Dos mujeres poderosas
Dos personajes femeninos que salen adelante: ‘Shirley Valentine’, de Willy Russell, donde brilla Mercè Arànega, y ‘Carola’, de Maria Aurèlia Capmany, precioso trabajo de Anna Güell
1. “Al cumplir los 37 comprendió que nunca recorrería París en un deportivo con la brisa en los cabellos”. Cada vez que escuchaba The Ballad of Lucy Jordan en la voz de Marianne Faithfull, veía a Shirley Valentine con su cara y en ese coche porque, en mi imaginación, la obra de Willy Russell se convertía en la versión luminosa de la canción de Shel Silverstein, que es negrísima. ¡Extrañas alquimias! Canción y función se llevan 10 años clavados: en 1979, Faithfull la canta en su disco Broken English, y en 1989, Pauline Collins interpreta a Shirley Valentine en el Vaudeville Theatre de Londres, y luego en la película.
Ahora me resulta difícil imaginar otra Shirley que no sea Mercè Arànega, que la estrenó la otra noche en el Goya, a las órdenes de Miquel Gorriz, en adaptación catalana de Joan Sellent y Ferran Toutain. No se representaba en Barcelona desde 1994, cuando la montó Rosa Maria Sardà en la Villarroel, protagonizada por Amparo Moreno, con gran éxito. Está más cerca el estreno en castellano, en 2012, tras un año y medio de gira, con Verónica Forqué, dirigida por Manuel Iborra, en el Maravillas madrileño.
Shirley Valentine cuenta la historia de una mujer de clase trabajadora, en Liverpool, que vive un matrimonio rutinario. Podría pensarse que, en esencia, es un asunto mil veces visto, pero la comedia es sucinta (apenas hora y media), aparentemente sencilla y muy bien contada. Mercè Arànega es una actriz formidable: tampoco se pierdan su sensacional trabajo en Davant la jubilació, de Thomas Bernhard, dirigida por Kristian Lupa, que vuelve al Lliure el 7 de febrero.
Atención al director Miquel Gorriz, que acumula triunfos recientes como Primer amor, Arte y la nueva Shirley Valentine
Ahora, en clave de comedia dramática, borda la transformación de Shirley. Al principio es una mujer atrapada, resignada, pero con la gracia agridulce de una monologuista de club. Hay pasajes tronchantes, como el de la función navideña, con su hijo en el rol de un San José que cambia la Biblia. El humor le sirve como tabla de salvación, excepto cuando evoca la fuerza de su juventud, el tiempo durante el que “todavía sabía quién era”: ahora ya no se reconoce. Hasta que una amiga, quizás su única amiga, la invita a un viaje a Grecia. Miquel Gorriz le regala un himno vibrante para ponerse en marcha: One Way or Another, de Blondie. Gorriz firma una puesta en escena muy medida, tan sobria como la escenografía de Jon Berrondo, resuelta con dos paneles y una fina iluminación de Jaume Ventura. Atención a este director, que acumula triunfos recientes como Primer amor, de Beckett, Arte, de Yasmina Reza, y El metge de Lampedusa, de Pietro Bartolo.
Vuelvo a la transformación que antes mencionaba. En Grecia, Shirley irá ganando en fuerza y atractivo hasta convertirse en una mujer poderosa (disculpen que no utilice el feísimo término ‘empoderada’), enamorada al fin de sí misma y de la vida. Mercè Arànega consigue mostrarnos ese reencuentro con una intensidad literalmente física: brillan sus ojos y su sonrisa, su cuerpo exhala calma y felicidad. Y logra que no reconozcamos al ama de casa que quedó atrás, para dar paso a quien pudo haber sido y será a partir de ahora, con su antiguo nombre: Shirley Valentine. Eso nos cuenta Willy Russell, y no es mal mensaje.
2. Más mujeres poderosas esta semana: tras Valentine y Arànega en el Goya, llegaron Carola, Piñón y Güell en La Seca Espai Brossa (Barcelona). Carola Milà era la protagonista de Feliçment, jo sóc una dona (1969), la novela de Maria Aurèlia Capmany, ahora adaptada al teatro, bajo el título de Carola, por Lurdes Barba, Manel Dueso y Anna Güell. La adaptación está muy bien resuelta, pero lo que realmente he celebrado es que ha unido a Francesca Piñón, actriz de altísima sensibilidad, en su primera dirección, y a Anna Güell, otra intérprete de fuste, a la que hacía tiempo que no veía y escuchaba en escena.
El personaje de Carola Milà me recuerda, en su fuerza y su ferocidad, a las criaturas de Mercé Rodoreda, aunque la novela de la Capmany, que tiene ecos de El carrer de les Camèlies, anticipa el amplio fresco histórico de Mirall trencat, publicada tiempo después. Quizás la estructura de la sala Palau i Fabre, en forma de pasillo, no sea la más adecuada; ni sean del todo necesarios algunos desplazamientos de la actriz, a la que Francesca Piñón ha dirigido admirablemente, modulando frase a frase, haciendo brillar y resonar la partitura del texto, muy bien subrayada por el piano de Bárbara Granados.
Sin apenas moverse en el escenario, Anna Güell nos llega, nos conmueve. Estaría escuchándola durante horas. Y mirándola: sus ojos y su voz tienen la misma luz oscura. Creo que Piñón y Güell forman un excelente tándem. Y no creo equivocarme si digo que podrían interpretar y dirigir como pocas un texto de Marguerite Duras. Al acabar la función anoté tres nombres, tres deseos. De la Duras, la novela El arrebato de Lol V. Stein. También me vino a la cabeza una posible adaptación de Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys. Y una antología de diarios y poemas de Alejandra Pizarnik.
Shirley Valentine, de Willy Russell. Teatro Goya (Barcelona). Director: Miquel Gorriz. Intérprete: Mercè Arànega. Hasta el 4 de noviembre.
Carola, de Maria Aurèlia Capmany. La Seca-Espai Brossa (Barcelona). Directora: Francesca Piñón. Intérprete: Anna Güell. Hasta el 7 de octubre.
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