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Regreso a tarantilandia

Julián Herbert publica 'Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino', un libro de relatos en el que demuestra que tiene oficio, recursos y ritmo para que la lectura sea veloz y entretenida

Quentin Tarantino, fotografiado en 1995.
Quentin Tarantino, fotografiado en 1995.getty images

Julián Herbert (Acapulco, 1971) es uno de los autores mexicanos de mejor anclaje mediático nacional e internacional. Poeta de mucho, muchísimo talento, ha ganado premios en la modalidad de cuento, novela o poemario —Premio Jaén, Elena Poniatowska, Nacional de Literatura Gilberto Owen, entre otros—, su literatura es tan divertida como ruidosa, tan popular como a la moda. Vocalista de la banda de rock Los Tigres de Borges, autodidacta, antropófago de cualquier cosa que se pueda leer, ver o escuchar en la tele, en la calle o en un bar, Herbert comunica bien y tiene la credibilidad de una infancia lo suficientemente dura como para no poner cara de falso dolor intenso como otros compañeros de armas.

Tras la publicación del volumen de relatos Cocaína (Manual de usuario) en 2007 y de la novela Canción de tumba en 2011, su nombre sonó con más fuerza en nuestro país. Ahora publica otra nueva entrega: Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino. Se trata de una decena de relatos, siendo el que da título al volumen el más extenso de todos. No decepciona ni llama a engaño el anzuelo Tarantino y su gestión artística —mítica desde lo paródico— de la violencia, la distancia del humor con el que el narrador coloca al lector para que lea lo que lea y no le salpique una sangre que es kétchup. Todo aquí va de convenciones consentidas —entre autor, personajes, con túneles, metarreferencias, puntos de vista y, por supuesto, lector—, representaciones de la realidad que suplen cualquier atisbo de eso tan espantoso, aburrido y conocido que es el realismo y lo malo que es ser malo. El delirio coral y sangriento —con aterrizajes en lo gore, lo surreal y fantástico en algunos de los cuentos— conforma un pentagrama que funciona porque Herbert tiene oficio, recursos y el ritmo respiratorio en staccato necesario para que la lectura sea veloz, directa y entretenida. Matar y morir parece ser lo único realmente excitante que les puede pasar a la mayoría de los personajes de los relatos, y como lectores estamos de acuerdo.

Aunque se trata de unos cuentos que, perfectamente, podían haberse escrito, publicado y leído con idéntico placer, frescura o indiferencia hace veinte años. Y uno no sabe si eso es bueno o malo, pero no siendo Herbert un veinteañero en viaje a lo retro, me temo más terreno archiconocido que arriesgado. El engranaje se arma de modo tan fluido que hasta parece que el autor ni se haya de esforzar —pone el play, luego el stop y lo de en medio, siempre es cuento—. Eso da lugar, en ocasiones, a una cierta auto­complacencia de molde hecho. Aunque también es cierto que parece que solo de ese modo la escritura de Herbert parece encontrar la armonía, el sentido de lo literario. Con todo no hay ningún saldo en los relatos. El que da nombre al libro es un festín de lugares comunes, híbrido de ensayo, cinéfila y buenísimo manejo de diálogos y escenas de acción, pero el final es noche de gatillazo. Con todo, la joya del lote es ‘La boda romana’, y es que solo por él ya vale el precio del libro. Es el de lenguaje más hermético, lumpen y dialectal, pero conforma un microcosmos que, al lado de lo divertido, lo ágil y crujiente del resto de cuentos, encierra emoción, sentido de lo oculto y personajes bien vestidos para la ocasión, un funeral en este caso.

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Autor: Julián Herbert


Editorial: Literatura Random House (2018)


Formato: versión Kindle y tapa blanda


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