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Me gritaron negra

Una exposición reúne en Nueva York la obra de más de cien artistas esenciales de 15 países

Estrella de Diego
'Untitled' (Self portrait with Square, 1973), de Liliana Porter.
'Untitled' (Self portrait with Square, 1973), de Liliana Porter.

Para la inauguración de Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 en el Hammer Museum de Los Ángeles el pasado otoño —ahora en el Brooklyn Museum—, se instaló una especie de estructura rosa ideada por la artista y activista mexicana Mónica Mayer, a la cual llamaron el tendedero. Según comentaba Cecilia Fajardo-Hill, comisaria de la muestra junto con Andrea Giunta, era una invitación para que los y las visitantes airearan sus relatos personales de acoso. La reacción del público fue inmediata: a los pocos días, el tendedero estaba lleno de notas manuscritas, trapos sucios que compartían experiencias.

Esta reacción hubiera sido inesperada hace algunos años: entonces las víctimas pensaban que eran culpables. Las cosas han cambiado y van aflorando esos relatos tétricos de abusos que las mujeres —la comunidad LGBT+, los negros, los migrantes, los desclasados…— hemos sufrido a lo largo de los siglos, dando por hecho que se trataba de la “normalidad”, sencillamente porque “normal” es lo consuetudinario.

Quizá para llamar la atención sobre lo que damos por hecho y a lo cual es preciso oponer resistencia, la grabación de la performance del conocido poema ‘Me gritaron negra’, de Victoria Santa Cruz —registrada en 1978, cuando la artista tenía 56 años—, recibía a los visitantes en el Hammer como un recordatorio de exclusiones. La artista peruana afrodescendiente, arropada por tres hombres y tres mujeres y los ritmos de la danza zamacueca —originada en el Virreinato de Perú con raíces africanas, españolas y andinas—, narraba el modo en el cual descubrió, con apenas cinco años, su diferencia a ojos de los demás: por la calle alguien le gritó “negra”. Tras el rechazo a sí misma y el deseo de cambio llegaría a la aceptación de su ser negra y el orgullo de sentirse tal.

¿Qué ha pasado para que sean aún necesarias muestras segregadas? ¿Qué ha pasado para que queden tantas mujeres por rescatar?

Ese subrayar el cuerpo como forma de radicalidad y metáfora de resistencia es lo que bordea la muestra. A veces es un cuerpo contundente que se impone —­el cuerpo negro de Victoria Santa Cruz en Me gritaron negra— y a veces es sutil e irónico como el de Porter. O es el cuerpo agazapado bajo la tela de Feliza Bursztyn; de selfies desbordados en las fotografías de Regina Walter, contemporáneas a las Sherman, o de autobiografía política en Geiger. Otras, como en el tríptico las Las tres Marías de la mítica artista chicana Judy Baca, el juego va más allá: en las imágenes laterales están representadas una pachuca y una chola —imágenes, pues, de la marginalización—. En medio, el espejo nos reflejaba como la tercera María y nos catapultaba fuera de nuestra zona de confort.

Esos recorridos por el cuerpo y las exclusiones a través de las obras de más de cien artistas de 15 países podían ayudar a disipar —o hasta cierto punto— las dudas que genera, metodológica y hasta políticamente, una exposición sólo de mujeres y de un área geográfica muy concreta además. De hecho, cada vez que me encuentro frente a un proyecto como Radical Women, de “mujeres solas” pero atractivo, convincente, lleno de artistas esenciales y a menudo no tan conocidas, resuena en mi memoria la reflexión de Ann Sutherland Harris para la primera muestra de mujeres artistas en 1976: “Esta exposición será un éxito si ayuda a terminar de una vez por todas con la necesidad de hacer exposiciones de este tipo”.

¿Qué ha pasado en todos estos años para que sean aún necesarias este tipo de muestras segregadas? ¿Qué ha pasado para que, más allá del uso del cuerpo, aún queden tantas mujeres por rescatar y para que haya que hacerlo en este tipo de exposiciones? ¿Hasta cuándo nos seguirán gritando negras? O tal vez se trata de todo lo contrario. Igual las mujeres artistas sí exploran y han explorado una relación específica con el cuerpo y el deseo otro; una relación compartida, además. Así que no se trata de mujeres radicales, sino más bien de miradas radicales.

‘Radical Women, Latin American Art, 1960-1985’. Brooklyn Museum. Nueva York. Hasta el 22 de julio.

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