Huracanes como soplos
La Fundación Tàpies exhibe la obra delicada y radical del dúo americano Allora & Calzadilla
He nacido una noche de verano / entre dos pausas Háblame te escucho…”, escribe Vicente Aleixandre después de preguntarse, por boca de Byron, qué es un poeta: “Un charlatán”. Hay obras de artistas que son exactamente eso, cesuras, entradas directas, cacofonías flotando en la temerosa realidad. Y aun así, frente a y entre las piezas sonoras de Jennifer Allora (Filadelfia, 1974) y Guillermo Calzadilla (Cuba, 1971), el público experimentará la sensación de sentirse conectado con ellas en el marco adecuado.
Las salas de la Fundación Antoni Tàpies están prácticamente desnudas, apenas unos pocos elementos y el vacío de la aceptación de una lucha que comienza. En este universo particular, extraño, las espadas son labios; los huracanes, soplos. Y lo son en una modalidad que marca la transición entre la instalación artística y el concepto; o, por decirlo de otra manera, estas obras son arte liberado, su pluralidad de formas —escultura, sonidos/silencio, vídeo, performance— es acero crítico, poema. Ya han pasado unas cuantas semanas desde la inauguración de la muestra y parece más crecida, sedimentada, aun cuando lo más valioso es su discreción, su refinamiento. El refugio donde todo amante del arte merece estar.
Los artistas envían desde Puerto Rico sus fábulas contra la saturación cultural de un primer mundo preocupado solo por el desarrollo tecnológico
Los comisarios de la exposición, Carles Guerra y Sara Nadal-Melsió, han ideado una partitura con 10 cesuras: una nota musical extraordinariamente baja (un sol -7, equivalente a 0,189 hercios) que emite un hombre con unas dotes vocales únicas (la película Apotomé); el aliento de tres vocalistas que resoplan frente a una piedra de 4.000 millones de años (la performance Lifespan), o un músico que toca el instrumento más antiguo que se conoce, una flauta tallada por el Homo sapiens a partir de un hueso del ala de un buitre común (Raptor’s Rapture), con la particularidad de que la flautista (Bernardette Käffer, especializada en instrumentos prehistóricos) libera el sonido de la pipa en presencia del buitre, conectando así el rastro acústico de un descendiente vivo con su antepasado.
Vibraciones y silencios se filtran por todo el edificio, en la biblioteca, la azotea, la sala de proyecciones, las oficinas del personal. En cada pieza, el elemento visual queda supeditado al auditivo, incluso en la más “escultural”, un antimonumento ecuestre que representa un hipopótamo (Hope Hippo) hecho de barro a escala real, el animal lleva sobre sus lomos a una persona —el denunciante— que lee los periódicos y toca un silbato cuando detecta una noticia sobre cualquier tipo de injusticia.
La performance Stop, Repair, Prepare: Variations on ‘Ode to Joy’ parte de la “danza” libre de un piano Bechstein que muestra su herida, un agujero circular en medio de la caja por donde se introduce un pianista, que toca el cuarto movimiento de la Novena de Beethoven mientras camina sin una dirección concreta o haciendo círculos por la sala. El piano es una prótesis que libera —o atrapa— al músico, tiene las teclas alteradas —dos octavas no son operativas—, de manera que el Himno a la humanidad de la Unión Europea suena como una sinfonía desquiciada que señala, entre otros desastres, a la crisis que azota Puerto Rico tras el paso de los huracanes Irma y María el pasado mes de septiembre. Fueron las pausas de una noche de verano que dejaron a la población en un estado de dependencia absoluta del exterior, o, como dicen Allora & Calzadilla, de “colonialidad encubierta”. En San Juan, capital de la isla antillana, tienen los dos artistas su residencia y estudio, desde allí nos envían sus fábulas contra la saturación cultural de un primer mundo preocupado sólo por el desarrollo tecnológico.
Allora & Calzadilla. Fundación Tàpies. Barcelona. Hasta el 20 de mayo.
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