal. Eddie es ese motor, rugiendo en mi sala de estar”, apunta el narrador en un momento del libro. Sobre la vejez, añade, que la ve aproximarse. “Empiezo a tener lagunas, olvido nombres”, dice. Y que para él es un cúmulo de pérdidas. “Pierdes tu carrera, tu estatus, tus facultades. La vejez es una suma de pérdidas durísima, pero que puedes aprender a disfrutar. Hasta entonces no has hecho otra cosa que acumular, luego te vacías, poco a poco”, añade.
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