En el hipermercado espiritual
Houston es la capital del “cinturón bíblico”, región teórica que se extiende por el sureste y centro-sur de EE UU y en la que se registra el mayor coeficiente de religiosidad del país
1. Dios
Más allá de las mitologías, las máscaras de Dios (título de la summa mitológica de Joseph Campbell, cuyo tercer volumen acaba de publicar Atalanta) son infinitas. Pasé unos días (incluyendo la más santa de las semanas) en Houston, Texas, una de las grandes capitales mundiales del hipermercado espiritual de nuestro tiempo. Con una extensión de casi 1.600 kilómetros cuadrados (el triple de la de Madrid) y una población muy dispersa y multiétnica de 2,3 millones de habitantes (incluyendo 450.000 ilegales), en sus barrios se alzan centenares de templos de todas las religiones y sectas imaginables, fiel reflejo de la pluralidad de creencias de una población llegada desde todos los rincones del mundo, aunque predominen los migrantes mexicanos, omnipresentes en todas las actividades económicas. Si santa Anna masacró (1836) en combate desigual a los resistentes secesionistas de El Álamo —una épica de la derrota que ha alimentado el sentimiento nacional estadounidense y que ha exportado el cine—, ahora son los mexicanos y demás trabajadores de origen extranjero los que sustentan la economía de la riquísima ciudad, un emporio animado por las industrias de la energía (petróleo, gas, renovables), la investigación y práctica biomédica, y la aeronáutica. Aquí cada cual tiene la religión que se merece. Las mayoritarias son la protestante —en todas sus variantes y sectas— y la católica romana, pero también se encuentran sinagogas, mezquitas y templos de fes tan diversas como la budista, la hinduista, la jainita, la zoroastrista, la bahá’i, la cienciología, además de la miríada de iglesias de todo tipo de predicadores que desde sus impresionantes templos (como el de Joel Osteen, ídolo mediático de masas, pontífice de la llamada “teología de la prosperidad”) o modestísimos tugurios adosados a miserables comercios iluminan a sus fieles. Houston es la capital espiritual del llamado “cinturón bíblico”, una región teórica que se extiende por el sureste y centro-sur de EE UU y en la que se registra el mayor coeficiente de religiosidad del país, algo que también se aprecia en la variedad y tamaño de la sección de religión de las (escasas) librerías de la ciudad. La competencia entre iglesias es feroz y todas tratan de hacer más fácil a sus fieles el cumplimiento de sus obligaciones. La católica iglesia de Saint Michael, por ejemplo, lucía el pasado miércoles de ceniza un letrero luminoso que anunciaba drive-through ashes, es decir, que le estampaban a uno en la frente la ceniza conmemorativa sin que tuviera que salir del coche, como si se tratara de adquirir una hamburguesa en un McDonalds de carretera. Aquí cada religión ofrece algo diferente, pero la que más me tentó fue la iglesia Pare de Sufrir —sí, han leído perfectamente—, una fe de raigambre cristiana y origen brasileño con cinco millones de seguidores. Pero tengo que confesar que el ambiente más espiritual y religioso de todos lo encontré en la impresionante capilla Rothko, un recinto austero ubicado en un parque, y en cuya cámara central, iluminada por luz cenital, se pueden contemplar los 14 enormes lienzos casi monocromos que el gran pintor realizó en los sesenta para los mecenas John y Dominique Menil. Si Dios habita en cualquier templo, este laico es de los más hermosos.
2. Japón
A lo mejor es por la cercanía de la fiesta de hanami, que convoca cada primavera a millones de japoneses a celebrar la espectacular floración de los cerezos —sakura—, uno de los principales símbolos de la belleza fugaz y de la renovación espiritual en aquella cultura. O tal vez se deba a la reciente implantación por la compañía Iberia de vuelos directos a Tokio a un precio más asequible, y sin tener que realizar agotadores transbordos. Pero lo cierto es que los viajes al antiguo Imperio del Sol Naciente están de moda: naveguen un rato por Internet y comprobarán la cantidad de blogs y foros promovidos por entusiastas viajeros españoles que ponen al alcance de los neófitos diferentes claves para manejarse en la complejidad de la vida cotidiana nipona, una auténtica enciclopedia en píldoras que responde —con mayor o menor rigor— a todo lo que usted querría saber antes de emprender su viaje; yo la usé la primera vez que visité el país y puedo asegurarles que sus indicaciones me sacaron de algún pequeño embolado lost in translation. La edición también refleja la tendencia. Y en esta ocasión lo ha hecho por medio de álbumes ilustrados y llamativos en los que se explica a los gaijin (“extranjeros”) hispanohablantes algunas de las particularidades de la cultura, las tradiciones o la gastronomía japonesa. Piku nikku, Pícnic japonés (Impedimenta), de Monika Baudisová y Jordi Trilla Clot, es el testimonio gráfico de un viaje de seis meses a Japón plasmado en atractivos dibujos con explicaciones sencillas (los paratextos editoriales subrayan que el libro está pensado para niños y mayores) sobre lo más básico: de la gastronomía, o las reverencias, a los maid cafés, los hipertecnológicos retretes, el tren bala (shinkansen), Godzilla o los dos más famosos Murakami (Haruki y Takashi). Por su parte, Wabi Sabi (Lundwerg, Planeta), un término que se refiere a la belleza de lo imperfecto y mudable, constituye el diario visual de la estancia de la ilustradora Amaia Arrazola en Matsudo, una ciudad cercana a Tokio. Por último, para los que ya conozcan Japón y se encuentren más familiarizados con su cultura y su historia, recomiendo vivamente el reciente libro de Ian Buruma (brillante novelista y autor del desdichadamente descatalogado La creación del Japón, 1853-1964, Mondadori), A Tokyo Romance, unas interesantísimas memorias de su estancia en el muy agitado Tokio de los setenta que acaba de publicar Penguin Press en EE UU (lo leí en el avión de vuelta) y que está pidiendo a gritos una edición española.
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