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David Chipperfield, el cirujano de los museos

El arquitecto culmina la ampliación de la Royal Academy de Londres, que cumple 250 años El proyecto, que huye de la espectacularidad, ha costado 64 millones "Las solicitudes para entrar en mi estudio han caído drásticamente por el Brexit", advierte

Vista del puente que une la antigua sede de la Royal Academy, con la nueva.
Vista del puente que une la antigua sede de la Royal Academy, con la nueva.simon menges
Iker Seisdedos

El corazón de la nueva Royal Academy (RA) estaba en realidad allí desde hacía 150 años, latiendo sepultado por el cemento. David Chipperfield (Londres, 1953) ha excavado un auditorio de madera y metal que es en esencia el mismo que puede admirarse en un grabado del siglo XIX. El nuevo espacio está en el número seis de Burlington Gardens, edificio que fue cuartel general de la Universidad de Londres y museo antropológico antes de que el arquitecto lo restaurara para conectarlo con la sede en la calle Picadilly de la RA, la institución que encarna el establishment del arte británico y que a partir de ahora podrá jugar mejor su baza turística.

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Chipperfield comenzó a trabajar hace 10 años en una intervención que resulta más quirúrgica que espectacular. Con un coste de 64 millones de euros, aumenta en un 70% el espacio disponible para las exposiciones y para la colección permanente. El resultado abrirá al público el próximo sábado, día de cierta boda real y 250º aniversario de la fundación de la excéntrica academia, compuesta y dirigida por artistas desde el primer responsable, el pintor sir Joshua Reynolds.

El auditorio funciona como una metáfora demasiado buena sobre el trabajo de Chipperfield, referente en la arquitectura contemporánea de museos gracias a proyectos de nueva planta como el Jumex de México y más que nada a sus aciertos en la remodelación del Neues Museum de Berlín (1997-2009), célebre por servir de hogar a Nefertiti. En su obra basada en la restauración nunca está del todo claro donde empieza lo nuevo y termina lo viejo, y el respeto y la utilidad siempre se colocan en el centro.

En este caso, la utilidad de la palabra. La RA no tenía un lugar adecuado para las conferencias, que se dictaban en espacios costosos de alquilar en el centro de Londres, según explicó durante una visita a la obra Kate Goodwin, conservadora jefa de arquitectura. Allí, entre el fragor de los oficios, el polvo y las prisas por cumplir los plazos, Chipperfield mostró orgulloso el puente que une el antiguo inmueble con el nuevo y que aspira a ser el icono del futuro del museo. También habló de la “dificultad de contentar a todos”: los 80 académicos de “fuertes opiniones”, entre los que se cuenta él mismo desde su ingreso en 2008, los trabajadores y los inquilinos de los estudios de artistas que hay entre uno y otro edificio y que ahora quedan a la vista del público. “Las decisiones se tomaron en un ambiente similar”, bromeó el arquitecto, “al de la Yugoslavia justo anterior a la guerra”.

simon menges

Después, ya sin cascos ni botas de trabajo, Chipperfield rememoró durante una entrevista con EL PAÍS que “cuando era estudiante veía la RA como un lugar lleno de señores gruñones de 70 años descontentos con cómo les había tratado la vida y la crítica de arte”. “Era una institución anticuada y hoy, pese a que ha cambiado en términos demográficos, de género y raciales, en cierto modo lo sigue siendo”. También habló del reto que supuso culminar una empresa tan emblemática en la ciudad que le vio nacer, pero que ha sido más bien rácana en reconocimientos a su carrera. “El problema es que la arquitectura está en Londres en manos de la iniciativa privada, más o menos desde que Thatcher mató al Estado. Y mi trayectoria ha discurrido basada sobre en el terreno de los proyectos públicos”, dice. Pese a todo, en Reino Unido cuenta con dos exitosos museos dedicados a sendos artistas: J. M. W. Turner (en la localidad costera de Margate) y Barbara Hepworth (en Wakefield).. .

