Taburete, reguetón y botellón
Decenas de miles de adolescentes convierten el Arenal Sound de Burriana en un hervidero de hormonas desatadas “No es necesario que te guste la música para estar aquí”, de una de las jóvenes festivaleras
Luís Sánchez es el único hombre hecho y derecho que el pasado miércoles al mediodía se apeó en la estación de tren de Burriana (Castellón). Sánchez viajó procedente de Barcelona acompañado por decenas de adolescentes y posadolescentes llegados en uno de los cuarenta trenes que Renfe detiene, excepcionalmente hasta el domingo, en la estación Burriana con ocasión del festival Arenal Sound. Sánchez es un feriante que cada verano realiza el mismo recorrido de festivales, vendiendo complementos para el móvil, riñoneras o bolsitas impermeables para el dinero y el DNI que miles de jóvenes llevarán colgadas del cuello: Primavera Sound, Sónar, FIB, Rototom, la Mercè... Sánchez confirma desde su experiencia que el Arenal Sound es la concentración de pubertad más grande que puede encontrarse hoy en España.
Decenas de miles de padres y madres están pendientes durante la primera semana de agosto de lo que suceda en la playa de Burriana. Sus hijos —la organización espera 280.000 visitas hasta el domingo— se amontonan hasta convertirse en un ente uniforme de piel bronceada, bikinis y bañadores, alcohol, reguetón y arena. El Arenal Sound es una autopista de hormonas y de calor. Un kilómetro de paseo marítimo enfila directo hasta el recinto de conciertos, un kilómetro que se convierte en el botellón más grande del país, muy probablemente. Legiones de chiringuitos y de vendedores ambulantes se suceden sin fin con sus neveras portátiles y ofertas de “pack botellón. El “pack botellón” oficial del festival cuesta 6 tuents. 1 tuent —la moneda oficial del Arenal Sound, patrocinada por la operadora de telefonía Tuenti— equivale a 2 euros. 6 tuents dan para una botella de ron, vodka, ginebra o whisky, más dos botellas de litro de refresco, seis vasos de plástico y una bolsa de hielo. El festival distribuye unos folletos para promover el reciclaje: si retornas tres botellas de cristal te obsequian con una pulsera que te da acceso durante un día a letrinas vip: “Unos baños que no te crees, revisados a cada rato”.
La gran mayoría de asistentes al Arenal Sound se alojan en tiendas de campaña. Hay varias zonas de acampada; cuanto más cercanas a los escenarios, más caras —el precio por seis días varía de los 35 a los 65 euros, según los usuarios consultados—. Las tiendas se colocan bajo lonas que tienen la finalidad de reducir el calor. De día es desaconsejable estar en las tiendas, a no ser que uno quiera pillar el sarampión. De noche, la juventud se reúne en el paseo marítimo, en la playa y en los camping, siempre alrededor de los pack de botellón.
En el paseo marítimo hay una docena de mujeres subsaharianas que por 25 euros trenzan el cabello y añaden extensiones. Muchas chicas llevan el pelo trenzado y una estética a lo spring breakers, la película de Harmony Korine en la que cuatro adolescentes norteamericanas aprovechan el tradicional viaje de juerga de Semana Santa para realizar todo tipo de fechorías. En el Arenal Sound hay miles de chicas spring break, aunque su vida criminal probablemente se limitará a beber alcohol siendo menores de edad o a fumarse algún canuto.
La gran piscina
El lugar más spring break del Arenal Sound es el pool stage, el escenario piscina. Miles de chavales se concentran entorno a un charco de agua en el que pocos se bañan porque la playa está a escasos metros. Sobre la piscina/charco se turnan los DJ que pinchan mezclas electrónicas de las que el público de una cierta edad como mucho podría identificar a algún nombre como Skrillex.
La marabunta salta enloquecida alrededor de la piscina, generando un efluvio mareante de sudor, agua de mar y alcohol. La edad de los entrevistados oscila entre los 16 y los 22 años. Los hay que ya son veteranos en la materia festivalera: un grupo de chicos de Gran Canaria capitaneados por Nicolás Martín —19 años— acumulan dos ediciones del Arenal Sound, una del Ultra Europe en Croacia, del Medusa de Valencia y del Beach Festival de Barcelona. “Cada uno tiene sus puntos fuertes; lo bueno del Arenal es la cantidad de gente que hay”, apunta Martín.
