Contra la nostalgia de las imágenes
'En el intenso ahora', de João Moreira Salles, escarba en la herencia fílmica de las revueltas para ofrecer un repaso por un año convulso
En una secuencia de En el intenso ahora, la película de João Moreira Salles (Río de Janeiro, 1962) que analiza el curso de Mayo del 68 a través de sus imágenes, en su gran mayoría colectivas y anónimas, el cineasta brasileño rescata su cinta favorita sobre aquella fecha: Morir a los 30 años, de Romain Goupil. Cámara de Oro en el Cannes de 1982, este diario filmado de Goupil se centra en su amigo Michel Recanati, destacado líder del 68 francés que se suicidó diez años después arrojándose a las vías de un tren. “Lidiar con la nostalgia siendo tan precoz será el problema de toda una generación”, sentencia la voz en off que recorre En el intenso ahora, película-ensayo donde Moreira Salles vuelve a demostrar su don a la hora de indagar en la secreta naturaleza de los fotogramas. La película inaugura (el martes 8 de mayo) el ciclo que Casa de América y DocumentaMadrid dedican al cineasta y que contará con una clase magistral sobre uno de sus maestros, el fundamental documentalista brasileño Eduardo Coutinho, fallecido de forma trágica en 2014 y cuya película póstuma, Últimas conversas, ha sido concluida por su discípulo y durante años productor y mecenas.
“La nostalgia es peligrosa”, afirma Moreira Salles “Es una pasión regresiva en la medida en que niega el futuro. Su movimiento es de retroceso: la utopía está en el pasado. Las personas que no supieron sobrevivir al 68 fueron aquellas que quedaron atrapadas en aquel momento. Es el riesgo que corre todo el que pasa por una gran intensidad, ya sea de pasión política, amorosa, estética o erótica. En ese sentido comprendo la frase de Daniel Cohn-Bendit sobre cómo es preciso ‘olvidar 68’. No negarlo, pero sí olvidarlo. El mundo siguió, surgieron otros problemas y, por lo tanto, las luchas también deben ser otras”. Para el cineasta la peor herencia del 68 es “el permanente deseo de querer resucitarlo” y la mejor “el hecho de que si ocurrió una vez podrá suceder de nuevo, sólo que de otras maneras. Los regímenes estables están siempre amenazados por esas convulsiones que llegan sin avisar”.
Incapaces de volver a la rutina, muchos protagonistas del 68 sucumbieron a la tristeza. O, como en el caso de Romain Goupil, exmilitante troskista, reniegan de su pasado. “La melancolía es resultado de una falsa sensación de derrota, un fracaso que deriva de la desconexión entre el tiempo histórico y el tiempo biográfico”, dice el cineasta brasileño. “Las críticas de Goupil a 1968 ciertamente no son las mismas que Sarkozy”, continúa. “Es innegable que había un elemento autoritario en la imaginación política de ciertos grupos que tomaron las calles de París. Basta ver los carteles en la Sorbona: Che, Mao, Lenin… Los anarquistas como Cohn-Bendit no niegan que, al lado de toda la belleza y generosidad del movimiento, estaba el riesgo de que la sociedad que se vendría a construir si tomasen el poder (ambición, dicho sea de paso, que nunca tuvieron) reproduciría aspectos de ciertos totalitarismos del siglo XX. Entiendo que las críticas de Goupil caminan en esa misma dirección. Pero el rechazo conservador a 1968 se refiere a la loca espontaneidad de aquellos días. Los conservadores temen procesos descontrolados. Todo lo que nace de una explosión, todo lo que es fiebre y convulsión, por definición es peligroso. La razón es simple: movimientos así no necesitan jerarquías”.
"Quienes no supieron sobrevivir al 68 fueron los que quedaron atrapados. Es el riesgo que corre todo el que pasa por una gran intensidad"
João Moreira Salles ha dicho en alguna ocasión que su carrera como cineasta empezó sin vocación y por casualidad. Él había terminado la carrera de economista, pero como no veía claro su futuro, su hermano mayor, el también cineasta Walter Salles, le pidió que le ayudase con las imágenes de una serie que entonces preparaba. Fue el primer paso de un creador al que le basta una película, Santiago (2007), estremecedora semblanza del mayordomo de sus padres, para justificar toda una filmografía. Hijo del diplomático y banquero Walther Moreira Salles y presidente del instituto que lleva ese mismo nombre, desde el que promueve el desarrollo de proyectos culturales brasileños, en 2006 fundó la revista mensual Piauí, dedicada a reportajes de largo aliento y de la que es su editor.
