La gran potencia de lo común
El neoyorquino Joel Meyerowitz, una de las grandes figuras de la fotografía de calle, reúne en Valencia su particular mirada sobre Málaga
Nunca antes se había conocido obsesión similar como la actual por la memoria y la historia. O de manera más imprecisa acaso, por el pasado. No pocos sabios (Berman, Traverso, Huyssen) han detectado en ello la manifestación de una ansiosa necesidad de aferrarnos a algunas referencias mínimamente sólidas frente a la creciente velocidad con la que todo muda o desaparece. Y bajo esta óptica se ha interpretado la, también sin precedentes, fiebre de museos. A pesar de que esta proliferación de salas esté orientada al mercado del turismo masivo, pues ambas perspectivas no son excluyentes: por una parte, el turista no es tan solo el foráneo, ya que la mayor parte de los habitantes de la propia ciudad lo visitan y consumen sus atracciones bajo la misma lógica turística. Somos turistas de nosotros mismos. Pero por otro lado, por más que su constante oferta de novedades pueda con frecuencia parecernos un pasatiempo insustancial, el museo está siempre educando, pues al encumbrar esto desprecia aquello. Adoctrinando, en fin, acerca de qué cosas merecen admirarse y preservarse y cuáles no. Vehículo full time de ideología, el museo es una maquinaria de construcción de identidad.
Ambas finalidades y funciones (el clásico enseñar deleitando) se superponen y simultanean sin grandes conflictos. No por nada, por ejemplo, el lanzamiento de la marca Málaga como “ciudad de los museos” en 2017 tuvo lugar en Fitur, la Feria Internacional de Turismo, exhibiendo un listado de “casi 40 museos, centros expositivos y de interpretación”. Tan variados que van desde el posmoderno Automovilístico y de la Moda (sic) al de nombre tan vetusto como del Patrimonio Municipal, que, muy ad hoc, viene a erigirse sobre el derribo del barrio popular de la Coracha, precisamente uno de los mayores crímenes contra el patrimonio cometidos en la ciudad. Y ayer mismo: en 1999. Nunca es demasiado tarde para la supresión de cualquier “ruido” susceptible de afectar al retrato ideal que de la ciudad sus élites diseñan según la imagen que de sí mismas sueñan.
La fotografía de Meyerowitz acrece su valor al erigirse en registro excepcional de un trance singular también de la historia de España
Pero también sucede que lo tan malamente y demasiado aprisa sepultado se refugia en otro sitio y, cuando menos se lo espera, reaparece. Un ejemplo magnífico se encarna en el casi centenar de fotografías reunidas en la exposición que bajo el título de Hacia la luz se muestra en el Bombas Gens de Valencia hasta el 20 de enero próximo. Comisariado por Nuria Enguita, Miguel López-Remiro y Vicente Todolí, presenta una extraordinaria colección de instantes capturados en su mayoría en Málaga por un entonces principiante Joel Meyerowitz.
Extenderse sobre la obra del fotógrafo neoyorquino, unánimemente reconocido como una de las grandes figuras de la “fotografía de calle”, no podría sino añadir elogios al general aplauso de que ha sido merecedora. La fotografía de Meyerowitz —de ordinario un verdadero festín celebratorio del infinito caleidoscopio de lo visible, de la impredecible potencia de lo común— acrece su valor al erigirse en registro excepcional de un trance singular también de nuestra historia: justo cuando el franquismo descubría que su consolidación pasaba por la adaptación a un nuevo orden del mundo que exigía la despolitización de la retórica nacional católica y reorientar su bronca propaganda hacia un consumismo tan estimulante como insatisfecho.
En esos años —entre 1966 y 1967— había ya en España tres millones de receptores de una televisión única que emitía en riguroso blanco y negro. En grises. La policía también se uniformaba así. Un persistente gris que se percibe acuartelado en todos los colores de estas fotografías que, de un modo extraño e inquietante, han fijado el momento en que en aquella ciudad, y en el país todo, la tiranía entreabría su mano de hierro para enfundarla en terciopelo. O en escay. Pero parece que en la ciudad y los 40 museos no hay ninguno con sitio, o tiempo, o interés por ofrecernos la oportunidad de reencontrarnos con los perturbadores orígenes de quienes somos hoy. Y ¿no eran para eso los museos?
‘Joel Meyerowitz. Hacia la luz’. Centro de Arte Bombas Gens. Valencia. Hasta el 20 de enero de 2019.
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