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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

Arriesgada y desigual cumbre hispano-siria

Román escuchó una ovación tras fallar con el estoque ante un toro muy encastado de Fuente Ymbro

Antonio Lorca
El banderillero Hazen Al-Masri
El banderillero Hazen Al-Masri Claudio Alvarez

Siria salvó a España de una cornada que parecía inevitable, y, momentos después, el representante del país árabe se vio en dificultades y los de la piel de toro no supieron o no pudieron mover un dedo en su defensa. La tarde no iba de cumbre diplomática, pero la contienda arriesgada y solidaria que se libró en el ruedo tuvo un claro vencedor: Hazen Al-Masri, natural de Alepo, apodado El Sirio, un torerazo vestido de verde y plata y enrolado en la cuadrilla de Román.

Fuente Ymbro/Adame, Román, Garrido

Toros de Fuente Ymbro, bien presentados, desiguales en los caballos, blandos, nobles y sosos; encastado el primero y, sobre todo, el segundo, cuajado y serio, muy codicioso en la muleta.

Joselito Adame: estocada baja (silencio); dos pinchazos y estocada muy baja (silencio).

Román: pinchazo tendido y estocada _aviso_ (ovación); estocada (silencio.

José Garrido: estocada baja (silencio); estocada y cuatro descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas. Tercer festejo de la Feria de San Isidro. 10 de mayo. Más de media entrada (14.822 espectadores, según la empresa).

La ‘crónica política’ de los hechos es la siguiente:

Corría el tercio de banderillas del primer toro, y un español -Tomás López, inconfundible con tal nombre y apellido- tomó los palos y se acerco diligente a un ‘pavo’ de pitones astifinos. Dejó los garapullos en su sitio, pero se trastabilló el torero en la salida, con tan mala fortuna que cayó de bruces en la cara del toro. El animal lo vio y bajó la cabeza con aviesas intenciones de recogerlo del suelo y mandarlo directamente a la bandera. Pero en ese instante imperceptible, -lo que tardó el cirujano de la plaza, el doctor García Padrós, en introducir el brazo derecho en la manga de la bata blanca y mirar al de la camilla ante lo irremediable de la situación-, en ese preciso instante surgió de la nada un capote, unido a una mano torera que llamó la atención del animal y consiguió sacarlo de la zona de conflicto. El español, Tomás, con la cara demudada, -no era para menos-, se levantó como pudo y miró al cielo, mientras su salvador -El Sirio- recibía una atronadora ovación por su gesto torero y solidario.

En el toro siguiente era Hazen el responsable de colocar las banderillas, y el toro que teñía delante era aún más ‘pavo’ que el anterior, cuajado y serio como pocos. Se quedó sin espacio en la cara del animal, y cuando quiso buscar refugio se encontró con que el toro le echaba el aliento en las nalgas. Corrió El Sirio todo lo que sus fuerzas le permitieron, pero no logró despegarse de los astifinos pitones. No está claro si se tiró al suelo o se cayó, pero esa fue su salvación. El toro lo pisoteó y, milagrosamente, ni le arañó la taleguilla. Nadie le hizo el quite a El Sirio, que se levantó con la cara demudada, pero entero, que no es poco.

España no supo o no pudo devolverle el favor a Siria, y quedó claro que el más torero de todos había sido el representante árabe, por estar siempre al quite, atento a la lidia y en su sitio. Su torería salvó a un compañero; la pasividad de los demás casi le cuesta a él un serio disgusto.

Pues ese toro segundo, ‘Hechizo’ de nombre y 566 kilos, tuvo un juego muy desigual en los dos primeros tercios. Precioso de lámina y serio como pocos, dobló varias veces las manos y fue picado como un inválido. Pero se vino arriba con la persecución de El Sirio y desplegó en la muleta toda una lección de casta para el recuerdo.

Vio a lo lejos a Román, muleta en mano, y acudió veloz a su encuentro. El torero, lejos de arrugarse, se plantó en la arena y trazó un par de estatuarios que supieron a gloria. Lo citó, después, de largo, con la mano derecha, y ‘Hechizo’ obedeció al instante, repetidor, con sobresaliente movilidad y fiereza; y así hasta en cinco tandas -solo una con la zurda- en las que destacaron la entrega y el valor del joven torero y la codicia del toro. No hubo apoteosis, ni faenón, ni arrebato; no debe ser fácil alcanzar tal gloria con un toro tan combativo, pero sí quedó la estela de un torero que no se arruga ante las dificultades. Debió redondear, sin duda, y no permitir que su oponente ganara una pela tan dificultosa. No mató bien y todo quedó en una ovación.

Hubo otro toro de premio, el primero, pero su matador, Joselito Adame, no atraviesa un momento artístico destacable. Muchos muletazos, y no dijo nada. Parece como si estuviera desaprendiendo el oficio. El público ni lo abroncó. Mal asunto.

El resto de la corrida pecó de excesiva nobleza sosa y blanda. Garrido se dejó al alma, pero nada pudo alcanzar. Adame no mejoró en el cuarto, otro buen toro, y Román intentó agradar ante el anodino quinto.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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