La cuadratura del tutú
La compañía celebra sus tres décadas con un espectáculo río excesivamente largo y repetitivo
La función de estreno por el 30º aniversario de la Compañía de la Comunidad de Madrid fue excesivamente largo: 2 horas y media de fragmentos de ballets anteriores a los que se les ha quitado el alma, caso de que la tuvieran, y que han devenido en un engarce caprichoso y narcisista de su autores, el propio Víctor Ullate y su segundo al mando, Eduardo Lao. Algunas obras era difícil reconocerlas, otras han envejecido lo suyo. Por lo general, la plantilla hace un baile expeditivo, de estilo extremo y a trompicones, y como siempre en ellos, las coreografías buscan el aplauso a través del efecto. El efecto no es un valor coreográfico en sí mismo.
En general, la iluminación fue muy oscura y deficiente, y la ambiciosa escenografía que imita las del Nederlands Dans Theater fallida. Los espejos burlescos del fondo dificultaron toda la noche la visión de los bailarines reales empastados con su reflejo; las proyecciones amateurs basadas en programas comerciales de imágenes, casi siempre ajenas a la acción, la confusión entre ballets diferentes (llegan a ponerle una camisa de fuerza a la cigarrera de “Carmen”) y la distancia que permite ver las costuras y las imitaciones literales, algunas de sonrojo, como las que se refieren a Béjart, Mats Ek, Kilian o Duato) no dejan una valoración al alza. Hay buenos bailarines en la compañía, pero no se les puede casi distinguir, y a ello contribuye que el guion de la velada borró de un plumazo toda huella del ballet académico y del repertorio de tradición, algo que sí ha estado muy presente en la historia de la compañía, en la vida de sus artistas mejores y que es lo que le dio prestigio en origen.
Podemos exigir al Ballet de la Comunidad de Madrid tanto como a, por ejemplo, las compañías nacionales (Ballet Nacional de España y Compañía Nacional de Danza). Si estudiamos algunas cifras contrastadas y de dominio público, en estos 30 años la compañía Ullate ha recibido alrededor de 35 millones de euros. Por atenernos a los últimos publicados, la Comunidad de Madrid dio en el último ejercicio datado (hay varios de aportes superiores) 950.000 euros (BOCM: 2017/12/28: Presupuestos de la Comunidad de Madrid. Página 254) a los que hay que sumar 50.000 del Ministerio de Cultura (Presupuestos Generales del Estado. Tomo VIII, sección 18. Página 83) y donde no están contabilizadas las aportaciones privadas. Ullate ha hecho del lamento en voz alta un mantra y siempre se ha quejado de no recibir lo que se merece, y de que las ayudas son siempre magras, lo que evidentemente no es así. Ahora la compañía tiene 24 bailarines, pero revisando los programas anteriores, en algunos apenas llega a los 16. Téngase en cuenta que este conjunto goza del usufructo como sede de los mejores salones del Centro Coreográfico adjunto a los Teatros del Canal. Estos datos objetivos permiten hacer una valoración real del trabajo de creación y su perspectiva en el panorama coréutico español.
No es de recibo sostener a través de biografías hagiográficas versiones distorsionadas de la realidad, de lo que es y ha sido la trayectoria del propio Víctor Ullate (Zaragoza, 1947) y de su agrupación. Empecemos por el programa de mano: Ullate no comenzó su carrera profesional en el Ballet del Siglo XX de Maurice Béjart en Bruselas, sino en España, en las filas del Ballet Español de Antonio Ruiz Soler, donde, por cierto, llegó a alternar papeles con el propio Antonio (le servían sus mismos trajes, tenían la misma talla), como en las Sonatas del Padre Soler y otros títulos. Pero ¿por qué se quiere tejer un perfil que no es? Por la misma razón que la agrupación actual se exhibe como privada, algo que no es exacto. Otra pregunta que flota en el espeso ambiente: ¿dónde están los egresados, famosos o no formados allí en estos 30 años?
En medio de aquella planicie en cuanto personalidades dancísticas, emergía poderosa, distinguida, en sus hermosas líneas, Lucía Lacarra (Zumaya, 1975), que tuvo un total de cinco intervenciones en la noche. Como premisa hay que aclarar que la artista vasca está en una gozosa madurez. La primera salida fue ya su carta de presentación, un paso a dos enfundada en una malla azul que permitía desplegar sus aptitudes y el soberbio dominio que ha desarrollado de su propio físico y de limpieza en el dibujo. Lacarra ya hoy día no tiene nada que demostrar, ha bailado mucho y variado, la mayoría de las veces teniendo en cuenta con mucho tino sus posibilidades y explotando un físico excepcional y que ha sido comparado con los mejores de nuestra época. Ella es una bailarina de gran plasticidad, donde la maleabilidad se pone al servicio de una tesitura elevada, y casi siempre su fuerte es el adagio. Juega a su favor sus proporciones, que llevan el canon de belleza de su biotipo a una cota ciertamente inimitable. En otras palabras: para bailar y hacer lo que hace Lucía hay que ser Lucía, en otro sentido y orden de cosas, pasaba algo parecido con Guillem. Lacarra salvó lo salvable de la noche.
Ahora Lucía Lacarra asumirá el próximo mes de septiembre la dirección artística del conjunto madrileño y eso ha abierto las esperanzas de un sector del público de que esa compañía también diversifique su repertorio hacia la calidad y deje de tener un tono provinciano que ni siquiera llega al concepto hoy periclitado de “compañía de autor”, toda vez que, por lo explicado anteriormente, funciona absolutamente con el sostén y los fondos públicos, algo de lo que siempre se ha quejado en público y en privado el resto de la profesión. Las funciones de “30 años de danza” en la sala roja de los Teatros del Canal se extenderán hasta el próximo 9 de septiembre.
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