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arco 2018 / galerías

Matar al padre, devorar a los hijos

La agresividad de los nuevos marchantes y la saturación de ferias ponen en cuestión el modelo tradicional de galería

Obra de Lucia Koch presente en el estand de Cristopher Grimes.
Obra de Lucia Koch presente en el estand de Cristopher Grimes.

Desde su mítica galería del 420 de West Broadway, el marchante Leo Castelli fue la apoteosis de un modelo galerístico hoy en extinción. Su mayor virtud, aprendida en sus años triestinos, fue una aguda perspicacia para establecer vínculos y tejer una red de contactos con la gente adecuada. Era capaz de estar en varios sitios a la vez, influir en jurados y seducir a críticos y coleccionistas. Adorado y adorador de artistas, los cuidaba como si fueran sus hijos. Todo cambió el día que Larry Gagosian, su astuto aprendiz recién llegado de Los Ángeles, le regaló un reloj Patek Philippe de 8.000 dólares. Castelli recompensó la generosidad presentándole a uno de sus coleccionistas, el dueño del grupo editorial Condé Nast, S. I. Newhouse. Larry Go-Go, apodado así por su tenacidad, logró su primer big one en el safari de Sotheby’s. Pujó para Newhouse hasta hacerse con un jasper johns por 17 millones de dólares. Corrían los felices ochenta y el galerismo comenzaba a recibir los réditos de una nueva forma de entender al dealer, para quien el cliente ya no es el artista, sino el coleccionista.

La cultura occidental siempre se ha sostenido en figuras rivales que se envidian y confrontan. Caín y Abel, Leonardo y Michelangelo, Mozart y Salieri, Cristiano y Messi. Gagosian y Pinault son los nuevos Ciudadano K del arte. Controlan subastas, seleccionan a sus clientes, camelan a directores de pinacotecas, arquitectos y actores. Bajo su influencia, los museos se llenan como si fueran estadios de fútbol. Treinta años después del episodio del Patek Philippe, el viejo zorro angelino se inventó otro hat-trick el día que Lehman Brothers se declaró en quiebra, con la liquidación exclusiva en Sotheby’s de un lote de Damien Hirst que acabó volviendo a sus manos. La pirula le sirvió para mantener la burbuja a flote. Los artistas, liberados de modelos sublimes, se entregaban con facilidad a una práctica basada en la comercialización del producto. ¿Y los críticos? No estaban ni se les esperaba.

El pasado noviembre, la firma Christie’s, propiedad de François Pinault, puso a la venta el Salvador Mundi en la sesión de Post-War and Contemporary en lugar de Old Masters. Las razones del rejuvenecimiento del “último leonardo en manos privadas” eran la relevancia de la pintura y que en las subastas de contemporáneo se concentran un mayor número de compradores billonarios. Durante la puja, el subastador blanqueó las connotaciones religiosas del cuadro, que llamó “la Mona Lisa masculina” para así excitar a los apostadores musulmanes. Un príncipe saudí, que también actuaba de intermediario, adquirió el cuadro por la cifra récord de 382,1 millones de euros. Paradójicamente, el dedo de Cristo no anunciaba la salvación de nada, sino el advenimiento de una era en la que el arte es compatible con la constante demanda y competición global.

Inestabilidad política global, economía acelerada y saturación de ferias exigen una relación con los artistas más sostenible

El mercader bretón se inventó un nuevo ardid durante la última Bienal de Venecia. Aprovechando la avalancha de coleccionistas y connaisseurs, Pinault puso taimadamente a la venta las últimas piezas de Hirst en sus dos boutiques del Palazzo Grassi y Punta della Dogana. Venecia se hunde, pero eso no parece importar a las galeristas Alberta Pane (París) y Victoria Miro (Londres), que también abrirán allí sus showrooms. Italia es el nuevo target de los marchantes nómadas. El inglés Thomas Dane acaba de inaugurar en Nápoles. No ocurre lo mismo en Alemania, un mercado que debería ser un gigante y que sin embargo promueve una discreta competitividad entre ferias.

La crisis de 2008 torpedeó a los mid-size dealers, que promueven a sus artistas a costa de afrontar elevados gastos de salarios y alquileres solo por estar en los distritos de moda. No son pocos los artistas que al alcanzar notoriedad los abandonan para irse con los más poderosos, que acaban capitalizando la inversión de los medianos. En los últimos meses, Raeber y Matthias von Stenglin y Freymond Guth (Zúrich), Janine Foeller, Lisa Cooley, Janice Guy, Nicole Klagsbrun, y Andrea Rosen (NY) anunciaron el cierre de sus espacios.

El mercado del arte está saturado. Solo en Nueva York hay 1.200 galerías. Cada año nacen nuevas ferias y se clonan a un ritmo demencial. En un contexto de inestabilidad política global, con una economía acelerada y los coleccionistas cada vez más ricos, hay que diferenciarse y moverse como un rayo. Al igual que ocurre con la movilidad en las grandes metrópolis, el arte necesita plataformas y mercados más flexibles y comunitarios. Bienvenida la crisis.

Tres inventores nacidos en la vieja Europa proponen modelos de transporte limpios y rápidos. El Hyperloop de Tim Houter es un método para transportar cabinas de pasajeros a 1.200 km/h. Stephan Wolf defiende el Volocopter, parecido a un dron gigante. El más disruptivo es Christophe Sapet y su taxi-robot NAVIA, que circula a una velocidad de 50 km/h.

Las subastas han sido las primeras en subirse a los carros virtuales. Thread Genius es el hyperloop del arte. Funciona como una tecnología basada en algoritmos que miden el impacto de las fuerzas macroeconómicas y sociales en el mercado y predicen los gustos de posibles compradores, conectándolos con vendedores. ¿Y qué ocurre con el arte cuando es menos dependiente del mercado? El volocopter busca su avatar en ferias de arte nacidas como reacción a las estructuras fijas del mercado global. Condo Fair (London-NY) ofrece espacios compartidos y expande su modelo a Shanghái y Ciudad de México. Y Frieze, que comenzó en 2003 en Londres como una feria “desencajada”, anuncia que tendrá espacios para los dealers que no tengan galería. La lista de medios híbridos que no son propiamente ferias ni exposiciones comisariadas crece exponencialmente: Independent NY- Brussels, Sunday Fair (Londres), Paris Internationale, Okei Okei (Colonia/Düsseldorf) o Art-O-Rama (Marsella)…

El coche autodirigido encaja con las galerías bla bla bla, que funcionan más por procesos que por resultados. En España, Green Parrot, HalfHouse y ADN (Barcelona), The Goma (Madrid) y Trastero 109 (Mallorca) participan de ese ideario. En Nueva York y Los Ángeles, comisarios y jóvenes dealers siguen el ejemplo que The Kitchen implantó a principios de los setenta: experimentan con nuevos modelos relacionales en naves y antiguas fábricas, desarrollan actividades en todas las disciplinas, editan revistas y ofrecen residencias sin dejar de colaborar con instituciones y museos. Participant Inc, The Knockdown Center, Art in General, Nurture Art, Pioneer Works, Eyebeam Art –que suministra soporte técnico a artistas– o No Longer Empty –que funciona como pop art– fortalecen ese otro polo creativo alejado de la arrogancia del dinero. De nuevo el par: David frente a Goliat.

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