La memoria familiar también está presente en En el intenso ahora. “Todo empezó con el descubrimiento tardío de las películas que mi madre hizo durante un viaje a China en 1966. Desde allí, y por razones misteriosas que tomaría demasiado tiempo explicar, llegué a 1968 y al mes francés. El período me interesaba por varias razones, y una de ellas se refería a la naturaleza de las imágenes producidas ese año. Hubo muchos 1968 dentro de 1968. Algunos sucedieron en países democráticos, otros en regímenes autoritarios, otros en regímenes cerrados que hacían ensayos de apertura o, por el contrario, en dictaduras cosméticamente blandas que pronto optarían por soluciones marcadamente autoritarias, como en el caso de Brasil. Cada contexto político produjo un tipo específico de imagen”, explica antes de preguntarse qué tipo de película nace del miedo, del arrebato, del riesgo, de la urgencia, de la alegría, de un contexto político u otro. “Los archivos del mayo francés están siempre cerca de la acción. Las cámaras no tiemblan, pueden acercarse a los protagonistas, los escuchan y los acompañan. Todo fue filmado. Los acontecimientos convulsionaron las calles, un movimiento colectivo que se dio en la esfera pública, y por esta razón el cine que se produjo en aquellos días no es de individuos solitarios, sino de grupos políticos hermanados en un mismo ideal. Muy diferente de lo que se ve en Praga, donde, de un día para otro, la esfera pública desapareció. El hombre solitario, con su cámara forzosamente lejana, filma de forma inestable, casi siempre detrás de cortinas o parapetos. A pesar de los disturbios, Francia era una democracia, mientras que Checoslovaquia sufría la ocupación de ejércitos vecinos al servicio de un golpe de Estado. Este aspecto revelador y no intencional de las imágenes es lo más rico en ellas. Se suele hablar de la extraordinaria alegría de los días franceses. Eso está en las imágenes. Otros dicen que esa alegría pertenecía solo a unos pocos, jóvenes blancos y letrados. Eso también está ahí. En el centro del cuadro de las imágenes de mayo no hay mujeres ni inmigrantes. Las primeras están siempre calladas. Los segundos, cuando aparecen, están en las esquinas del fotograma, discretos, silenciosos, como esforzándose para no destacar. Pasado Mayo, los estudiantes dejarían de ser protagonistas, algo que las imágenes también revelan. En junio las cámaras ya no los buscaban”.
La riqueza de la memoria visual del mayo francés es apabullarte. El fotógrafo estadounidense William Klein recoge en su joya de cine directo Grandes tardes y pequeñas mañanas, las febriles asambleas, los debates callejeros y las manifestaciones. En 2008 el Reina Sofía dedicó un ciclo, Con y contra el cine. En torno a Mayo del 68, que ahora retoma bajo el título La imagen sublevada, Cine anónimo y colectivo en Mayo del 68, y que está centrado en los cinétracts o cinepanfletos y en el grupo Medvedkin de obreros y cineastas. Godard, Chris Marker o Alain Resnais están detrás de muchas de esas imágenes sin firma. Hace unos años Philippe Garrel recuperó su película perdida del 68, Actua I, seis minutos de cine y belleza implacables que arrancan con una de esas proclamas que no se entienden sin mayo: “Yo, tú, él, nosotros”.
En el intenso ahora ahonda en ese mosaico de imágenes, voces y reflexiones alrededor de un acontecimiento cuya esencia se concentra en una poderosa secuencia: la de una joven militante de izquierdas que habla por teléfono muerta de risa con la preocupada madre de un compañero. Una consigna revolucionaria sobrevuela: “La felicidad es una idea nueva”. Las bonitas frases de mayo y la explosión de vida concentradas en un plano. Otra cita de Daniel Cohn-Bendit: “La mayor arma anticomunista es la tristeza de Berlín Oriental”. O la certera mirada de una periodista canadiense, que durante aquellos días escribió: “Durante las jornadas de tumulto vi pocos negros y norteafricanos. Estuvieron muy quietos. Ahora reaparecen, quietos como siempre, barriendo las calles. Nada cambió”.
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