Pobre imagen de la terna ante buenos novillos de Dolores Aguirre
Triste actuación de Javier Velázquez, que se declaró en huelga de hambre el pasado verano
Javier Velázquez, 37 años. José Manuel, 30. Abel Robles, 27. En total, 94 primaveras. Son los nombres y edades de los novilleros anunciados la noche de este viernes en la plaza de Las Ventas, la más importante del mundo (o eso se dice). De media, los tres ‘chavales’ sumaban más de 31 años. Y, entre los tres, la pasada temporada, no sumaron más que tres festejos. Insólito. El resultado: un despropósito. Ninguno de los tres estuvo, ni de lejos, a la altura de las circunstancias y desaprovecharon una buena novilllada de Dolores Aguirre.
Pero, ¿quién tiene la culpa? ¿Los propios toreros, que viven al margen de la realidad y no son capaces de reconocer su situación? ¿Sus respectivos entornos, que les esconden la verdad y les siguen animando y alimentando falsas ilusiones? ¿O la empresa, que sabiendo (o debería saberlo) las circunstancias de los actuantes, les da la oportunidad? El que no tiene culpa alguna es el aficionado, aquel que paga una entrada y se sienta en el tendido para ver un espectáculo íntegro y de garantías, y no un esperpento.
O una tragedia. Mejor no imaginarse lo que podría haber sucedido si la fuerte y seria novillada de Dolores -una corridita de toros- llega a desarrollar peligro y dificultades. No fue así y el encierro de la divisa sevillana, de irreprochable trapío, tuvo nobleza. Nobleza, casta y movilidad. Aunque ninguno de los seis ejemplares tuvo un comportamiento sobresaliente, todos dieron opciones. Además, tres de ellos, especialmente segundo y cuarto, protagonizaron una notable pelea en varas.
Al contrario que varios de sus hermanos, que mansearon y se defendieron bajo el peto, Langosto II y Cantinillo dieron lustre al casi extinto primer tercio. Tras arrancarse desde la media distancia y sin parar de mover el rabo, empujaron con los riñones, fijos y humillados, llevando a caballo y picador hasta las mismísimas tablas. Tanto a ellos, como a los demás, y por la simple razón de llevar el hierro que llevaban, se les castigó sin compasión y, casi siempre, en mal sitio. Y, aún así, no pudieron con ellos.
AGUIRRE / VELÁZQUEZ, JOSÉ MANUEL, ROBLES
Novillos de Dolores Aguirre, muy bien presentados, fuertes, serios y astifinos, y de buen juego en general por su nobleza y movilidad. 2º y 4º, bravos en el caballo. También cumplió en varas el 1º. El resto, mansos.
Javier Velázquez: pinchazo hondo y descabello (pitos); pinchazo, estocada desprendida, atravesada y perpendicular y un descabello (pitos); pinchazo y pinchazo hondo muy bajo y atravesado (silencio en el que mató por José Manuel)
José Manuel: pinchazo hondo (saludos con protestas); herido antes de entrar a matar a su segundo. Fue atendido de múltiples contusiones, pendiente de estudio radiológico.
Abel Robles: _aviso_ estocada trasera (vuelta al ruedo con protestas tras leve petición de oreja); media estocada caída _aviso_ (palmas).
Plaza de toros de Las Ventas. Viernes, 17 de agosto. Alrededor de un quinto de entrada (5.103 espectadores, según la empresa). Alberto López se desmonteró tras banderillear al segundo.
Apenas la actitud y algún muletazo suelto puede rescatarse de la actuación de José Manuel y Abel Robles. Y eso que, al menos ellos, pusieron voluntad. El primero acabó en la enfermería, después de la voltereta que le propinó el quinto, un mansito que tuvo movilidad y encastada nobleza. Sin oficio, el murciano se intentó estirar por ambos pitones y en un descuido fue prendido y lanzado por los aires. Frente al exigente segundo, que se acabó rajando, y a pesar del fuerte viento, anduvo digno y también fue cogido.
Arropado por multitud de partidarios, Abel Robles dio una protestada vuelta al ruedo tras estoquear al noble tercero, todo bondad. Pese a que la faena no tuvo ni una tanda rotunda y la espada cayó trasera, sus incondicionales le pidieron la oreja y, tras la negativa del presidente, el catalán, tan pancho, se dio el paseo. Acelerada y con multitud de enganchones resultó su labor ante el sexto, que también se movió, aunque sin demasiado recorrido. No tiene mal concepto Robles y se intenta poner en el sitio, pero está muy verde.
Mucho peor fue lo de Javier Velázquez, que se presentaba en Madrid, tras declararse en huelga de hambre para pedir una oportunidad el pasado verano. Con casi 40 años de edad y 15 como novillero con caballos, el sevillano, desconfiado y a la defensiva en todo momento, no quiso ver a ninguno de sus dos oponentes y tras probarlos tímidamente en el último tercio se fue a por la espada. Ni una sola vez, ni con capote ni con muleta, se puso. Ni una. Como diría El Guerra: “Lo que no puede ser, no puede ser, y, además, es imposible”.
Babelia
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