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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Sobre Sarah Ruhl

A la dramaturga americana le interesa la estructura cercana a los cuentos de hadas

Marcos Ordóñez

Por fuerza tenía que atraerme un libro titulado 100 ensayos que no he tenido tiempo de escribir sobre paraguas, peleas a espada, desfiles y perros, alarmas de incendio, niños y teatro (Faber & Faber, 2014). ¿De qué me sonaba su autora, Sarah Ruhl, presentada como “una de las dramaturgas americanas más originales”? Caí en la cuenta: en el verano de 2010 me deslumbró el onirismo lorquiano de Eurydice, que Bijan Sheibani y su compañía (ATC) presentaron en el Lliure/Grec. Al año siguiente, Josep Maria Pou estuvo a punto de dirigir In the Next Room (or The Vibrator Play), con Maribel Verdú y Aitana Sánchez Gijón, pero no pudo ser. Recordé que Eurydice estaba dedicada a la memoria del padre de Sarah Ruhl, y que el pasado verano dedicó a su madre su nueva obra, hermosamente titulada For Peter Pan on Her 70th Birthday, estrenada en Playwright Horizons (Nueva York) y que tengo muchas ganas de leer. También recordé que en Eurydicehabía un ascensor donde no paraba de llover y un personaje decía esta frase que Cocteau hubiera aplaudido: “Una canción son dos cuerpos muertos abrazándose bajo las mantas para entrar en calor”.

Sarah Ruhl escribe un teatro “más dionisíaco que apolíneo”. Y en su libro de ensayos se define como partidaria de “la forma ovidiana”, donde “la magia está en todas partes, las historias no tienen arco y nadie aprende una lección”. Le interesa la transformación en vez del conflicto, y la estructura cercana a los cuentos de hadas: “Crecí leyendo los romances de Shakespeare: que un personaje se convirtiera en asno me parecía normal”. Me encanta “la forma ovidiana”: “No se suele enseñar en las clases de narrativa”, dice, porque “el arte de volar no es fácil de aprender”.

100 ensayos... es una fuente de sorpresas. Lo escribió a lo largo de cinco años, mientras daba a luz y criaba a tres hijos. Textos breves pero fulgurantes, entre pocas líneas y pocas páginas, escritos de madrugada, para fijar ideas en una memoria agujereada por la falta de sueño. Me seduce el humor de sus reflexiones. Un joven alumno le describe el “arco natural” de una obra: “Arranca, gana velocidad, avanza, avanza y de golpe, bam, se termina”. Ruhl, cuyas maestras fueron Paula Vogel y María Irene Fornés, contesta: “Bueno, lo que usted llama un arco natural es lo más parecido a un orgasmo masculino”. O esta otra frase: “Demasiada gente confunde ‘una obra de ideas’ con un texto en el que la gente ‘habla’ de ideas, y rara vez las ideas se encuentran en la forma”.

Me gustan las obras que se disfrazan, los cuentos que se convierten en ensayos (y viceversa), los personajes que lloran a carcajadas, las historias que no retratan una trama sino un estado. No es raro que empezase a leer 100 ensayos... por la entrada “Sobre alarmas de incendio”, donde cuenta que su montaje favorito es Passion Play. Interrumpido por el aviso, los actores decidieron hacer la obra en las escalinatas de la iglesia de Brooklyn que lo acogía: pura transformación.

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