Alfonso y Adriana tienen 16 y 17 años, son dos amigos de Castellón que desfilan por el paseo marítimo con banderas republicanas. Uno de los chiringuitos vende banderas de todo el mundo y de todas las comunidades autónomas, y allí han comprado la tricolor. “Nos representa más la república que la monarquía”, dice Alfonso. Sus padres tienen la edad de este periodista y cuando lo descubren, cambian del “tú” al “usted”. Diferencia que salta a la vista entre su generación y la de sus padres es la hegemonía del reguetón; luego están los pequeños detalles como la abundancia de tatuajes y la moda de engancharse pequeñas teselas plateadas por el cuerpo a modo de decoración. “Nuestros padres también iban a festivales, aunque nosotros tenemos más libertad que ellos. Eso sí, en su época no había tantas violaciones”, dice Adriana. Alfonso replica: “Pero qué dices, es que antes no se decía”. El festival ha colgado carteles en las zonas de acampada advirtiendo contra los abusos sexuales.
El artista más deseado del cartel del Arenal Sound es Bad Bunny, estrella puertorriqueña del reguetón. Paula Castro, Irene Rébola y Javi Fraj tienen 22 años y han venido de Zaragoza con un grupo de 19 amigos. Tienen calculado hasta el céntimo lo que se gastarán en seis días: 130 euros por cabeza en la entrada al festival y el camping, más 70 euros para comida y alcohol. Bad Bunny y el rapero Beret son sus cabezas de cartel, el resto del certamen lo seguirán entre el paseo marítimo y los escenarios, según lo que suene. “No es necesario que te guste la música para estar aquí”, afirma Rébola mientras de fondo se oye Usted, el reguetón que la Mala Rodríguez canta con el dominicano Juan Magán. “La principal diferencia respecto a nuestros padres es que ellos se lo pasaban bien con más naturalidad. Lo nuestro es más postureo, para el Instagram”, dice Castro.
Maria Castro y Maria Codina, de 21 y 22 años, catalanas de Reus, no se dejan llevar por el postureo. Han venido a Burriana por Bad Bunny, por Lágrimas de Sangre y por La Pegatina, pero también están aquí por Taburete. “Somos independentistas y nuestros amigos nos preguntan que cómo puede gustarnos Taburete. Pues nos gusta”. “Es para pijos y fachas”, replica su compañera Judit Tost. “No fuimos a su concierto en el Palau Sant Jordi. Una amiga estuvo allí y lo pasó fatal porque la gente gritaba viva España y cosas por el estilo. Pero qué le voy a hacer, me gustan”, explica Codina. Se suma a la conversación Manuel Torres, valenciano de 21 años, para precisar que Taburete “son los nuevos Hombres G”. “Sí, pero el cantante es hijo de Bárcenas y se le ha subido a la cabeza”, afirma Tost mientras se gira para seguir con la mirada a un chico que pasa por nuestro lado: “Ese es Jorge Ramón, un instagramer famoso. Es muy colega del youtuber Hamza Zaidi [autor del hit Cómeme el durum]. Tengo un amigo que estuvo en un backstage con Zaidi”. Ante la pregunta sobre si pediría un autógrafo a Jorge Ramón, Judth Tost responde con cara de no entender: "¿Y eso para qué sirve? Me haría un selfie con él”.
Poco turismo y oportunidad para hacer el agosto
El merendero Manolo queda en tierra de nadie. Situado en la playa de Burriana, su terraza está rodeada por vallas que lo separan de los asistentes al festival. Manolo es un local emblemático, conocido por tapas como los caracoles fritos con ajo. Pocos jóvenes se adentran en el merendero para probarlos, lo que no quiere decir que el restaurante no se beneficie del acontecimiento: “Vendemos mil platos de paella, fideuá y macarrones al día, para llevar”, explica uno de los encargados.
Muchas familias de Burriana y alrededores pasean por el paseo marítimo sorteando botellones y merenderos; también acceden a la zona de escenarios. “Nos hacen precios especiales”, dice Cristina Nebot, vecina de Burriana: “Creo que he estado en las nueve ediciones del Arenal Sound. Es una tradición”. En años anteriores ha habido muchas quejas vecinales por los ruidos. Otros vecinos hacen su particular agosto. “Deja mucho dinero”, asegura Jose, un vecino de Villarreal que aprovecha para hacer de taxista en negro y transportar a jóvenes de la zona, de Oropesa a Castellón. El "mucho dinero" son entre 30 y 40 millones de euros, según la cifra que la organización repite cada año. "Lo que pasa es que estos niños no hacen turismo, como mucho van al super del pueblo", dice Jose: "Antes venía gente de más edad, esos dejaban más pasta", reflexiona mientras corre en su taxi pirata a por el siguiente cliente, entre los campos de naranjos que rodean Burriana.
Babelia
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