Pensar la ciudad

Una visita a la oficina en el sur de la ciudad de David Chipperfield Architects —firma que cuenta con casi 300 trabajadores y otras tres sedes en Milán, Berlín y Shanghai— basta para comprobar que por el horizonte no asoma un cambio en el espíritu neoliberal de la megalópolis. Desde los ventanales del edificio se obtiene una ejemplar vista del nuevo Londres, con sus rascacielos de cristal y esos edificios de apartamentos que parecen solo al alcance de los plutócratas rusos. “No me gusta lo que está pasando”, opina Chipperfield, que moverá su estudio al otro lado del Támesis a una antigua fábrica de elepés reconvertida en lugar de trabajo compartido. “Aquí no se piensa en planificación y urbanismo. En Londres triunfa el cortoplacismo. Tenemos un problema terrible de vivienda y usamos el espacio urbano para pisos para millonarios. Es de locos. Por eso venció Brexit. Los que lo apoyaron buscan la desregulación, el mercado libre”.

¿Y cómo afectará la salida de la UE a la arquitectura británica? “El otro día vi las bases de un concurso europeo que advertían a los despachos de arquitectura británicos que estuviesen preparados para abandonar el proceso en los siguientes dos años, según fueran las cosas. En mi estudio también se están viendo los efectos: más del 60% de los trabajadores son extranjeros, pero las solicitudes de empleo están bajando drásticamente, y con razón. ¿Quién querrá a partir de ahora un puesto en una firma de un país aislado política y económicamente?”.

Chipperfield es un buen ejemplo de esa concepción de la arquitectura como un oficio transnacional. Tras unos inicios en los ochenta en los que la falta de trabajo le hizo refugiarse en la burbuja inmobiliaria en Japón, trabajó mucho en las siguientes dos décadas en Europa. En Alemania, sí, pero también en España (ciudad de la Justicia en Barcelona, un bloque de apartamentos en Madrid o el polémico Veles e Ventes, en Valencia, encargado al calor de la Copa del América). “En su país aquellos fueron años de excesos”, recuerda. “Pero tuvieron sus cosas buenas. Se hacían viviendas sociales, equipamientos culturales, cosas así. También cosas como La Ciudad de la Cultura. A mí me da vergüenza ser arquitecto cuando veo eso. Pasado el boom, la inversión se ha desplazado a lo privado, y eso va en detrimento del propósito social de la arquitectura”.

Del Guggenheim de Bilbao, icono que se ha convertido en medida de todas las cosas museográficas, opina que "es un buen edificio". "No soy de esos arquitectos que lo critican por deporte. [Frank] Gehry fue muy inteligente y racional. Eso hace siempre él, un edificio muy racional al que le pone una cosa divertida encima. De todos modos, no creo que cambiara los museos como sí lo hizo el Pompidou [Renzo Piano, París, 1976], que es un edificio muy radical. El Guggenheim no cambió tanto los museos como su aspecto”.

Entre sus próximos proyectos, los templos del arte siguen ocupando un lugar destacado, aunque en su caso no sea en el foco de Oriente Medio (“esa burbuja de edificios, casi todos de Jean Nouvel, pasará”), y sí en Nueva York, donde fue elegido en 2015 para la renovación del Metropolitan, empresa que los recortes presupuestarios dejaron hace dos años en barbecho. “En este tiempo, nunca hemos dejado de trabajar en la sombra. Y tras hablar con el director recién nombrado [Max Hollein] puedo decir que el sol brilla de nuevo sobre el proyecto”.

Una fundación por el futuro de Galicia

David Chipperfield pasa desde hace más de veinte años los veranos en Galicia. Hasta se construyó una casa en la localidad coruñesa de Corrubedo. Su implicación con la zona le llevó el año pasado a lanzar una fundación llamada RIA (Rede de Innovación Arousa), que trabaja con universidades, asociaciones de pescadores o las autoridades locales en pensar sobre el futuro de la región. Y no solo hablamos de arquitectura. “La discusión debe trazar un triángulo, entre arquitectura, naturaleza y economía”.

“Por ejemplo”, opina, “es primordial proteger el agua. El futuro de Galicia está ahí. Los gallegos han vivido acostumbrados a desembarazarse de los desechos en el mar y extraer la pesca sin preocuparse. Hubo un tiempo en el que eso no importaba, pero ya no es así. También trabajamos en la movilidad. Las ciudades están arruinadas por los aparcamientos. Y al mismo tiempo la región tiene un problema de movilidad. ¿Por qué no poner en marcha un sistema de autobuses que funcionen bajo demanda? Así no saldrá uno cada hora, sino solo cuando se necesiten. Se habla mucho de las ciudades, pero nadie está pensando sobre las zonas rurales”.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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