¡Viva Matilla!, el lamentable grito de denuncia de una tauromaquia en crisis
Los actos de celebración del Día de la Tauromaquia son un contrasentido incomprensible
En la atardecida del pasado sábado 29 de septiembre, en medio de la profunda desesperación que se estaba viviendo en la plaza de la Maestranza, con el muy penoso juego de los toros de la familia García Jiménez y la ridícula pantomima de Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Roca Rey, surgió un grito desde las gradas de sol que compendiaba de manera concisa y exacta la situación actual de la tauromaquia: ¡Viva Matilla!
Matilla es el apodo de la saga García Jiménez, que nació en los años cuarenta de la mano de Teodoro García Sanchón, veedor de toros del empresario catalán Pedro Balañá. Hoy, la cabeza visible es su nieto, Antonio García Jiménez, empresario, ganadero, apoderado y mandamás del toreo en la sombra. Es un personaje anónimo para la mayoría, pero al que todos los taurinos le conceden una autoridad reverencial. Matilla es el amo, el líder. Nadie sabe explicar por qué y cómo, pero su poder e influencia se extienden a numerosas ganaderías y empresas, de modo que parece claro que pocos papeles —o ninguno— se mueven en el toreo sin su consentimiento.
Quizá, eso podría explicar que los tres hierros ganaderos de su familia estuvieran anunciados en la feria de San Miguel en un cartel de auténtico lujo, sin mérito alguno para ello.
Ya se conoce que el festejo fue escandaloso: toros muy mal presentados, mansos, descastados, sosos, birriosos…, una auténtica basura. Un atropello para las más de diez mil personas que abarrotaron la Maestranza. Un espectáculo denigrante e ignominioso, un puntillazo para la tauromaquia.
Y es en ese ambiente en el que surge el grito desolador de ¡Viva Matilla!, un rugido de denuncia, lamento y desesperanza ante la confirmación de que el toreo actual está en manos de alguien a quien poco, o nada, parece importar su rumbo; que conoce que el público aficionado a los toros es el más generoso y paciente, y sabe que nadie le pedirá cuentas.
Sin explicación aparente, Matilla es el amo y señor del toreo
Pero alguien será el responsable, además de Matilla, de tan grande desafuero.
Tal vez, el empresario, Ramón Valencia. Qué bueno que el primer día de la semana hubiera convocado un acto público para explicar qué pintaban en Sevilla los toros de Matilla (examen de conciencia), mostrar dolor y arrepentimiento por el daño causado, pedir perdón y comprometerse con el propósito de que esos hierros no vuelvan a aparecer nunca más por su plaza.
Qué bueno que hubiera estado acompañado por los tres toreros para que explicaran por qué aceptaron semejante bazofia y se avinieron a tan monumental ridículo.
¿Y la autoridad, que debe velar por los intereses de los espectadores? ¿Por qué la presidenta Anabel Moreno aprobó la corrida? También debiera ofrecer una explicación coherente.
Pero, no. Nadie hablará. Porque el mundo del toro es un pozo de silencio, en el que la integridad, la transparencia y la seriedad no tienen cabida.
Llegado a este punto, solo queda la resignación, que la tauromaquia nos depare algún momento de emoción a pesar de tanto atropello y aceptar la autoridad del jefe: ¡Viva Matilla!
(Por cierto, apuesten lo que quieran: los toros de la familia García Jiménez volverán a la Maestranza el año que viene. Donde manda capitán…)
(Ah, y que no se queje el empresario de Sevilla: cuenta con los mejores clientes del mundo a pesar del maltrato que reciben).
Los recortadores, ante los toros más exigentes, y los toreros, ante los ‘borregos’. Un dislate.
Día de la Tauromaquia: el mundo al revés
El martes, día 9 de octubre, la Fundación del Toro de Lidia (FTL), —la herramienta creada por todos los taurinos para la defensa, protección y promoción del mundo del toro—, organiza en Valencia el Día de la Tauromaquia, cuyo objetivo es que “todas las tauromaquias, profesionales y afición, muestren su unión y compromiso con el instrumento del que se ha dotado el sector para la defensa y promoción del mundo del toro”, según una nota de la propia Fundación.
Para ello, se celebrará un espectáculo de recortadores por la mañana y un festival taurino por la tarde.
Los recortadores “más prestigiosos de la historia de España, en activo y ya retirados”, se enfrentarán en un concurso ante toros de Adolfo Martín, Victorino Martín, Partido de Resina, Torrestrella, Saltillo, Samuel Flores y Antonio López Gibaja.
A las seis de la tarde, el coso valenciano acogerá “a las máximas figuras del toreo del momento”, (los entrecomillados pertenecen a la propia Fundación), Enrique Ponce, Julián López El Juli, José María Manzanares, Cayetano Rivera, Alejandro Talavante, Andrés Roca Rey y el novillero Borja Collado, que lidiarán novillos de Núñez del Cuvillo, Domingo Hernández, Garcigrande, Juan Pedro Domecq y Fuente Ymbro.
¿Se trata, acaso, de una broma?
Ya es discutible que un concurso de recortadores represente a la tauromaquia moderna, una modalidad arraigada en algunas zonas de este país y absolutamente desconocida en otras muy taurinas.
Pero lo llamativo no es eso; lo sorprendente e incomprensible es que los recortadores se enfrenten a toros de ganaderías toristas, serias y muy exigentes, y “las máximas figuras del toreo” se anuncien con algunos de los hierros más comerciales y cómodos, criadores del toro más anodino e insulso de la historia de la tauromaquia.
Un contrasentido impresentable; el mundo al revés. Los recortadores, aficionados que no viven del espectáculo, ante los toros más fieros y temibles, y los toreros, ante los borregos.
¿De quién habrá sido la idea? ¿Y cómo se ha atrevido la Fundación a hacerla suya?
¿Acaso es esta la mejor forma de celebrar el Día de la Tauromaquia? No, y mil veces no.
Es, quizá, la conclusión desoladora de que la Fundación del Toro de Lidia es cómplice del sistema, y está al servicio de esas figuras que tan poco bien hacen a la fiesta. Es verdad que esta institución privada vive, también, de las aportaciones económicas de los toreros, pero hay líneas que no se pueden traspasar.
En fin, que entre Matilla y su legión de subordinados, el Día de la Tauromaquia, los integrantes del festival y la Fundación, la tauromaquia seguirá en crisis. El problema es hasta cuándo…
(Y aunque la plaza de Valencia se llene, y ojalá así sea, la iniciativa es un puro dislate…)
Es hora, pues, de que la afición en pleno se levante de sus asientos, y a la de tres reconozca la autoridad del líder y lance al aire el grito de guerra: ‘VIVA MATILLA”.
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