El rey del mambo
Con 86 años, Clive Davis es el más legendario de los disqueros en activo. Y también el mejor pagado
Clive Davis lleva medio siglo como director de grandes discográficas. Suficiente para editar dos autobiografías. En la primera, Clive. Inside the Record Business, reivindicaba su labor en Columbia Records, tras haber sido despedido por facturar a la compañía gastos personales (en realidad, cayó víctima de intrigas en la planta noble).
La más reciente, The Soundtrack of My Life, tiende a lo triunfal: la crónica de su supervivencia profesional, tras lograr ser eximido de la regla en la compañía Bertelsmann AG, que jubila a sus directivos cuando cumplen 60 años.
Abogado de formación, a partir de 1966 pilotó el aggiornamento de Columbia, compañía convencional que se abrió al rock con los fichajes de Janis Joplin, Santana, Chicago, Aerosmith o Springsteen. Pero Clive adquirió máxima visibilidad con Arista, una discográfica plural: encontró figuras como Barry Manilow, Patti Smith y Whitney Houston, aparte de relanzar a Santana, Dionne Warwick, Grateful Dead o Aretha Franklin.
Sin embargo, su currículo en el siglo XXI luce más pobre. La disquera que fundó en 2000, J Records, solo cosechó un hallazgo indiscutible (Alicia Keys) y una resurrección notable (Rod Stewart reconvertido en vocalista de standards). Los demás fueron artistas genéricos, nombres fugaces envueltos en los sonidos a la mode. En los últimos años, se dedica a moldear cantantes salidos de talent shows, donde incluso aparece como jurado.
Se ha convertido en uno de los ejecutivos mejor pagados de la industria musical, aunque eso suponga renunciar al modelo clásico de discográfica, donde los grandes vendedores subvencionaban actividades menos rentables. En su nuevo libro, destaca más de una vez que Arista trabajó con Anthony Braxton, Cecil Taylor, Ornette Coleman, Archie Shepp y otros jazzmen de vanguardia, que salían a través de sellos como Novus o Freedom.
En las últimas décadas, no se toma esas libertades. De hecho, hasta sugiere que el rock ya no merece la pena como negocio: se pone nervioso cuando algún concursante de American Idol aspira a ganar credibilidad rock. No, actualmente el Gran Juego consiste en grabar música pop. Es decir, canciones de impacto que funcionen en la radio (y las nuevas plataformas), tirando así de los álbumes y las giras.
Aparte de reblandecer el sonido, dejar el rock supone renunciar a la autoexpresión. Un artista firmado por Clive Davis debe asumir las composiciones de autores especializados, generalmente creaciones colectivas firmadas por tres o más personas. Así que The Soundtrack of My Life ofrece un listado minucioso de los grupos y solistas que aceptaron sus reglas…y de los que se resistieron, pagando su ingratitud y su ceguera con el descenso a la tercera división.
Davis presume de oído infalible, de identificar las canciones y las producciones que pueden vender. Cuando sus protegidos pinchan, es culpa suya o de sus mánagers. Uno se queda boquiabierto ante su audacia: fue capaz de mandar canciones ajenas a Ray Davies, para romper una mala racha de The Kinks. Tan prudente como elegante, Ray no se dio por enterado; ignoró la propuesta y consiguió nuevos éxitos con sus propios temas.
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